Hindustan Times | Por Krishna Kumar | 21 de abril de 2016
Muchos libros de texto de la década de 1950 se refieren a los Himalayas como una muralla. Esta metáfora reflejaba tanto el estado de conocimiento ordinario del mundo de los Himalayas en ese tiempo y la indiferencia popular hacia la región. La situación cambió súbitamente en 1959, cuando el Dalai Lama, entonces un joven de 24 años, escapó de Lhasa y buscó refugio en India. Miles de tibetanos lo siguieron y el flujo continuó por décadas. La firme desaprobación de China de la postura y el papel de India se correspondió con la resolución del Dalai Lama de mantener un gobierno en el exilio para servir a su pueblo. Cinco años atrás, decidió entregar la tarea del gobierno activo a un jefe electo, el Sikyong o Primer Ministro. El mes pasado, la comunidad tibetana en el exilio participó en esta elección por segunda vez, reteniendo al titular. El proceso electoral despertó interés mundial, y algunas críticas también como uno puede esperar en nuestra era de medios sociales, que permite que cada imagen y comentario gane importancia volviéndose viral.
La presencia tibetana en India ha hecho un profundo impacto en nuestra percepción de la región de los Himalayas y su relación con nosotros. De ser una muralla que sólo un erudito aventurero como Rahul Sankrityayana podía penetrar, la región se volvió un recurso, tanto para la economía como para la imaginación. Su compromiso y energía lo hicieron capaz de transportar miles de manuscritos a India, salvándolos de la furia que la Revolución Cultural había liberado en China. Un gran escritor y académico indio en Historia e Idiomas Antiguos indio, Sankrityayana fue un marxista que creyó en la libertad para buscar la verdad. Los manuscritos que él salvó están ahora sirviendo como valioso recurso de investigación en la Universidad Tibetana de Sarnath, en Varanasi. Esta institución es una de las muchas empresas académicas que el gobierno tibetano en el exilio ha alimentado exitosamente, a pesar de las incontables limitaciones con las que trabaja.
No importa qué área de política pública miremos, la administración tibetana ha seguido una agenda para el bienestar de la comunidad con una excepcional claridad. Los recursos financieros disponibles están limitados a los pequeños impuestos que pagan los miembros de la comunidad, además de las subvenciones recibidas de donantes. Los tibetanos han sentado un ejemplo de frugal y eficaz uso del dinero sin indicio de corrupción. Sus escuelas en el pasado reciente iniciaron un gran proyecto para mejorar las prácticas pedagógicas en áreas claves como la lectura. Un proyecto a largo plazo para hacer posible que las monjas logren altos niveles de educación en filosofía budista, se ha seguido en el convento Dolma Ling, en Dharamsala. El primer grupo de monjas, que han completado el curso de 17 años en filosofía budista, recibirán el título de Geshema, un doctorado, a finales de este año. Esto marcará una nueva era en la historia del budismo. El programa de educación vocacional del Instituto Norbulingka, es uno de los mejores que hemos visto en parte alguna, en el área de conservación del patrimonio artístico. En salud, la administración ha revivido el antiguo sistema médico tibetano, haciendo que estén disponibles sus poderes curativos para el gran público dentro de India y en varios países. Uno podría seguir y seguir porque la lista es larga y su contenido en gran parte anónimo, por lo tanto, desconocido en nuestra era de propaganda a viva voz.
Esto sin decir que la presencia del Dalai Lama en India como líder de la comunidad, proporciona una explicación para la coherente y significante vida que se ha llevado por más de medio siglo, sin frustración. Su visión de lucha no violenta por la dignidad y la justicia forma un factor clave del lado positivo de la historia tibetana. Tristemente, China no está de acuerdo y utiliza un marco político exclusivamente nacionalista para ver el trabajo del Dalai Lama. Como una historia única de nuestro tiempo, la negativa tibetana a disolverse y fusionarse indudablemente se desplegará aún más. Aquellos que ven esto en términos puramente políticos, nacional o internacionalmente, se pierden los profundos efectos que ha causado. La religión es el mayor punto de conflicto del mundo de hoy, y el Dalai Lama ha reducido amablemente el tono y volumen de sus debates religiosos. Su erudición personal le permite separar el Buda del budismo. Esta es una revolución pedagógica. Uno puede ahora aprender de un gran maestro que vivió más de dos milenios atrás sin quedar atrapado en los debates doctrinarios que virtualmente cubren su método de analizar los problemas de la vida. China está actualmente redescubriendo a Confucio; si esto puede controlar sus instintos políticos, puede redescubrir al Buda también, al prestar atención al trabajo académico del Dalai Lama.
Esto puede no ser tan fantástico para cada nación que hoy necesita de una mayor perspectiva para contemplar los problemas que enfrenta. Como un líder sin Estado y pensador, el Dalai Lama amolda las nociones prevalecientes de ciudadanía. No me estoy refiriendo a la mediocridad de la ciudadanía mundial, sino a la brecha que se ha desarrollado entre la idea de un ser humano y un ciudadano. El filósofo francés, Rousseau, había notado la probabilidad de que esta brecha creciera con la difusión de la educación bajo el control del Estado. Podemos ver en casi cada rincón del mundo, incluyendo el nuestro, como una mayor contribución a la educación alimenta la terquedad general y la indiferencia por el bien común. La pequeña presencia del pueblo tibetano en India, unida a un maestro espléndido, ha demostrado que la vida colectiva puede ser sostenida sin competencia y lucha. No es meramente la paciencia y la parsimonia en extremo lo que los tibetanos han practicado entre nosotros; ellos también han practicado la dignidad sin poder. Ha sido un extraño fenómeno para presenciar. Puede ofrecernos conocimientos inesperados si nosotros, y otras naciones incluidas las de nuestro vecindario, acordamos estudiarlo con interés y humildad.-