Por Kapil Komireddi
The Washington Post
2 de enero de 2015
MELTDOWN IN TIBET
La Insensata Destrucción de los Ecosistemas de las Tierras Altas del Tíbet a los Deltas de Asia
De Michael Buckley
Palgrave Macmillan.
248 pp.
Mahatma Gandhi hizo una evaluación aguda sobre el Imperio Británico en 1928. “El imperialismo económico de un solo pequeño reino insular está manteniendo hoy al mundo en cadenas”, escribió. Gandhi guiaría a la India a la libertad en 1947. Pero el escrito es de un tiempo en el que él estaba todavía rodeado por el espectáculo sórdido de la explotación imperial, él imaginó un futuro en el que los desposeídos súbditos de Gran Bretaña buscaran, más allá de su liberación del dominio extranjero, imitar los glotones hábitos de sus amos coloniales. Si las masas de Asia “hicieran una explotación económica similar” a la de Occidente, advirtió, “desnudarían al mundo como una plaga de langostas”.
Michael Buckley presta un importante servicio en este libro franco y directo al alertarnos del hecho que, para millones de tibetanos, el desolado futuro evocado por Gandhi, ha sido una realidad por décadas. Buckley, un periodista y fotógrafo canadiense, ha estado viajando por Tíbet por más de 30 años. Aquí, él documenta las consecuencias calamitosas de la despiadada usurpación China de los recursos naturales del Tíbet. Desde la violenta anexión del Tíbet, en 1950, China ha desfigurado inexorablemente la belleza hipnótica de la meseta. Ha minado y acarreado la riqueza mineral del Tíbet, construido represas y desviado corrientes de agua de sus copiosos ríos, llevado como ganado a gran cantidad de tibetanos a lo que llama “Nuevas Aldeas Socialistas”, reprimido la expresión de la identidad tibetana y aniquilado formas de vida. “El Tíbet” Buckley nos recuerda “es la colonia más grande del mundo”.
Buckley es un agudo observador. Aparentemente los cambios en el medioambiente del Tíbet lo llevaron a una búsqueda por descubrir las causas subyacentes. Al ser picado por un mosquito en Lhasa, la capital del Tíbet, quedó primero desconcertado: se supone que los mosquitos no son capaces de sobrevivir arriba de los 11 mil pies, y Lhasa se sitúa en una altitud de 12 mil pies. Históricamente, el Tíbet nunca ha sido afectado por malaria, todavía entre las enfermedades más letales de las proximidades. Pero con la agresiva colonización degradando el hábitat del Tíbet, esto puede cambiar pronto. La línea ferroviaria de Beijing a Lhasa –una proeza de ingeniería y una fuente de contaminación- trae turistas y colonos chinos Han quienes, ocupando el nivel más alto de la jerarquía étnica de China e indiferentes a las costumbres locales, cada vez más recuerdan a los británicos en India: extranjeros buscando fortunas y aventuras en un lugar exótico.
A pesar de su inversión emocional en el Tíbet, la prosa de Buckley no está cargada de sentimentalismo. Él no idealiza ni exalta a las víctimas. “Los tibetanos no fueron ambientalistas” señala. “Ellos no tenían concepto sobre sanitaria, plomería, o dispositivos de basura”. Pero a diferencia de los ilusos observadores occidentales que, cautivados por los rascacielos de Shanghái, han corrido a declarar a este el siglo de China, Buckley es consciente de los insondables sufrimientos humanos en la periferia los que apoya el glamour del gobierno de élite que habita en las metrópolis de China. Para ellos, el Tíbet es una fuente de preciados minerales, energía hidroeléctrica y agua, oficialmente clasificada como la “Torre de Agua Número Uno”. Habiendo sobrevivido a olas de genocidio, los tibetanos deben pasar por un ecocidio: deforestación, deslaves y “migración ecológica”, el eufemismo chino para los desplazamientos en masa causados por las represas.
Pero la crisis engendrada por China se extiende más allá de su colonia budista.
Tíbet, es la tercera reserva de agua potable de la Tierra, es el origen de algunos de los más vitales ríos de Asia: el Yangtze, el Mekong, el Yarlung Tsangpo. Según la estimación de Buckley, la supervivencia de más de 750 millones de habitantes de naciones aguas abajo –India, Pakistán, Bangladesh, Myanmar, Laos, Camboya- depende de las corrientes de agua originadas en territorio controlado por los chinos. Al represar agresivamente ríos transfronterizos y restringir su flujo, China no solo pone en peligro la frágil ecología tibetana, sino que ha ganado una ventaja política sobre las naciones río abajo. La rápida proliferación de las mega represas y los reservorios dentro de las fronteras de China –más de 26 mil o la mitad del total en el mundo- son canillas que China puede abrir o cerrar a voluntad. A diferencia de la vecina India, la que ha firmado generosos tratados de aguas compartidas con Pakistán y Bangladesh, China ha rechazado repetidamente hacer esfuerzos para una distribución equitativa de recursos. En 1997, Beijing rechazó una convención de las Naciones Unidas que establece un marco para compartir el agua. Cuando Vladimir Putin amenaza con bloquear los suministros de petróleo a Europa, eso al menos impulsa a sus clientes a hablar de fuentes alternativas de energía. Pero para los débiles y empobrecidos vecinos de China, no hay agua alternativa. Ellos están cada vez más a la misericordia de China.
Viajando hacia “la desembocadura de los ríos más poderosos de Asia que fluyen desde el Tíbet”, Buckley encuentra pueblos cuyas vidas han sido devastadas por las acciones de China. En Camboya, por ejemplo, encuentra que los peces, junto con el limo, tan esencial para la fertilización del suelo, están desapareciendo. Las represas de China han detenido el movimiento natural. Aunque Buckley no lo afirma directamente, su libro reafirma la advertencia contenida en el estudio indispensable de Brahma Chellaney de 2011, “El Agua: El Nuevo Campo de Batalla de Asia”, de que China a través de su desenfrenada construcción de represas en ríos transfronterizos, puede pronto sumergir a Asia en un conflicto letal por el agua.
En medio de la penumbra, Buckley ofrece a Bután como un modelo para otros Estados asiáticos. Esta es una solución no realista. Los países sobrepoblados de Asia no pueden repetir las políticas medioambientales seguidas por una diminuta y solitaria monarquía budista. Sin embargo, en un tiempo cuando muchos autores occidentales muestran aquiescencia en la censura con tal de ser publicados en China, Meltdown in Tibet, se hace indispensable por el mero hecho de su existencia. Como la grave situación de los disidentes de Tíbet y Xinjiang lo demuestra, que la vieja troupe de gobernantes no electos de China pueda suavizarse a través del compromiso es una desastrosa fantasía. El destino del Tíbet ahora aparece como un preámbulo escalofriante, más que un colofón, de la historia de la inflexible carrera de China hacia la cima.-