Por Andrew Jacobs
The New York Times
21 de mayo de 2014
YUSHU, China — Mirando fijamente hacia el corazón reluciente de esta ciudad resucitada, un joven monje budista se maravilló de cómo rápidamente el gobierno chino había reconstruido su ciudad natal, solo cuatro años después de que un terremoto calamitoso destruyó hasta el último edificio.
Además de miles de nuevas casas, docenas de escuelas y hermosas oficinas estatales con frente de granito, la ciudad es adornada por un exuberante y moderno centro de artes y un museo de arte tibetano, adecuado para la tapa del Architectural Digest.
Pero detrás de él, abrazando una ladera oscura, un grupo de templos y dormitorios sin terminar del monasterio de Jiegu, cuentan una historia diferente. El monje, quien como muchos tibetanos usa un solo nombre: Jamyang, dijo que los equipos de construcción chinos desaparecieron un día en septiembre pasado después de que el dinero para la reconstrucción del monasterio se acabó. Con las autoridades en gran parte insensibles, cientos de monjes y monjas se resignaron a la vida en las tiendas de campaña de socorro, que llegaron en las semanas después del temblor, del 14 de abril de 2010.
“El gobierno solucionó las necesidades inmediatas de dormitorio y comida, pero esperamos que puedan terminar el trabajo que comenzaron,” dijo Jamyang, de 27 años, quien ha vivido en el monasterio de la cima desde que era un muchacho. “Hay algunas personas que se sienten abandonadas”.
Las catástrofes pueden desafiar hasta a las más ricas de las naciones, pero el terremoto de 7.1 de magnitud que aplanó este centro de comercio geográficamente aislado, ha probado la capacidad del gobierno chino de ordenar provisiones de construcción y trabajo en uno de los sitios más inhóspitos del mundo.
A pesar de un esfuerzo hercúleo y de las mejores intenciones de Beijing, los 7.2 mil millones de dólares para el proyecto de reconstrucción, han agravado inadvertidamente las animosidades que durante tanto tiempo han importunado las relaciones entre los Han y los tibetanos, favoreciendo a los bien conectados por sobre los marginados y alimentando la corrupción sistémica que afecta a menudo los grandes proyectos de infraestructura en China.
En Yushu, la falta de participación pública y transparencia, proporcionan a los funcionarios locales una amplia oportunidad para la autocontratación, indignando a los miembros de una minoría étnica que el gobierno no puede permitirse el lujo de desatender.
“La tragedia del terremoto se convirtió en una oportunidad para los poderosos y codiciosos”, dijo Kunchen Norbu, de 52 años, un comerciante de piedras semipreciosas.
Encaramada a más de 12.000 pies en la meseta tibetana, Yushu está a unas 17 horas en coche de la ciudad más cercana de alguna importancia, Xining, capital de la provincia de Qinghai. Las personas que no caen por la enfermedad de la altura en la ruta, quedan a menudo incapacitadas, aunque sea brevemente, pronto después de llegar.
Según los medios de comunicación estatales, el gobierno ordenó a 100.000 trabajadores retirar escombros y construir nuevas casas y edificios de apartamentos altos que se han terminado con adornos tibetanos vistosos. Considerando que la mayor parte de las víctimas eran tibetanos étnicos — la prefectura de Yushu es tibetana en un 97 por ciento — el desastre proporcionó a los líderes chinos un escaparate para demostrar su lado generoso, a una ciudadanía a menudo en contradicción con su gobierno dominado por los Han.
Pero en las entrevistas del mes pasado, muchos residentes de Yushu fueron especialmente francos sobre las desigualdades en la distribución de las nuevas viviendas. Los empleados de gobierno y miembros del Partido Comunista, han dicho, han terminado con varios apartamentos nuevos cada uno, mientras que los hogares con hasta una docena de miembros, fueron reducidos a pequeños apartamentos de tres habitaciones.
Los tibetanos no son los únicos que se sienten defraudados. Los dueños de negocios se quejan de los alquileres que se han disparado, del suministro irregular de energía y la falta de clientes. Los turistas y las empresas que los residentes esperaban tras la reconstrucción, no han aparecido.
Otra queja común, sobre todo entre comerciantes del centro de la cuidad, es la carencia de cuartos de baño públicos, un descuido de planificación que dijeron había convertido partes de la ciudad en servicios al aire libre.
Muchos empresarios Han no escondieron su animosidad hacia los residentes tibetanos de la ciudad, que describieron como perezosos, antihigiénicos y mal educados.
Entonces hay cientos de trabajadores, fontaneros y gerentes de construcción que fueron atraídos aquí por subvenciones oficiales sustanciales, pero que fueron abandonados después de que el dinero prometido no pudo materializarse. La copropietaria de una empresa constructora que reconstruyó 80 unidades de alojamiento y un templo budista en Yushu dijo que todavía esperaba más de 480.000 dólares del gobierno, más del 20 por ciento del coste de la construcción. Los funcionarios locales, dijo, le dijeron que habían distribuido ya todos los fondos enviados por el gobierno central.
Un funcionario del Departamento de propaganda de la prefectura dijo que no hablaba a la prensa extranjera.
Antes del terremoto, la ciudad era un próspero centro de comercio para los pastores tibetanos de la región, pero los planificadores gubernamentales han imaginado Yushu como una atracción turística para los chinos que buscan experimentar la mística fetichista de la cultura tibetana. La nueva ciudad está salpicada de museos, aunque todavía no han abierto.-