[Por Matthieu Ricard, The New York Times | Opinión] 23 de junio de 2011
Cuando, temprano por la mañana, me siento en el pequeño prado enfrente de mi ermita en una tranquila colina, a dos horas de Katmandú en Nepal, mis ojos captan cientos de kilómetros de altos picos del Himalaya brillando con el sol naciente. La serenidad de los paisajes se mezcla de forma natural a la perfección con la paz interior. Es verdaderamente un largo camino de la frenética vida de la ciudad que una vez viví.
Pero la paz que conozco ahora no escapa del mundo abajo – o de la ciencia que una vez estudié. Trabajo con los problemas más complejos del mundo real en 30 clínicas y escuelas que Karuna-Shechen, la fundación que creé con unos amigos y benefactores dedicados, que operan en el Tíbet, Nepal y la India. Y ahora, después de 40 años entre estas majestuosas montañas, me he vuelto muy consciente de los estragos del cambio climático en el Himalaya y en la meseta tibetana. Desde donde me encuentro en mi pequeño prado, es muy triste ser testigo de como los picos del Himalaya se vuelven cada vez más y más grises, a la vez que los glaciares se derriten y la nieve desaparece.
El debate sobre el cambio climático es conducido principalmente por personas que viven en las ciudades, donde todo es artificial. Ellos en realidad no experimentan los cambios que están teniendo lugar en el mundo real. La gran mayoría de los tibetanos, nepaleses y butaneses que viven a ambos lados de la cordillera del Himalaya nunca han oído hablar del calentamiento global, ya que tienen poco o ningún acceso a los medios de comunicación. Sin embargo, todos dicen que el hielo no se forma tan densamente como antes en los lagos y en los ríos, que las temperaturas invernales son cada vez más cálidas y que las flores de la primavera llegan antes. Lo que no saben es que éstos son síntomas de peligros mucho mayores.
En el hermoso reino de Bután, donde pasé nueve años, investigaciones recientes realizadas por el único especialista en glaciares del país, Kharma Thoeb, han demostrado que una morrena[1] de una presa natural que separa los dos lagos de origen glaciar en la zona de Lunana, tiene hoy en día sólo 31 metros de profundidad, en comparación con los 74 metros que tenía en 2003. Si esta pared da paso, unos 53 millones de metros cúbicos de agua se precipitarán hacia el valle de Punakha y Wangdi, causando un inmenso daño y pérdida de vidas. En total hay 400 lagos glaciales en Nepal y Bután que pueden romper sus diques naturales e inundar áreas pobladas en las partes más bajas de los valles. Si estas inundaciones ocurren, los glaciares se reducirán cada vez más. Esto causará sequía, ya que los arroyos y los ríos no estarán alimentados por el deshielo.
Climatólogos chinos han llamado a los glaciares del Himalaya y a otras montañas importantes situadas en la meseta tibetana, el “tercer polo” de nuestro enfermo planeta. Hay 40,000 grandes y pequeños glaciares en la meseta tibetana y esta área se está derritiendo a una tasa de tres a cuatro veces más rápido que los polos Norte y Sur. La fusión es especialmente rápida en el Himalaya por la contaminación que se deposita sobre la nieve y los glaciares se oscurecen, lo que hace que sean más absorbentes de la luz.
De acuerdo con agencias internacionales de desarrollo, cerca de la mitad de la población de China, Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam, India y Pakistán; dependen de la cuenca de los ríos de la meseta tibetana para su agricultura, el abastecimiento de agua en general, y por tanto, la supervivencia. Las consecuencias de la sequía de estos grandes ríos serán catastróficas.
Cuando yo tenía 20 años, fui contratado como investigador en el laboratorio de genética celular de François Jacob, que acababa de ser galardonado con el Premio Nobel de Medicina. Allí, trabajé durante seis años para obtener el doctorado. La vida estaba lejos de ser aburrida, pero algo esencial hacía falta.
Todo cambió en Darjeeling al norte de la India en 1967, cuando conocí a varios seres humanos notables, que para mí ejemplificaban lo que una vida humana plena puede ser. Estos maestros tibetanos, quienes acababan de huir de la invasión comunista del Tíbet, irradiaban bondad interior, serenidad y compasión. Al regresar de este primer viaje, me di cuenta de que había encontrado una realidad que podría inspirar toda mi vida y darle orientación y sentido. En 1972, decidí trasladarme a Darjeeling, a la sombra de la cordillera del Himalaya, para estudiar con los grandes maestros tibetanos Kangyur Rimpoché y Dilgo Khyentse Rimpoché.
En la India y en Bután, viví una vida hermosa y simple. Llegué a entender que, si bien algunas personas pueden ser naturalmente más felices que otras, la felicidad sigue siendo vulnerable e incompleta, que el logro de la felicidad duradera, como una forma de ser; requiere de un esfuerzo sostenido en la formación de la mente y en el desarrollo de cualidades como la paz interior, la atención y el amor altruista.
Entonces, un día de 1979, poco después que nuestro monasterio en Nepal había sido equipado con una línea de teléfono, alguien me llamó desde Francia para preguntar si me gustaría participar en un diálogo con mi padre, el filósofo Jean-François Revel. Yo dije “por supuesto”, pero pensé que nunca volvería a escuchar de esta persona de nuevo; ya que no creí que mi padre, un agnóstico reconocido, iba a querer tener un diálogo con un monje budista, aunque fuera su hijo. Pero para mi sorpresa aceptó de buen grado, y pasamos 10 maravillosos días en Nepal, discutiendo muchos temas sobre el significado de la vida. Ese fue el final de mi vida tranquila y anónima, y el comienzo de una forma diferente de interactuar con el mundo. El libro que surgió de este encuentro, El monje y el Filósofo, se convirtió en un best-seller en Francia y fue traducido a 21 idiomas.
Me di cuenta de que mucho más dinero, del que yo nunca hubiera imaginado, vendría a mi camino. Como no podía verme a mí mismo adquiriendo una propiedad en Francia o en otro lugar, me pareció que la cosa más natural del mundo sería donar todo el ingreso y los derechos de éste, y de todos los libros que vinieran luego, para ayudar a los demás. La fundación que creé para tal fin, ahora se llama Karuna-Shechen, la cual implementa y mantiene los proyectos humanitarios y educativos a través de Asia.
Los proyectos humanitarios se han convertido en el foco central de mi vida, con algunos amigos voluntarios dedicados y generosos benefactores, y bajo la inspiración del abad de mi monasterio, Rabjam Rinpoche, hemos construido y gestionado clínicas y escuelas en el Tíbet, Nepal y la India; donde tratamos a unos 100,000 pacientes al año y proporcionamos educación a cerca de 10,000 niños. Hemos logrado hacer esto gastando apenas un cuatro por ciento de nuestro presupuesto de gastos generales.
Mi vida se ha vuelto definitivamente más agitada, pero también he descubierto a lo largo de los años, que intentar transformarse uno mismo para transformar mejor al mundo trae satisfacción duradera, y sobre todo, el don insustituible del altruismo y de la compasión.
Imagine un barco que se hunde y que necesita de toda la potencia disponible para hacer funcionar las bombas para drenar las crecientes aguas. Los pasajeros de primera clase se niegan a cooperar porque tienen calor y desean utilizar el aire acondicionado y otros aparatos eléctricos. Los pasajeros de segunda clase, gastan todo su tiempo tratando de ser trasladados a primera clase. El barco se hunde y todos los pasajeros se ahogan. Allí es a donde nos está llevando el enfoque actual del cambio climático.
Ya sea que la gente se dé cuenta o no, sus acciones pueden tener efectos desastrosos – como los cambios ambientales en el Himalaya, el Círculo Polar Ártico y muchos otros lugares nos están mostrando. El consumismo desenfrenado de los más ricos de nuestro planeta, un cinco por ciento es el mayor contribuyente al cambio climático, que traerá el mayor sufrimiento al veinticinco por ciento más pobre, quienes enfrentarán las peores consecuencias. Según el Departamento de Energía de EE.UU., en promedio, un afgano produce 0.02 toneladas de CO2 al año, un nepalés y un tanzano 0.1, un británico 10 toneladas, un estadounidense 19 toneladas y un qatarí 51 toneladas, lo cual es 2,500 veces más que un afgano.
El consumismo desenfrenado opera bajo la premisa que los demás son sólo instrumentos a utilizar, y que el medio ambiente es una mercancía. Esta actitud fomenta el dolor, el egoísmo, y el desprecio a otros seres vivos y al medio ambiente. La gente rara vez está motivada para cambiar en nombre de algo para su futuro y el de la próxima generación. Se imaginan: “Bueno, vamos a lidiar con eso cuando llegue.” Se resisten a la idea de renunciar a lo que le gusta sólo para evitar los desastrosos efectos a largo plazo. El futuro no daña -todavía.
Una sociedad altruista es aquella en la que no sólo nos preocupamos por nosotros y nuestros parientes más cercanos, sino por la calidad de vida de todos los miembros actuales de la sociedad, mientras que estamos conscientemente preocupados por el destino de las generaciones venideras.
En particular, tenemos que hacer progresos importantes con respecto a la forma en que tratamos a los animales, como objetos de consumo y productos industriales; no como seres vivos que luchan por su bienestar y que quieren evitar el sufrimiento. Cada año, más de 150 mil millones de animales terrestres son asesinados en el mundo para el consumo humano, así como cerca de 1.5 trillones de animales marinos. En los países ricos, el 99 por ciento de estos animales terrestres son criados y sacrificados en granjas industriales, y viven sólo una fracción de su vida útil. Además, de acuerdo con las Naciones Unidas y los informes de la FAO sobre el cambio climático, la producción ganadera es responsable de una mayor proporción (18 por ciento) de las emisiones de los gases de efecto invernadero que el sector de transporte mundial. ¡Una solución podría ser comer menos carne!
Tal y como el Dalai Lama ha señalado a menudo, la interdependencia es una idea budista central que conduce a una comprensión más profunda de la naturaleza de la realidad y de la conciencia de responsabilidad global. Dado que todos los seres están relacionados entre sí, y todos sin excepción quieren evitar el sufrimiento y alcanzar la felicidad; esta comprensión es la base para el altruismo y la compasión. A su vez, conduce naturalmente a la actitud y a la práctica de la no violencia hacia los seres humanos, a los animales, -y hacia el medio ambiente.
Nota: Matthieu Ricard era un científico de genética celular hace 40 años, cuando decidió vivir en el Himalaya y convertirse en un monje budista. Él es fotógrafo y autor de varios libros, incluyendo “La felicidad: Cómo Cultivar la Habilidad más Importante de la Vida”. Él vive en Nepal y ha participado en más de 100 proyectos humanitarios.
Traducido al español por Lorena Wong.
[1] Nota de la traductora: Se llama morrena al sedimento depositado directamente por un glaciar. El glaciar baja desde alturas considerables y arrastra los materiales que encuentra en su camino.