The Huffington Post | Por Tenzin Dorjee | 17 de julio de 2017
En diciembre de 2010, cuando a Liu Xiaobo se le otorgó el Premio Nobel de la Paz en ausencia, fui parte de un equipo que organizó una pequeña protesta en Nueva York para condenar su encarcelamiento. El año anterior, el gobierno chino lo había sentenciado a 11 años de prisión por coordinar la Carta 08, un manifiesto que pedía reformas moderadas y un cambio democrático en China.
Parado en las temperaturas heladas del invierno neoyorquino, intenté pensar en el futuro, para entibiarme con un poco de optimismo. Once años pasarían lentamente para un prisionero pero mucho más rápido para el resto de nosotros. Un día, del año 2020, para ser más preciso, Liu Xiaobo saldría de la prisión y viviría como un hombre libre, pensé para mí.
Muchos prisioneros políticos tibetanos murieron mientras cumplían sus sentencias o a los pocos días de ser liberados: Goshul Lobsang, 43, Pema Tsepak, 24, el erudito budista, Ngawang Jampel de 45… y la lista continúa. Un informe de la Campaña Internacional por el Tíbet detalla el caso de 29 prisioneros políticos tibetanos en particular, 14 de los cuales murieron en prisión o poco después de salir de ella.
Intenté ver la situación de Liu Xiaobo delante de mi mente, y no la vi bien. Llegado el 2020, cuando él hubiese cumplido su sentencia, el gobierno chino estaría frente a dos escenarios.
Escenario 1: Enviar a Liu Xiaobo al exilio y apartarlo de China en una apuesta para desconectarlo de su patria y hacerlo desaparecer en la irrelevancia. Pero el riesgo de eso sería impulsar a este Premio Nobel al centro de atención mundial y permitirle consumar su status icónico al convertirse en un indiscutido vocero de la democracia china. Xi Jinping y el PCC tendrían que haber lidiado con un adversario hercúleo en la escena internacional.
Escenario 2: Impedir a Liu Xiaobo salir de China, y ponerlo bajo arresto domiciliario (como a la escritora tibetana Woeser) o ponerlo bajo estricta vigilancia (como a Ai Weiwei). Pero eso no le hubiese impedido a Liu escribir, hablar, y alcanzar los corazones y mentes del público chino. En la era de Internet, sería casi imposible para el régimen silenciarlo, incluso con todas sus tácticas totalitarias, una vez que él estuviese fuera de la cárcel. Por primera vez, el fragmentado movimiento de la democracia china tendría una figura unificadora que proveería liderazgo, inspiración y un centro de gravedad moral.
Ambas opciones eran inaceptables para Beijing. La primera le hubiese permitido a Liu socavar la legitimidad del PCC en la escena global; la segunda, le hubiese permitido desafiar la autoridad del PCC en la arena doméstica. De cualquier modo, Liu estaba destinado a convertirse en un santo patrono de la disidencia y a darles a las fuerzas democráticas chinas un sentido sin precedentes de unidad y propósito.
Sin embargo, para el PCC, siempre hubo una tercera opción: el régimen podría arreglar que Liu Xiaobo muriera antes de ser liberado. El status de alto perfil de Liu podría haberlo protegido temporalmente de las tácticas de intimidación de mano dura, pero no pudo salvarlo de sus estrategias frías y calculadoras de eliminación. Según informes del Centro de Información para los Derechos Humanos y la Democracia de China, con sede en Hong Kong, las autoridades chinas pudieron haber sabido sobre el colapso de salud de Liu ya en 2015, cuando se le diagnosticó con cirrosis de hígado, pero las autoridades modificaron el informe de su salud para impedir la posibilidad de libertad condicional por motivos médicos. Para el PCC, nada está fuera de los límites.
Dos años atrás, Tenzin Delek Rinpoche se convirtió en una víctima de la “tercera opción.” Rinpoche, un renombrado reformador social y ambientalista tibetano, estaba cumpliendo cadena perpetua bajo los cargos falsos de “crímenes de terrorismo e incitación al separatismo.” Después de años de tortura y maltrato, la salud de Rinpoche se deterioró y desarrolló una condición cardíaca grave. Una solicitud de libertad condicional por razones médicas se presentó en 2014. Si se otorgaba, la libertad hubiese permitido a Rinpoche buscar tratamiento en un hospital, y quizás restablecer contacto con sus devotos tibetanos que se cuentan por decenas de miles.
El 12 de julio de 2015, el gobierno chino anunció que Tenzin Delek Rinpoche había muerto en prisión. Su familia cree que fue asesinado por el Estado. Él fue el prisionero político tibetano de mayor nivel de ese momento, quizás demasiado alto e influyente su perfil como para que se le permitiera seguir viviendo, revirtiendo la lógica que la fama le da a uno una medida de seguridad. A posteriori, comienza a parecer inverosímil que el mismo régimen responsable de la muerte de Rinpoche, permitiera que Liu Xiaobo viviera.
Sin embargo, los últimos años han visto una tendencia atemorizante en el Occidente de humanizar a los dirigentes chinos. Legisladores y creadores de opinión a menudo se salen con la suya al enmarcar al gobierno chino como un sistema político complejo donde hay lugar para los matices, la negociación y la capacidad de misericordia.
La muerte de Liu Xiaobo, ¿explotará la burbuja de nuestra fantasía sobre China? él no recibió ninguna misericordia del PCC incluso después de su muerte. Para negarle un homenaje, sus cenizas fueron arrojadas al océano en un funeral de mar forzado, contra los supuestos deseos de su viuda, Liu Xia. El escritor exilado, Liao Yiwu ha definido el acto como “muy malo” diciendo que los líderes del PCC son una “banda de gánsteres.”
En el momento en el que la democracia liberal está sitiada y el presidente de los Estados Unidos ha generado antagonismo en el mundo, algunas naciones del mundo libre ingenuamente miran a China para liderar temas globales tales como el comercio y el cambio climático.
Desafortunadamente, el PCC no es el gobierno de hombres con preocupaciones globales que comparten un sentido genuino de responsabilidad por la humanidad. Es simplemente la banda más grande del mundo cuyo único objetivo es su propia perpetuación, una entidad como una máquina que termina con cualquiera que suponga una amenaza a su poder. Como el más grande proliferador de opresión, solo puede llevarnos hacia atrás, a un mundo distópico donde la tiranía, la censura y la dictadura sean normales.
Curiosamente, el único otro país que alguna vez encarceló a un Premio Nobel hasta su muerte fue la Alemania nazi, donde el pacifista Carl von Ossietzky murió en custodia policial en 1938. Si la Alemania de Hitler no era apta para liderar un nuevo orden mundial en 1938, tampoco lo es la China de Xi Jinping en 2017.-