The Huffington Post | Por Matteo Mecacci en colaboración con Bhuchung Tsering
22 de setiembre de 2015
El 24 de setiembre, el presidente de China, Xi Jinping arribará a Washington para reunirse con el presidente Obama para una importante visita de Estado. El contexto es una alarma creciente sobre el menos que pacífico crecimiento de China, y proporciona una rara oportunidad para el presidente de dar un importante mensaje sobre el Tíbet.
Se ha notado en Washington que el autoproclamado “Sueño de China” del presidente Xi, una visión de una pacifica y creciente China en el escenario mundial, se ha convertido en una pesadilla kafkiana para muchos.
El gobierno de China ha sido públicamente acusado por los mayores ciber ataques sufridos por las instituciones y empresas federales de Estados Unidos durante los últimos meses, y más sanciones parecen estar en preparación para hacer blanco en algunos de sus funcionarios. Los líderes empresariales de EE.UU y la UE están expresando ahora abiertamente, preocupación por la seguridad de su trabajo en China; temores que eran anteriormente reservados a disidentes políticos, líderes religiosos tibetanos, abogados y periodistas acosados por Beijing. Ejecutivos y otras personas están obviamente preocupados por la purga y el acoso de trabajadores en China, después de la reciente caída de los mercados financieros.
Ha habido un ataque sin precedentes sobre la sociedad civil china, resultando en arrestos de los abogados de derechos humanos y activistas pacíficos. En el Tíbet, escritores y artistas han sido torturados y encarcelados por cantar sobre el Dalai Lama o expresar sus puntos de vista en revistas literarias.
La expansión de avanzada en el Mar del Sur de China ha puesto nerviosos a los vecinos de China y aliados de los EE.UU en la región y revivido el debate acerca del aumento de los gastos militares de EE.UU para presionar contra lo que es percibido como las aspiraciones expansionistas de Beijing en el Pacífico.
La campaña doméstica anticorrupción, con sus ramificaciones internacionales para recuperar los activos financieros, no ha sido seguida por una reforma del sistema judicial que proporcione independencia. Es ahora percibida más como una manera de eliminar otras facciones que compiten, que como un intento genuino para implementar el estado de derecho en el sector público.
Sabemos que el Tíbet, como un área fronteriza estratégica, es un tema importante para China. El Partido del Estado ha incrementado su retórica contra el líder tibetano, el Dalai Lama, en este contexto, lo que lo pone incómodo con la Casa Blanca. El presidente Obama se ha reunido cuatro veces con el Dalai Lama y los dos hombres disfrutan una cálida relación.
La defensa pacífica del Dalai Lama y la voluntad de encontrar una solución negociada con China es altamente respetada en Washington, y su estatura en la escena mundial como un líder espiritual y moral crece con su edad.
En el interés de China, y en el suyo propio, Xi Jinping, ciertamente necesita dar señales diferentes a un mundo que es escéptico sobre su administración. Un compromiso para reducir las emisiones de carbono en vista a la cumbre de París COP21 de las Naciones Unidas, sobre el cambio climático a fines de este año, está en proceso, sería ciertamente bienvenido por la administración Obama, pero no será una sorpresa, como no será suficiente expresar un compromiso general de encontrar soluciones “pacíficas” para los temas del Mar de China o para “luchar contra el ciberterrorismo.”
China puede mostrar que está cambiando verdaderamente solo si puede hacer reformas profundas, tales como moverse de un sistema centralizado y autoritario, que la lleva a abrazar políticas nacionalistas y agresivas, a uno más democrático y descentralizado, donde el estado de derecho y un proceso de consultas genuinas lleven a sólidas decisiones políticas.
Para esto, la cuestión tibetana representa una importante oportunidad para Xi Jinping. Al acoger la sincera oferta de diálogo del Dalai Lama basada en su Enfoque del Camino del Medio, y su decisión de devolver su autoridad política a instituciones tibetanas del exilio (que indican claramente que él no tiene interés en volver a Tíbet a gobernar) Xi Jinping mostraría que está abierto a encontrar algunas soluciones a temas difíciles y de larga data que son de preocupación para la comunidad internacional.
El presidente Obama, que es también un Premio Nobel de la Paz, debería decirle personalmente al presidente Xi que él no tiene nada que temer del Dalai Lama. La resistencia de los tibetanos a las políticas de décadas de asimilación étnica y cultural ha sido notoriamente no violenta hasta ahora, y esto es debido en gran medida al liderazgo proporcionado por el Dalai Lama. Este es el año del 80º cumpleaños del Dalai Lama y esto debe aportar un sentido de urgencia para resolver la cuestión durante su vida. Es absurdo creer que Xi Jinping, líder de un partido ateo, pueda asegurar estabilidad en el Tíbet, a través de una reencarnación del Premio Nobel de la Paz manejada por el Estado y buscando aniquilar una cultura religiosa pacífica.
Más bien, al abrazar al Dalai Lama, el presidente Xi podría ser capaz de lograr un cambio en la mentalidad de la comunidad internacional sobre China y su futuro. China y sus dirigentes saben que, a pesar de su influencia económica (que parece estar agitándose actualmente) hay mucha desconfianza por parte de los gobiernos sobre las intenciones y las ambiciones de China. En caso de que China respete las aspiraciones de los tibetanos de un autogobierno, el Dalai Lama podría ser un catalizador para la aceptación de China como miembro responsable de la comunidad de naciones.-