Publicado el 23 de junio de 2024
BRAHMA CHELLANEY, Project Syndicate
A medida que el Dalai Lama – el líder espiritual del Tíbet – visita los Estados Unidos para recibir tratamiento médico en sus rodillas, las preocupaciones sobre quién lo sucederá se han vuelto agudas. Mientras los tibetanos de todo el mundo rezan para que el Tenzin Gyatso, el 14º Dalai Lama, de 88 años, todavía tenga mucha vida por delante, China espera ansiosamente su fallecimiento para poder instalar un sucesor títere.
Los tibetanos consideran al Dalai Lama como la encarnación viviente de Buda. Desde 1391, el Dalai Lama ha sido reencarnado 13 veces. Cuando muere un Dalai Lama, comienza la búsqueda del siguiente, con un consejo de discípulos mayores que se encarga de identificarlo, basándose en señales y visiones. Pero en los últimos años, el gobierno chino ha insistido en que solo él tiene el derecho de identificar al próximo Dalai Lama.
Esta no sería la primera vez que China selecciona a un líder del budismo tibetano. En 1995, nombró a su propio Panchen Lama, cuya autoridad espiritual es segunda solo a la del Dalai Lama, después de secuestrar al verdadero Panchen Lama, un niño de seis años que ya había sido confirmado por el Dalai Lama. Casi tres décadas después, el verdadero Panchen Lama es uno de los prisioneros políticos con más años en prisión en el mundo.
China también nombró al Karmapa, el tercer líder espiritual más importante del budismo tibetano y jefe de la secta Karma Kagyu. Pero en 1999, su designado, Ogyen Trinley Dorje, huyó a India. La facilidad con la que el Karmapa de 14 años escapó de China generó sospechas entre los indios sobre sus lealtades. Después de imponerle restricciones de viaje, India decidió en 2018 no reconocer más al Karmapa designado por China como el jefe legítimo de su secta. Ahora, él y su rival Karmapa, Trinley Thaye Dorje, han emitido una declaración conjunta comprometiéndose a resolver cooperativamente la división de liderazgo en la secta Karma Kagyu.
Pero el Dalai Lama es la “ballena blanca” de China. El actual – que fue identificado como el Dalai Lama en 1937, a los dos años – ha sido una espina en el costado del Partido Comunista de China (CPC) desde la anexión del Tíbet por China en 1951. Con su defensa incansable de la no violencia, el Dalai Lama, quien ganó el Premio Nobel de la Paz en 1989, encarna la resistencia tibetana a la ocupación china. (Si el Tíbet hubiera permanecido autogobernado como Taiwán, sería el décimo país más grande del mundo por área).
En sus encarnaciones pasadas, el Dalai Lama no solo fue el líder espiritual del Tíbet, sino también su líder político, lo que lo convierte en una especie de combinación entre un papa y un presidente. Pero el Dalai Lama cedió su papel político en 2011 a un gobierno tibetano en el exilio, que es elegido democráticamente cada cinco años por los refugiados tibetanos que viven en India y en otros lugares.
Además, el Dalai Lama ha declarado que podría optar por no reencarnarse, una decisión que socavaría la legitimidad de cualquier sucesor designado por China. Sabe que, para China, un Dalai Lama devoto del CPC es mucho más útil que ningún Dalai Lama. También sabe que, aunque ha conservado su agudeza mental, su cuerpo se está debilitando. En 2016, se sometió a radioterapia por cáncer de próstata. Dice que fue “completamente curado”, pero sigue teniendo problemas con sus rodillas. Dada su avanzada edad, se esperan más problemas de salud.
La fragilidad del Dalai Lama es una razón por la cual su agenda de viajes se ha reducido considerablemente. Pero no es la única: cediendo a la presión china, la mayoría de los países – incluidas las democracias europeas y los estados budistas de Asia (excepto Japón) – no están dispuestos a permitirle la entrada. Afortunadamente, algunos países han mantenido su firmeza. Estados Unidos está hospedando al Dalai Lama para su tratamiento de rodillas, e India ha sido orgullosamente su hogar durante más de 65 años. India ha designado oficialmente al Dalai Lama como su “invitado más estimado y honrado”, mientras que el líder tibetano se describe a sí mismo como un “hijo de India“.
De hecho, India es el hogar de la gran mayoría de los exiliados tibetanos y ha desempeñado un papel central en ayudar a preservar la cultura tibetana, incluso apoyando las escuelas de idioma tibetano. Por el contrario, China ha estado trabajando activamente para destruir la cultura y la identidad tibetanas, especialmente desde que el presidente chino Xi Jinping está a cargo.
Mientras tanto, la apropiación china de los recursos naturales tibetanos se ha acelerado, con consecuencias que se extienden mucho más allá del altiplano tibetano. El Tíbet, rico en recursos, es una fuente de agua dulce para más de una quinta parte de la población mundial y un punto caliente de biodiversidad global. El altiplano influye en el clima y los patrones monzónicos de Asia, así como en la “circulación general atmosférica” del hemisferio norte, el sistema de vientos que ayuda a transportar aire cálido desde el ecuador hacia latitudes más altas, creando diferentes zonas climáticas.
Es imperativo que Estados Unidos e India trabajen juntos para frustrar el plan de China de elegir al próximo Dalai Lama. Ya, la Ley de Política y Apoyo al Tíbet de Estados Unidos, que entró en vigor en 2020, dice que “los deseos del 14º Dalai Lama, incluidos los escritos, deben desempeñar un papel determinante en la selección, educación y veneración de un futuro 15º Dalai Lama.” Y pide sanciones contra los funcionarios chinos que interfieran con las prácticas de sucesión del budismo tibetano.
Pero se debe hacer más. Para empezar, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, debería aprovechar la oportunidad presentada por el tratamiento de rodillas del Dalai Lama para cumplir una promesa de campaña de 2020 de reunirse con el Dalai Lama. Más ampliamente, Estados Unidos debería trabajar con India para diseñar una estrategia multilateral para contrarrestar el plan de Xi de capturar la institución del Dalai Lama, que tiene más de 600 años. Esto debe incluir esfuerzos para persuadir al Dalai Lama de que establezca, de una vez por todas, las reglas que deben seguirse para identificar a su sucesor.
Brahma Chellaney, es profesor de estudios estratégicos en el Centro de Investigación de Políticas con sede en Nueva Delhi y miembro de la Academia Robert Bosch en Berlín, es autor de nueve libros, incluido Water: Asia’s New Battleground (Georgetown University Press, 2011), por el cual ganó el Premio Bernard Schwartz de la Sociedad Asia en 2012.
Traducción al español por Raymundo Zaldívar TibetMX.org