The Washington Post
Por Annie Gowen
19 de octubre de 2014
Dharamsala, India – Kunga Dolma esperó durante años para escapar de la vida de represión de su remota aldea tibetana, y finalmente un día de julio, fue el momento.
La joven de 24 años y hablar suave, le pagó a un contrabandista cerca de usd 800 para guiarla por los Himalayas hacia lo que ella esperaba que fuera la libertad y una vida mejor. Sus zapatos con cordones se rompieron en el pasaje nevado. Pero si tenía frío, no lo recuerda. Estaba demasiado aterrada de ser capturada y golpeada por las fuerzas chinas de seguridad de la frontera.
Antes, más de 2000 tibetanos al año hacían el peligroso cruce desde China a través de Nepal hacia Dharamsala, el pequeño pueblo de India que es sede del gobierno tibetano en el exilio y su líder espiritual, el Dalai Lama.
Pero ese número ha caído drásticamente en los pasados 6 años, con solo cerca de 100 arribando hasta ahora, este año. Los refugiados han huido de la alta meseta Himalaya desde que los chinos tomaron el control hace más de medio siglo atrás, y los tres millones o algo así que permanecieron han sufrido reubicaciones forzosas, restricciones al culto budista y en algunos casos, tortura y arresto. Aquellos que escaparon de China, describen las restricciones en aumento sobre el movimiento, más vigilancia y un creciente clima de miedo.
Una disminución en el número de los refugiados es probable que tenga un efecto profundo sobre la diáspora tibetana, con unos 120.000 viviendo solo en la India, que dependen de sus historias a fin de recaudar fondos para la causa en el Occidente, dicen los expertos. La atención internacional a la cuestión por parte de la administración de Obama y otras instituciones ha disminuido, según el representante Frank R. Wolf, quien ha sido un defensor del Tíbet en el Capitolio durante años. Mientras tanto, dijo, los presuntos abusos de China en materia de derechos de las minorías étnicas y religiosas han continuado.
“Hay una mayor represión de China en muchas áreas de derechos humanos” dijo Wolf. “No hay nadie hablando de ninguna de ellas. Hay silencio aquí en Washington. Ese es su mayor problema”.
Ahora, los chinos han estrechado más las fronteras como parte de una campaña antiterrorismo lanzada a principios de este año, a raíz de dos violentos ataques terroristas de extremistas uigures, una minoría musulmana, dijeron los defensores de derechos humanos.
La Campaña Internacional por el Tíbet, un grupo de derechos humanos de Washington, dice que los chinos han llevado dos grandes ejercicios militares en el Tíbet desde mayo, para prepararse para el “combate”, así como sesiones de entrenamiento para la policía estacionada en los monasterios budistas.
“China está intentando proyectar su injustificada represión en Tíbet como antiterrorismo” dijo Matteo Mecacci, el presidente del grupo. “Es un camino peligroso”.
“Ellos pueden dispararnos”
El Centro de Recepción Tibetano, un campus de 1.4 millones de dólares de habitaciones dormitorio, una clínica médica y jardines panorámicos, ubicado en un camino lleno de baches en Dharamsala, el paraíso de los mochileros en las faldas del Himalaya en el norte de India. El pueblo ha atraído a miles de tibetanos desde que el Dalai Lama llegó en 1959 después de huir del Tíbet durante un levantamiento anti comunista.
El centro fue construido para albergar 500 refugiados cuando se abrió en 2011, sus coloridos edificios verdes y amarillos fue pagado en gran medida por contribuyentes estadounidenses. Estos días, está casi vacío.
“Es casi como un pueblo fantasma”, dijo Tenzin Jigdal, un activista de la Red Internacional del Tíbet.
El número de refugiados que cruzan la frontera comenzó a declinar en 2008, cuando el Tíbet se sumió en protestas en la previa de las Olimpiadas de Beijing. El movimiento más tarde se volvió más difícil cuando el gobierno de Nepal comenzó a devolver a algunos para apaciguar a los chinos, según lo que alega un informe publicado este año por Human Rights Watch, negado por los nepaleses.
Tradicionalmente, los refugiados de China terminaban en un centro de tránsito de Katmandú, dirigido por el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, antes de hacer su camino a la India.
Jigme Gyatso, un monje tibetano que arribó a Dharamsala en mayo, primero fue arrestado por las autoridades chinas en 2008 por su papel en realizar un documental sobre el Tíbet. Él fue golpeado y torturado, tanto en detención como fuera de la detención, escapando después de su último arresto en 2012. Pasó los siguientes 18 meses viviendo en las montañas escapando de la policía, pidiendo comida a los nómades, antes de hacer su camino a través de las montañas a pie y motocicleta, esta primavera.
“La represión es tan aplastante que la gente se está prendiendo fuego” dijo Gyatso. “No hay un solo día en que los chinos estén sin sus armas. Ellos pueden dispararnos en cualquier momento”.
Más de 130 tibetano se han prendido fuego en el Tíbet en los últimos años como protesta y para reclamar el retorno del Dalai Lama. Los chinos han seguido aumentando su control sobre la región tibetana, inaugurando una nueva línea de ferrocarril el mes pasado que le dará mayor acceso a las ricas reservas minerales del Tíbet. Los visitantes extranjeros y los viajes de los tibetanos están aun restringidos.
Mientras tanto, el Dalai Lama dijo recientemente que él estaba en conversaciones informales con los chinos para retornar a su patria en peregrinación. Los chinos rápidamente ridiculizaron esos comentarios, diciendo por parte del vocero del ministerio de Exteriores que el hombre santo debería renunciar a “dividir a China”, antes de que su futuro pueda ser resuelto, según la Agencia France Presse, la agencia de noticias francesa. El Dalai Lama ha defendido por mucho tiempo una mayor autonomía para la región del Tíbet, mientras que otros de línea más dura continúan abogando por completa independencia, lo que es un anatema para China.
Un vocero del Departamento de Estado de los Estados Unidos dijo que los Estados Unidos se mantienen “profundamente preocupados por la continua tensión y la deteriorada situación en los Derechos Humanos en las áreas tibetanas de China” y que ellos continuarán instando a los chinos a “tratar las políticas en las áreas tibetanas que han creado tensiones y que amenazan la identidad religiosa, cultural y lingüística única del pueblo tibetano”.
La subsecretaria de Estado, Sarah Sewall, quien también sirve como coordinadora especial para los asuntos tibetanos, planea viajar a India y Nepal en noviembre y se reunirá con tibetanos en el exilio.
Una nueva vida espera
En julio, Kunga Dolma oró en el templo, cenó con su gran familia y les dijo adiós a sus padres en el umbral. Ella sabía que no los vería nunca más.
Fue triste, pero ella estaba lista para partir. Cuando ella estaba creciendo, la escuela local le daba clases en mandarín, no en tibetano, por eso recibió solo una educación rudimentaria en casa. Su familia, de pastores nómadas, no podía viajar de aldea a aldea sin permiso. Ellos no se atrevían a nombrar al Dalai Lama, ni siquiera cuando estaban solos en su tienda de piel de yak. Ellos asumían que sus llamadas desde celulares eran monitoreadas.
Ella llevó papeles que no la identificaban para el caso de que fuera atrapada. Lo único que llevó fue un rosario con cuatro cuentas talladas de rubíes que había pertenecido a su madre.
“La extraño a veces” dijo recientemente, jugando con el rosario en una mesa en una sala casi vacía del centro de recepción, luego de un almuerzo sencillo de dal indio (lentejas picantes) y tingmo, pan tibetano horneado al vapor.
Una nueva vida espera, con una educación en una pequeña escuela cercana. Ella conoció al Dalai Lama, dijo, y todavía se pregunta si fue un sueño.-
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Annie Gowen es la jefa de la oficina del Post en India e informa para el Post sobre el sur de Asia y el Medio Oriente.