Los tibetanos han luchado por la libertad durante casi 75 años. Su lucha debería continuar más allá de mi vida.
6 de marzo de 2025 | Por el Dalai Lama | Versão em português aqui

El decimocuarto Dalai Lama, Tenzin Gyatso, es el líder espiritual del Tíbet. Su libro “La voz de los que no tienen voz: más de siete décadas de lucha con China por mi tierra y mi pueblo” se publicará el martes.
Una de las tareas más importantes de mi vida, desde que tenía 16 años, ha sido la de dirigir una nación y su gente. Cuando tenía 2 años me reconocieron como el decimocuarto Dalai Lama y poco después de que las fuerzas de la China comunista invadieran mi país en 1950, me pidieron que asumiera el liderazgo formal. Toda mi vida adulta refleja el trágico destino del Tíbet y su gente.
Durante casi nueve años después de la invasión, traté de llegar a algún tipo de acuerdo, incluido un viaje a Beijing para reunirme con el presidente Mao Zedong. Lamentablemente, a pesar de las palabras tranquilizadoras del propio Mao —aunque lo que me susurró acerca de que la religión era veneno me inquietó— salvar al Tíbet y al pueblo tibetano sin salir del Tíbet resultó imposible. El 10 de marzo de 1959, se produjo un levantamiento espontáneo del pueblo tibetano en Lhasa, la capital. Y unos días después, el 17 de marzo de 1959, en la oscuridad de una noche helada, me escabullí de la ciudad, comenzando así más de seis décadas de exilio. Desde entonces, junto con más de 100.000 tibetanos, la India ha sido mi hogar.
Han pasado casi 75 años desde la invasión china, y este mes se cumplen 66 años desde mi huida. Los tibetanos dentro del Tíbet siguen privados de su dignidad como pueblo y de su libertad para vivir de acuerdo con sus propios deseos y su cultura, como lo hicieron durante más de un milenio antes de 1950. Desde entonces, la propia República Popular China ha experimentado cambios dramáticos. Con el giro de Deng Xiaoping hacia el capitalismo y su apertura de China al mundo, hoy China es una gran potencia económica. Y, por supuesto, con el poder económico vienen el poderío militar y la influencia política internacional. La forma en que el país ejerza estos poderes durante la próxima década o dos definirá su rumbo en el futuro previsible. ¿Elegirá el camino de la dominación y la agresión, tanto interna como externamente? ¿O elegirá el camino de la responsabilidad y asumirá un papel de liderazgo constructivo en el escenario mundial?
El segundo camino no sólo beneficia al mundo entero, sino también al propio pueblo chino. En esencia, se trata de un asunto que afecta al corazón mismo de China como país y a su pueblo. En este sentido, creo que resolver el problema de larga data del Tíbet mediante el diálogo sería una señal poderosa, tanto para su propio pueblo como para el mundo, de que China está eligiendo el segundo de esos dos caminos. Lo que se requiere de los dirigentes chinos es visión de largo plazo, coraje y magnanimidad.
Por mi parte, desde el principio he insistido a mi pueblo en que nuestra lucha se atenga estrictamente a los principios de la no violencia. La violencia trae más violencia; incluso cuando la violencia conduce a alguna solución temporal, siembra las semillas de la violencia futura. Desde principios de los años setenta, también he logrado convencer a mi pueblo de que sólo se podría encontrar una solución duradera a nuestro problema si tenemos en cuenta las necesidades y preocupaciones de ambas partes y nos esforzamos por lograr una resolución mutuamente aceptable. Lo que más importa a Beijing es la integridad territorial de la República Popular China, y lo que más nos importa a nosotros es la capacidad de sobrevivir como pueblo con nuestra identidad, idioma y cultura distintivos en la meseta tibetana. A pesar del estatus histórico del Tíbet, he creído -y sigo creyendo- que, con la voluntad política de los dirigentes de Beijing, el pueblo tibetano puede prosperar con su identidad, idioma y cultura distintivos en la meseta tibetana, al tiempo que permanece dentro de la República Popular China.
Ha habido tres períodos de intenso diálogo con Beijing en nuestros intentos de resolver la cuestión del Tíbet: en la década de 1950, cuando yo estaba en el Tíbet como un joven líder; en la década de 1980, cuando Deng abrió China; y en la primera década de este siglo, especialmente durante el período previo a los Juegos Olímpicos de Verano de 2008 en Beijing. He hecho todo lo posible, sin cesar, para abrir caminos hacia una solución negociada con Beijing. De hecho, a través de mis enviados, he presentado a Beijing una hoja de ruta que describe cómo se puede lograr una solución mutuamente satisfactoria de la prolongada cuestión del Tíbet. La nuestra es una lucha existencial: está en juego la supervivencia misma de un pueblo antiguo y de su cultura, idioma y religión. El pueblo tibetano no tiene otra opción que persistir en nuestra justa lucha.
Personalmente, aunque no soy apátrida, siento que he podido vivir una vida con libertad, alegría y propósito, y he podido hacer alguna contribución para mejorar la humanidad. En julio cumpliré 90 años, y aunque en 2011 delegué la autoridad política a los líderes tibetanos electos, muchos tibetanos están preocupados por lo que sucederá con mi pueblo y mi patria si no se llega a una solución durante mi vida. Hoy, como los líderes de Beijing cada vez consideran más una amenaza cualquier expresión de la identidad tibetana, existe el peligro de que, en nombre de la “estabilidad” y la “integridad territorial”, se intente borrar nuestra civilización. Dado que la nuestra es la lucha de un pueblo con una larga historia de civilización, continuará, si es necesario, más allá de mi vida. El espíritu indomable y la resistencia de los tibetanos, en particular dentro del Tíbet, siguen siendo una fuente de inspiración y aliento para mí.
El lunes, los tibetanos de todo el mundo libre conmemorarán el 66º aniversario del levantamiento del pueblo tibetano en Lhasa. El derecho del pueblo tibetano a ser custodio de su propia patria no puede ser negado indefinidamente, ni su aspiración a la libertad puede ser aplastada para siempre.
Una lección clara que nos enseña la historia es la siguiente: si se mantiene a la gente permanentemente infeliz, no se puede tener una sociedad estable. Espero que los dirigentes de Beijing encuentren, en un futuro próximo, la voluntad y la sabiduría necesarias para abordar las aspiraciones legítimas del pueblo tibetano. A todos aquellos que siempre nos han apoyado, especialmente al pueblo y al gobierno de la India, gracias por su solidaridad en nuestra larga y pacífica lucha por la libertad.
Traducción al español por Aloma Sellanes tibetpatrialibre.org