Tibet.net
Por Thubten Samphel
12 de febrero de 2015
Quizás como una indicación de que la peligrosa dirección China está tambaleándose, está el fuerte pensamiento entre los círculos oficiales de que debería haber una campaña para erradicar las ideas subversivas del Occidente. Los centros de investigación y las instituciones de educación en todo el país han recibido tal orden. Nada menos que la figura del ministro de Educación de China, Yuan Guiren, dio dicha estruendosa orden. Esto es para proteger la integridad del partido y al socialismo. Ninguna palabra sobre la gente que necesita protección del partido.
China es una máquina vital del mundo globalizado. En orden de mantener este papel, el país necesita abrirse más y no cerrar sus puertas a frescas ideas emanadas de fuera de sus orillas. Dentro de China hay un fuerte apoyo público a la actual conducción anticorrupción. Pero hay menos, para cualquier futura campaña para erradicar lo que Beijing considera ideas corruptas de fuera. En efecto podría haber una reacción negativa. El juicio de los chinos es que ellos votan sí a la campaña contra la corrupción y no a la posible campaña contra las ideas no-chinas.
En el Tíbet, las cosas están peor. Las autoridades quieren librar una guerra sobre cómo piensa la gente. Entre otras cosas, las autoridades quieren erradicar la devoción del pueblo tibetano hacia el Dalai Lama y cualquier idea de autoinmolación. Las autoridades aún tienen que explicar en detalle su plan maestro de cómo introducir en las mentes de los tibetanos la separación entre ideas leales y subversivas, pero ellos están determinados a hacerlo con ayuda de “redes en el cielo y trampas en el suelo”, en resumen, la extensiva e intrusiva vigilancia de las redes ubicadas en el Tíbet, y el soborno descarado.
Controlar y regular como piensan 6 millones de tibetanos es una cosa, pero controlar las mentes de 1.300 millones de chinos es una empresa de pretensión imperial. Los emperadores chinos en el pasado han intentado esto, desde la quema de libros al entierro de académicos en el terreno para erigir la Gran Muralla. El último emperador en emprender esta tarea titánica fue Mao. Sus campañas, desde las 100 Flores pasando por la antiderechista Revolución Cultural debilitaron la energía de China y diezmaron a la población. En respuesta, China tuvo a Deng y su contra revolución cultural, un partido comunista supervisando magníficamente una floreciente sociedad capitalista.
La campaña anticorrupción del presidente Jinping es loable. Esto es lo que China necesita. Pero decirle a 1.300 millones de chinos que el partido pensará sus pensamientos está más allá de los recursos intelectuales menguantes del partido y ciertamente más allá de la responsabilidad de gobierno de cualquier partido, electo o no. En resumen, la responsabilidad de cualquier gobierno es gobernar y no pensar en nombre de aquellos que gobierna. Si cualquier partido gobernante intenta hacerlo, esto llevará a lo que Mao llamaría caos ideológico y grandes contradicciones sociales. Y la respuesta del público sería, gobiérnennos con justicia. Nosotros construiremos nuestro propio pensamiento. ¡Y retírense de nuestras espaldas y mentes!
Thubten Samphel es el director del Instituto de Política del Tíbet, un centro de investigación de la Administración Central Tibetana