Live Mint | 18 de setiembre de 2016 | (Editado)
Son las 6 y media de la mañana y el cielo está cubierto. La ciudad de Clement, en Dehradun todavía no ha despertado completamente. Los comercios están cerrados, los caminos vacíos. Dentro del Monasterio de Mindrolling, todo está en silencio. Apenas a un minuto a pie del monasterio, en el terreno de la Tibetan Nehru Memorial Foundation School,Yangdan Lhamo está pronta para la práctica. La mediocampista de 25 años está vestida con el equipo tibetano de short verde y camiseta blanca y amarilla.
El técnico Gompo Dorjee arriba para la práctica en compañía de dos jugadoras más, ambas mediocampistas, Ngawang Oesto, de 15 años y Tsering Lhamo, de 17. Los cuatro comienzan el entrenamiento con dribblings y ejercicios de cabeza. La delantera de punta, Tashi Dolma, de 24 años, llega poco después y todas comienzan ejercicios de 2 contra 2, con el técnico haciendo de referí. La práctica toma impulso y sus sonrisas se convierten en determinación severa. Para esa sesión de 90 minutos, las cuatro muchachas se convierten en competidoras temibles; y el fútbol se transforma de un simple juego a una herramienta de poder a través de la cual ellas buscan el reconocimiento como mujeres, deportistas y, por encima de todo, tibetanas.
Para Dolma, ha sido un largo e intenso camino desde el Tíbet hasta el campo de fútbol en Dehradun. Sus padres la enviaron a India junto con un agente en 2003. Tenía 11 años entonces. “Dormíamos durante el día y caminábamos en las noches a través de las montañas,” recuerda. “Incluso en las noches, el ejército chino patrullaba con armas y linternas. Ellos le dispararían a la gente si los veían cruzar la frontera. Nosotros éramos menos que animales para ellos. Ese miedo a ser atrapados y ser baleados no me deja dormir en las noches incluso ahora.”
A Dolma le tomó más de un mes alcanzar suelo indio; muchos de esos días, ella los pasó sin comida. Fue llevada a la Aldea de Niños Tibetanos (TCV, por sus siglas en inglés) en Dharamsala, Himachal Pradesh, una comunidad educativa para niños tibetanos exilados desamparados.
“Me sentía sola. Lloré durante días. No podía contactar a mis padres por miedo a que el gobierno chino los torturara,” dice Dolma.
“Estaba tan sobrecogida que incluso una vez intenté suicidarme. Salté desde el edificio de las TCV en 2005, la caída quebró mis piernas,” dice Dolma.
Ella no pudo contactar a sus padres hasta 2007, una conversación que duró escasamente un par de minutos; sus padres le pidieron que no los llamara más. Ellos temían que las autoridades chinas pudieran interceptar las llamadas y castigarlos.
Dolma comenzó a jugar al fútbol en 2010, solamente para ser parte de un grupo. La ayudó a focalizar su mente en otra cosa. Tres años después, Cassie Childers, una maestra y futbolista de Nueva Jersey, Estados Unidos, que estaba formando un equipo de fútbol tibetano femenino, la escogió para el campamento nacional y ella ha sido parte del equipo desde entonces. Childers dirige una asociación sin fines de lucro llamada Fútbol Tibetano Femenino (TWS, por sus siglas en inglés).
“TWS es esencialmente un programa para empoderar a las mujeres, diseñado para desarrollar las capacidades de liderazgo y comunicación y proporcionar una plataforma para que las mujeres tibetanas jóvenes se expresen por sí mismas y compartan sus historias al mundo,” dice Childers.
Las muchachas tibetanas del exilio en India enfrentan varios problemas. Ellas han crecido en internados sin el apoyo familiar, y sufren de una amplia gama de problemas empezando por sus situaciones individuales. En la comunidad tibetana misma, las muchachas casi nunca tienen un papel fuera de sus hogares. Ha habido múltiples incidentes de resistencia dentro de la comunidad tibetana contra las chicas que juegan al futbol. TWS ha sobrevivido a todo eso, al menos hasta ahora. También ha sobrevivido al desafío de que sus jugadoras no tengan país. “Ellas no son indias ni chinas, y el Tíbet no es generalmente un país reconocido,” dice Childers. “Es un desafío viajar a partidos internacionales por esto.”
TWS ayuda a crear equipos en los asentamientos tibetanos en toda India y Nepal. “Cada año, seleccionamos las jugadoras más prometedoras de estos equipos para unirlas a nuestros campamentos del equipo seleccionado, lo que ocurre dos veces al año. En los campamentos de selección, las jugadoras reciben un intenso entrenamiento y compiten en partidos oficiales contra otros equipos. El año pasado, llevamos nuestro primer equipo a Berlín, donde nos encontramos con un equipo chino. Estas jugadoras se convirtieron en las primeras tibetanas en representar a su país en el extranjero y en las primeras atletas en encontrarse con las chinas en una competición,” dice Childers.
“Ese fue un momento histórico para las chicas,” recuerda Yangdan, de 25 años. “Cuando conocí a las chicas chinas y les hablé en chino, ellas se sorprendieron. Me preguntaron de dónde era. Cuando les dije, soy del Tíbet, me preguntaron por qué estaba viviendo en India. Ellas se conmovieron al saber que el Tíbet fue capturado por los chinos,” recuerda Yangdan.
Mientras el torneo progresaba, las muchachas de China y Tíbet se hicieron amigas. Ellas compartieron historias y se sacaron selfies.
Hacer un equipo de chicas es difícil, dice Dorjee, el ex zaguero del equipo nacional tibetano de futbol, quien ha trabajado también como técnico en la Doon School.
Los padres son reacios a enviar a sus hijas a jugar. Hay muchos prejuicios en la comunidad local,” dice Dorjee. “Pero los tiempos están cambiando. Las muchachas que han jugado en nuestros campos, vuelven a sus hogares y entrenan a las chicas locales.”
Al terminar la sesión de entrenamiento, Oesto y Tsering corren a cambiarse, hacen un rápido desayuno y luego una carrera hasta la clase. Ellas son rápidas corredoras.-