Por Tenzin Norgay* South China Morning Post 8 de abril de 2015
Tenzin Norgay dice que la institución del Dalai Lama, investida de significado espiritual para el pueblo tibetano, desafía el intento de control de Beijing
La intrusión social extrema fue el distintivo de la China imperial al gobernar el Tíbet. Hoy, el Partido Comunista, tampoco siente vergüenza de dicha práctica. Esto se ha traducido en el incesante número de leyes y órdenes quijotescas, siendo la más reciente la orden de los líderes del Partido de que el Dalai Lama debe encarnar en los términos previstos en su ley de 2007 sobre la reencarnación.
Los expertos tanto en China como en Occidente han comentado extensivamente las declaraciones estratégicamente ambiguas del Dalai Lama de ser el último Dalai Lama, pero parece que no todos han captado la idea fundamental: el pueblo tibetano es el que en última instancia tiene la decisión sobre si la institución del Dalai Lama deberá cesar o no.
En su respuesta más reciente, los dirigentes del Partido amonestaron al líder tibetano por “traición” al profanar el budismo tibetano y el sistema de reencarnación “permitido” por el Estado. Sin embargo, el hecho es que el Dalai Lama está restaurando la institución de su forma original de 600 años, libre de las interferencias históricas del Estado y el abuso de las élites de poder, incluyendo las élites tibetanas. El sistema tibetano de reencarnación de figuras religiosas es un sistema autóctono basado en la fe del pueblo en el renacimiento. Pero la China imperial intentó controlarlo en su proyecto de construcción del imperio.
El flujo y reflujo de las políticas sino-tibetano-mongolas han transformado la institución del Dalai Lama a través de los años. Esto podría convertirse en una espada de doble filo para la seguridad política, de lo que el actual Dalai Lama es bien consciente. Al ceder la autoridad política en 2011, el Dalai Lama efectivamente envió dos mensajes: primero, la institución del Dalai Lama no está más disponible como fuente de legitimación de cualquier especie de dinastía en el Tíbet, incluido el Partido Comunista; y segundo, esa legitimidad está condicionada solo por el bienestar del pueblo tibetano.
La experiencia tibetana con el régimen de Beijing no ha sido amable, con políticas fallidas y campañas que incluyeron la Revolución Cultural. Así, la legitimidad del Partido Comunista es superficial en la meseta tibetana. Se puede concluir que mientras el pueblo tibetano continúe sufriendo en su patria, la institución del Dalai Lama no dejará de existir como una fuente de poder espiritual. En su tumba, Mao Zedong debe lamentar haber subestimado el poder de la espiritualidad y permitido que el joven Dalai Lama escapara del Tíbet en 1959 cuando falló la cooperación entre los dos líderes. Esa estrategia resultó contraproducente ya que el Dalai Lama ha emprendido en todo el mundo una conquista espiritual, para resaltar la difícil situación del Tíbet, en respuesta a la conquista territorial de China.
En el exilio, el Dalai Lama por sí solo, mantuvo la atención sobre la represión de parte del Partido al pueblo tibetano. En respuesta, Beijing bombea miles de millones de dólares en subsidios para comprar al pueblo tibetano, aunque con resultados miserables. No es la economía, por cierto. Es la gestión de los asuntos públicos lo que siempre ha sido un problema, y por supuesto, la clave para resolver el problema del Tíbet en la República Popular de China.
Sin un acuerdo consensuado de autonomía a la vista, la historia del Tíbet debe mantenerse viva. Ella sobrevivirá si hay un próximo Dalai Lama en el mundo libre como una “joya universal”, título con el que se refiere a él el pueblo tibetano hasta hoy.-
*Tenzin Norgay ha trabajado por largo tiempo en el Instituto de Política del Tíbet, con sede en India. Él se especializa en las relaciones entre minorías y mayorías, y en las negociaciones sino-tibetanas.