(Pico Iyer, The New York Book Reviews, 19 de marzo de 2011)
Ha sido sorprendente ser testigo de manifestaciones masivas en países de todo el Oriente Medio por liberarse de la autocracia, mientras que en la comunidad tibetana, un campeón a ultranza del “poder popular” intenta destronarse a sí mismo, y su gente sigue pidiéndole que se quede. Una y otra vez el Dalai Lama (que tiende a ser más radical y menos romántico que la mayoría de sus seguidores) ha tratado de encontrar maneras de dejar el poder, y su comunidad ha tratado de encontrar formas de asegurarse que no pueda. Se podría decir que casi la única vez que los tibetanos no escuchan al Dalai Lama, es cuando él les dice que no deberían escucharle. Ahora, en vísperas de una elección importante para el gobierno del Tíbet en el exilio, él ha anunciado que va a renunciar del todo a la autoridad política formal, y el gobierno tibetano ha aceptado su decisión, aunque el movimiento ha alarmado a muchos en todo el mundo y golpeado a algunos como el final de una era.
En verdad, la declaración del Dalai Lama no fue más que una continuación y una fuerte expresión de lo que él ha estado diciendo por años: el liderazgo político para el pueblo tibetano (en el exilio por lo menos) pertenece a un gobierno democráticamente electo en su exilio, que con tanto esfuerzo se ha creado en las últimas décadas en Dharamsala, India (las elecciones para un nuevo primer ministro se llevarán a cabo el 20 de marzo); que él funcionará sólo como un “asesor”, ayudando a supervisar la transición a una era post Dalai Lama, y lo más importante, que las partes espirituales y temporales del gobierno del Tíbet, por fin estén separadas. Como señaló en el discurso en el que mencionó su “retiro”, -su declaración anual sobre la dirección de la nación, en efecto emitida, el 10 de marzo, aniversario de la revuelta tibetana de 1959 contra la República Popular de China y un día frecuente de protestas- él ha creído, desde la infancia, que la iglesia y el estado no deben ser uno, y que el destino del Tíbet debe estar en manos de todos los tibetanos.
La democracia, como la ve el Dalai Lama, está en perfecta sintonía con los principios centrales de Buda de la auto determinación y responsabilidad, ésta es una de las características de un mundo más amplio, de la cual el largamente aislado Tíbet puede y debería aprender, y salta a la razón que las voces de todos los tibetanos sean más importantes que la de uno solo, una lógica que apela tanto al científico como a la persona común en él. Además, el decimocuarto Dalai Lama cumplirá 76 en julio de este año y la institución del Dalai Lama no puede funcionar como lo hizo ahora que los líderes exiliados del Tíbet están separados del 98 por ciento de los tibetanos -unos seis millones de personas- que viven dentro de la República Popular de China en circunstancias de represión general y de privación de derechos políticos. Beijing ya ha “prohibido” las reencarnaciones sin la aprobación del gobierno y anunció que el hallazgo de un “XV Dalai Lama” se encontrará bajo su jurisdicción tan pronto como el actual, catorceavo Dalai Lama muera.
Casi desde el momento en que llegó al exilio indio en 1959, el Dalai Lama elaboró nuevas constituciones para los tibetanos, tanto dentro como fuera de Tíbet, con una cláusula (con protestas de su pueblo) que permita la destitución de un Dalai Lama, en caso necesario. Desde entonces, ha supervisado cuidadosamente una devolución constante de la autoridad, estableciendo primero en Dharamsala un parlamento, a continuación, un Gabinete y, desde 2001, un Primer Ministro electo (o Kalon Tripa, como lo llaman los tibetanos). Tanto en las elecciones celebradas hasta ahora-en 2001 y en 2006-el ganador ha sido el gentil monje Samdhong Rinpoche, cuyos principios gandhianos claramente cuentan con la aprobación del Dalai Lama.
El Dalai Lama siempre ha instado al primer ministro tibetano —y a otros funcionarios del gobierno— a representar el rostro político del Tíbet en todo el mundo, pero ninguno de ellos, por supuesto (en una pequeña comunidad en el exilio con sólo 150,000 aprox.) posee su carisma natural o postura a los ojos del mundo. Al respecto, tanto el Tíbet como China han sido víctimas de un encanto inusual y de la autoridad del actual Dalai Lama. Y muchos de los miembros del Congreso de la Juventud Tibetana, tradicionalmente han presentado una especie de oposición leal, pidiendo una postura más fuerte hacia Beijing que la tolerancia que el gobierno en el exilio siempre ha recomendado, siguiendo al Dalai Lama.
Pero como tibetanos en el exilio, sobre todo en Occidente, ven la urgencia de reunir sus recursos ahora, en lugar de esperar a la muerte del Dalai Lama; hay indicios de que el gobierno en el exilio puede involucrarse más en algunas de las conversaciones oficiales con Beijing, que hasta ahora sobre todo han permanecido en manos de los representantes del Dalai Lama. La esperanza del Dalai Lama, claramente, es que con cada temporada que pasa, su gobierno en el exilio será más y más un organismo autosuficiente (elegido por los tibetanos de todo el mundo). En el período previo a las elecciones del 20 de marzo para un nuevo primer ministro, ha habido una campaña extensa, entusiasta y controvertida, con 17 candidatos (entre ellos tres mujeres), ahora reducida a tres finalistas. Dos de los tres, Tenzin Namgyal Tethong, de 62 años, y Tashi Wangdi, de 64 años, son veteranos de décadas de gobierno del Dalai Lama en el exilio y el tercero (y actual favorito) es Lobsang Sangay, de 43 años, una becado de Fulbright que tiene un doctorado de la Escuela de Leyes de Harvard y ha estado más abierto a las peticiones de la “libre determinación” del Tíbet, un tema que el Dalai Lama ha evitado, pero que es popular entre los miembros más radicales de la generación más joven en el exilio.(La tesis de Sangay, de hecho, se trató sobre el tema específico de la democracia y del gobierno tibetano en el exilio.)
Respondiendo por primera vez con energía y evidente emoción a sus nuevas oportunidades, los tibetanos exiliados han celebrado debates entre los candidatos, en Nueva York, Washington y Toronto y en otros lugares, se han establecido llamativos sitios web, con homenajes a los candidatos (“Kasur Tashi Wangdi es como Dumbledore de la serie de Harry Potter “), y ninguno de los candidatos finalistas es un monje. (La constitución tibetana contempla un máximo de dos mandatos para cualquier primer ministro, por lo que Samdhong Ripoche, querido por los adultos mayores tibetanos, dejará el cargo). La democracia ha llegado a la vecina Bután después que su rey impuso lo mismo a una población reticente hace cuatro años, y está mostrando signos de llegar a Nepal. El Dalai Lama siente claramente que el proceso no puede esperar más y que debe empujar a su pueblo a un pleno autogobierno, cuando él está cerca y puede, si es necesario, ofrecerles ánimo y los frutos de su experiencia.
Es fácil entender por qué los tibetanos se han aferrado durante tanto tiempo al liderazgo del Dalai Lama como al sentido de sí mismos. Él es el único gobernante que la mayoría de ellos han conocido, por setenta y un años, y casi el único tibetano que trató con el estadista y fundador de la India, Pandit Nehru, y pasó un año viajando por China y habló con Mao Zedong. Él es uno de los últimos símbolos restantes del Tíbet que ha existido por 300 años, hasta que los chinos cruzaron la frontera este del Tíbet sesenta años atrás. Y, por supuesto, para los tibetanos el Dalai Lama es considerado como una encarnación de Chenrezig, su dios de la compasión, y pocos creyentes devotos están dispuestos a escuchar a un candidato político, -incluso uno que hayan elegido- sobre un dios.
Sin embargo, el regalo del Dalai Lama como un líder político siempre ha surgido de su no tonto pragmatismo y su hábito monástico de mirar al largo plazo (en parte, por supuesto, porque él nunca ha sido rehén de los ciclos electorales, así como él no es un mero monarca ceremonial). Cuando él le dice al mundo que su preocupación no es con el Dalai Lama, sino con el bienestar de los tibetanos, él está siendo característicamente preciso: este Dalai Lama no puede durar muchas décadas más y, como a menudo hace hincapié, la institución del Dalai Lama puede haber sobrevivido a su utilidad. Pero los tibetanos van a estar durante mucho tiempo, uno espera, y al menos que tengan alguna experiencia en gobernarse a sí mismos, ellos no comenzarán a ser efectivos, incluso si los que actualmente están en el exilio pueden volver algún día al Tíbet.
Espiritualmente, por supuesto, el Dalai Lama nunca puede retirarse, y no puede renunciar a su encarnación, como ninguno de nosotros puede tratar de borrar su sangre o su ADN. Mientras él esté cerca, es difícil imaginar que un primer ministro tibetano lo desautorice (aunque, por supuesto, los tibetanos más y más han estado agitando por un más contundente enfoque, incluso de confrontación, con el punto muerto de Pekín, criticando incluso su política del “Camino Medio”, aunque nunca critican al hombre). Pero es parte de su lucidez para ver y reconocer que el liderazgo político puede requerir un tipo muy diferente de la formación del tipo espiritual, y la fusión de los dos puede llevar a la confusión. Cuando le dije a él -hace tres años-que a algunos de nosotros nos parecía refrescante tener a alguien con la gran visión y la claridad moral de un monje en la esfera de la política, él reconoció que podría funcionar bien, pero en principio no debería ser alentado.
Uno de los aspectos curiosos de esta vida mundial del Dalai Lama, es que cada declaración política es dirigida generalmente a varias audiencias a la vez, no sólo los 6 millones de tibetanos en el Tíbet a quienes apenas puede encontrar y el gobierno de Pekín al que no ha podido ver cara a cara. Al anunciar su “retiro” diez días antes de las elecciones del domingo, le estaba diciendo a sus compatriotas tibetanos que aprovecharan el momento, y le fue recordando al gobierno chino que, por mucho que intente secuestrar o neutralizar la institución del Dalai Lama, el liderazgo político de los tibetanos por lo menos en el exilio permanecerá firmemente fuera del alcance, en Dharamsala. Él logró ser un padre diciéndole a sus niños, “Me iré pronto (entonces comiencen a cuidarse ustedes mismos)”; y un estratega experimentado diciéndole a aquellos que desconfían de él en Beijing, “si ustedes piensan que soy una amenaza para ustedes, o un obstáculo para tener mejores relaciones con los tibetanos, renunciaré a todos mis poderes oficiales en este momento. ¿Hablarán de modo más productivo con nosotros ahora?”
Es probable que China nunca se preocupe mucho por un gobierno en el exilio en una estación de colina india, que representa el 2% de los tibetanos. Pero la renuncia oficial del Dalai Lama a su liderazgo político estuvo de algún modo subrayándole a Beijing que el problema tibetano no desaparecerá cuando él muera, y que todavía habrá tibetanos presionando por un acuerdo de la cuestión (probablemente pacífico y negociado), para contrarrestar los instigadores más polémicos que a menudo aparecen en la prensa. Mientras tanto, los que están en Tíbet mismo, continúan esperando que los más básicos derechos humanos, la transparencia y la democracia real vengan a ellos desde Beijing. El 16 de marzo, según un informe de Dharamsala, un monje tibetano de 21 años de la provincia de Sichuan, se auto inmoló en su monasterio, tanto para protestar contra el gobierno chino como para, tal vez, tratar de desencadenar levantamientos similares a los vistos recientemente en Egipto y Túnez.-