The Washington Post | Por Emily Rauhala | 12 de febrero de 2016
“Últimas Palabras.” Ese es el nombre de la exhibición de arte que Beijing no quiere que se vea.
La pieza consiste de cinco pequeños marcos conteniendo las copias de las cartas manuscritas, los escritos finales de cinco de los más de 140 tibetanos que murieron por quemarse vivos en los últimos seis años.
“Nosotros, los seis millones de tibetanos conducidos por Su Santidad el Dalai Lama y el Panchen Lama, queremos la independencia para el Tíbet,” comienza una. “Yo me prendo fuego en protesta contra el gobierno chino,” se lee en otra.
Copias de las notas fueron exhibidas por dos días en la Cumbre de Arte Dhaka, en Bangladesh, antes de que el embajador chino la detuviera esta semana y pidiera su cierre a los organizadores. Un representante dijo a la agencia France-Presse que se sentía “intimidado” y “atemorizado” por el pedido, el que fue trasladado a los artistas, Ritu Sarin y Tenzing Sonam.
Sarin y Sonam estaban “indignados”, dijeron, pero no querían ver la cumbre entera cerrada, entonces decidieron cubrir las cartas con hojas de papel blanco, un acto que ellos esperaron llamara la atención por la supresión de las historias tibetanas.
“Sentimos que esto haría una fuerte declaración sobre la naturaleza de la censura y la coerción que estaba teniendo lugar, particularmente porque “Últimas Palabras” habla exactamente de los mismos temas,” dijeron ambos en un email enviado a The Washington Post.
La censura sí tuvo un impacto. Los partidarios publicaron fotos de los marcos censurados y no censurados en línea, generando interés, más allá de los asistentes a la mencionada cumbre. Wasfia Nazreen, nativa de Bangladesh que es amiga y colega de los artistas, publicó las fotografías en su página de FB, y las imágenes se difundieron rápidamente. Las instituciones no deberían “inclinarse temerosamente a cualquier amenaza de un gobierno extranjero,” dijo.
Pero algunas veces ellas lo hacen. Aunque China mantiene que su política exterior está guiada por el principio de “no interferencia,” lo que es no interferir en los asuntos domésticos de otros países, parece dispuesta cada vez más a mantenerse firme más allá de sus fronteras.
En 2009, la policía de Bangladesh cerró una muestra relacionada con el Tíbet a pedido de los chinos. En otros casos, la gente se mantuvo firme a la presión china, y pagó un precio por ello. En 2010, cuando Sarin y Sonam estaban en el programa del Festival Internacional de Cine de Palm Springs, para presentar un documental tibetano, los funcionarios chinos les pidieron a los organizadores que quitaran el film. Ellos no lo hicieron; dos filmes chinos inscriptos fueron en consecuencia, retirados.
El pedido puede bordear lo ridículo: el año pasado, se informó que funcionarios chinos intentaron tres veces –en tres países- dar por el suelo con un globo aerostático pintado con la bandera tibetana.
Sarin y Sonam dijeron que el problema con cualquier tipo de interferencia es que los organizadores del evento deben pensar dos veces antes de incluir artistas tibetanos o trabajos con el tema del Tíbet, sólo para evitar la confusión. “El peligro con esta clase de acción es que crea un clima de incertidumbre. La autocensura comienza a infiltrarse.”
Diplomáticos y grupos de derechos humanos también están preocupados de que las tácticas de Beijing estén aumentando, lo que comienza como una carta con palabras fuertes puede terminar de algún modo en algo mucho peor.
Sophie Richardson, directora de Human Rights Watch en China, trazó una línea entre lo que pasó en Bangladesh esta semana y los aparentes secuestros, en Tailandia y Hong Kong, de editores afiliados a una casa editora que se especializa en libros de chismes sobre la élite de China.
“El creciente deseo de Beijing de controlar la expresión dentro de China está mudando a un deseo por controlar la expresión fuera de China,” escribió.
Amenazar con cerrar una muestra de arte por cinco cartas habla de esto. La pregunta ahora: ¿Dejará Bangladesh la última palabra a Beijing?