Por el Dalai Lama y Arthur C. Brooks | The New York Times | 4 de noviembre de 2016
De muchas maneras, no ha habido un tiempo mejor para estar vivo. La violencia acosa a muchos rincones del mundo y demasiados viven todavía bajo el control de regímenes tiránicos. Y aunque todas las mayores fes del mundo enseñan el amor, la compasión y la tolerancia, una violencia impensada es perpetrada en nombre de la religión.
Y sin embargo, entre nosotros hay menos pobres, menos hambre, menos niños muriendo, y más mujeres y hombres pueden leer más que antes. En muchos países, el reconocimiento de los derechos de las mujeres y de las minorías es ahora la norma. Hay todavía mucho trabajo por hacer, por supuesto, pero hay esperanza y hay progreso.
Qué extraño, entonces, ver tal enojo y gran descontento en algunas de las naciones más ricas. En los Estados Unidos, Europa y en todo el continente europeo, la gente está convulsionada con la frustración política y la ansiedad sobre el futuro. Refugiados e inmigrantes claman por la chance de vivir en estos seguros y prósperos países, pero aquellos que ya viven en estas tierras prometidas hablan de una gran ansiedad sobre sus propios futuros que parecen bordear la desesperanza.
¿Por qué?
Una pequeña pista viene de una interesante investigación sobre cómo la gente se desarrolla. En un experimento, los investigadores encontraron que los ciudadanos mayores que no se encontraban útiles a los demás estaban tres veces más cerca de morir prematuramente que aquellos que se sentían útiles. Esto habla de una gran verdad humana: todos necesitamos ser necesarios.
Ser “necesarios” no supone un orgullo egoísta o un apego insalubre a la estima de los otros. Por el contrario, consiste en un apetito humano natural de servir a nuestros compañeros hombres y mujeres. Como enseñó el erudito budista del siglo XIII, “si uno enciende el fuego para otros, también iluminará su propio camino.”
Virtualmente todas las mayores religiones del mundo enseñan que el trabajo diligente en el servicio de los otros está en nuestra más grande naturaleza y así yace en el centro de nuestra vida feliz. Las investigaciones y los estudios científicos confirman los principios compartidos de nuestras fes. Los estadounidenses que priorizan hacer el bien a los demás tienen el doble de posibilidades de decir que están muy felices con sus vidas. En Alemania, la gente que busca servir a la sociedad dice ser muy feliz en una proporción cinco veces mayor a la que no ve el servicio como algo importante. La ausencia de egoísmo y la alegría están interconectadas. Cuanto más somos uno con el resto de la humanidad, mejor nos sentimos.
Esto ayuda a explicar por qué el dolor y la indignación están generalizados en los países prósperos. El problema no es la falta de riqueza material. Es el creciente número de personas que siente que ellos no son más útiles, no más necesarios, no más uno con sus sociedades.
Si comparamos a los EE.UU. con 50 años atrás, tres veces más hombres en edad de trabajar están fuera de la fuerza de trabajo. Este patrón está ocurriendo en todo el mundo desarrollado, y las consecuencias no son meramente económicas. Sentirse superfluo es un golpe al espíritu humano. Lleva a un aislamiento social y a un dolor emocional, y crea las condiciones para que las emociones negativas sienten raíces.
¿Qué podemos hacer para ayudar? La primera respuesta no es sistemática. Es personal. Todos tenemos algo valioso para compartir. Deberíamos comenzar cada día preguntándonos conscientemente a nosotros mismos, “¿qué puedo hacer hoy para apreciar los dones que otros me ofrecen?” necesitamos estar seguros que la hermandad y la unicidad global con los otros no son sólo ideas abstractas que profesamos, sino compromisos personales que conscientemente ponemos en práctica.
Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de hacer de esto un hábito. Pero aquellos en posiciones de responsabilidad tienen una oportunidad especial de expandir la inclusión y construir sociedades que verdaderamente necesitan a todos.
Los líderes necesitan reconocer que una sociedad compasiva debe crear una riqueza de oportunidades para un trabajo significativo, para que todo el que sea capaz de contribuir pueda hacerlo. Una sociedad compasiva debe proporcionar a los niños una educación y una capacitación que enriquezca sus vidas, ambas con una gran comprensión ética y con habilidades prácticas que puedan llevar a una seguridad económica y a la paz interior. Una sociedad compasiva debe proteger al vulnerable mientras asegura que estas políticas no atrapen a la gente en la miseria y la dependencia.
Construir tal sociedad no es una tarea fácil. Ningún partido político o ideología tienen todas las respuestas. El pensamiento erróneo de todas las partes contribuye a la exclusión social, por eso superarlo supondrá soluciones innovadoras de todas las partes. En efecto, lo que une a todos en la amistad y la colaboración no es el compartir políticas o la misma religión. Es algo más simple: una creencia compartida en la compasión, en la dignidad humana, en la utilidad intrínseca de cada persona para contribuir positivamente con un mundo mejor y más significativo. Los problemas que enfrentamos cortan a través de todas las categorías convencionales; así debe ser nuestro diálogo y nuestras amistades.
Muchos están confusos y temerosos de ver que la ira y la frustración se expanden como reguero de pólvora en todas las sociedades que disfrutan la seguridad histórica y la prosperidad. Pero su rechazo a estar conforme con la seguridad física y material en realidad revela algo hermoso: un apetito humano universal a ser necesario. Trabajemos juntos en construir una sociedad que alimente este apetito.-
El 14º Dalai Lama, Tenzin Gyatso, es el líder espiritual del Tíbet y Premio Nobel de la Paz. Arthur C. Brooks es el presidente del Instituto American Enterprise y un escritor colaborador.