International Campaign for Tibet
Miércoles 24 de julio de 2013
El sábado pasado, dos ciudadanos de la República Popular China entraron caminando en áreas públicas, con la intención de lesionarse a sí mismos. Uno de ellos, un demandante chino llamado Ji Zhongxing, hizo estallar una bomba en una terminal del aeropuerto internacional de Beijing. El otro, un monje tibetano llamado Konchok Sonam, roció sus ropas con gasolina y se prendió fuego fuera del monasterio de Soktsang, en el Tíbet oriental. Ji sobrevivió a la explosión, pero perdió su mano izquierda; Konchok falleció en el lugar de su inmolación. Nadie más resultó herido en ninguno de los incidentes. Ambos parecen haber sido motivados por un sentido de la injusticia: Ji había pasado una década tratando de obtener una indemnización tras haber quedado paralítico por una paliza policial, mientras Konchok dijo a sus amigos que “vivir bajo el dominio chino en el Tíbet ha traído demasiado sufrimiento.”
A pesar de algunas similitudes entre estos dos casos, ellos han sido tratados por completo diferente por los medios de comunicación oficiales chinos. Esta particular disparidad en la forma en que son tratados los tibetanos y los chinos en la República Popular China se ha vuelto cada vez más evidente en los últimos años, cuando las autoinmolaciones de los tibetanos han continuado. En el fondo, esto parece ser un claro ejemplo de la parcialidad con la que el gobierno chino trata a los tibetanos.
En primer lugar, la reacción de los medios para los dos eventos fue drásticamente diferente. Más allá de una desaprobación general de sus tácticas, el caso de Ji ha despertado un cierto grado de entendimiento entre los periodistas chinos. Un artículo del China Youth Daily (según la traducción de la BBC) dijo: “la detonación de un artefacto explosivo en el aeropuerto de la capital, por parte de Ji Zhongxing fue una forma muy imprudente de defender sus derechos. Eso no está permitido por la ley, y será severamente castigado por ella. Pero este atentado con bomba ha planteado muchas advertencias a la sociedad. ¿Ji Zhongxing fue dejado discapacitado por un accidente de tráfico o por una paliza? El público espera la verdad”. Un artículo de Beijing News, dijo que las autoridades “no pueden ignorar las aspiraciones del hombre” en la búsqueda de una reparación por los golpes, antes de esperar que los departamentos pertinentes reexaminen su caso de manera responsable. El Global Times lanzó un editorial apoyando la “incesante búsqueda de la equidad y la justicia”, y exigió mayores reformas para que “grupos vulnerables” puedan tener canales sin obstáculos para expresar sus demandas. Todas estas historias describen sus circunstancias y la naturaleza de sus quejas.
Por el contrario, los medios de comunicación chinos reaccionaron a la autoinmolación de Konchok Sonam, en silencio absoluto. Panguso, un buscador de noticias chinas relacionadas con autoinmolaciones o Dzoege (condado en el que murió) no aportó ni una sola historia sobre Konchok. Mirando en un plano más general, los medios de comunicación y las campañas políticas desatadas por las autoridades chinas contra los tibetanos autoinmolados no tienen equivalente en el caso de Ji. Un documental de CCTV de mayo de 2013 sobre las autoinmolaciones, subtitulado: Evidencia de las manos detrás de la tragedia, se comprometió a presentar pruebas de que los tibetanos en el exilio habían fabricado de alguna manera las autoinmolaciones, como parte de un complot terrorista. Las pruebas no se presentaron, lo cual no es sorprendente, dado que el gobierno chino nunca ha justificado estas afirmaciones. La única solidaridad dada a los tibetanos autoinmolados, por los medios de comunicación chinos se encuentra en el contexto de supuestamente haber sido “instigados” a cometer el acto, lo que tiene el efecto de desplazar la culpa de las autoridades políticas, contra cuyas políticas protestaron los autoinmolados, hacia el Dalai Lama y varios grupos de defensa del Tíbet. Mientras tanto, no se ha alegado tal agenda oculta hasta ahora en el caso de Ji, parte de una admisión tácita de que sus denuncias tenían alguna validez.
Los medios de comunicación chinos también se han involucrado en una campaña falsa de difamación contra los tibetanos autoinmolados, alegando que algunos decidieron hacerlo debido a problemas personales, tales como el alcoholismo, las relaciones sexuales inapropiadas y malas calificaciones. Las preocupaciones reales de los autoinmolados, como se expresa en las diversas notas, grabaciones y declaraciones dadas a amigos y familiares, han sido completamente ignoradas. Mientras los periodistas y los ciudadanos chinos comienzan a discutir los factores que causaron que Ji hiciera estallar una bomba en un aeropuerto, una discusión abierta y realista de los factores que han causado que 120 tibetanos se autoinmolaran hasta el momento, todavía está prohibida dentro de China.
Los medios de comunicación chinos incluso han sido más comprensivos con los terroristas chinos que lograron matar a otros que con los tibetanos autoinmolados. En 2011 un hombre chino llamado Qian Mingqi detonó con éxito varias bombas en las oficinas del gobierno en Jiangxi, matando al menos a tres personas. Global Times publicó un artículo al día siguiente, citando a un profesor de la Universidad Renmin, quien dijo que aunque nunca se debe fomentar el uso de la violencia, ” las autoridades deberían aprender a abrir canales más fluidos para que el público presente sus quejas, antes de que los problemas degeneren en enfrentamientos y luego en violencia”. Esta conclusión lógica y obvia nunca se ha aplicado a los tibetanos autoinmolados por los principales órganos de gobierno de la RPC o por los medios de comunicación. En cambio, las autoridades instituyeron incluso mayores niveles de seguridad en las regiones tibetanas y lanzaron una ola de arrestos y nuevas restricciones.
En estos casos, el origen étnico del perpetrador, en lugar de la peligrosidad de sus actos, es un indicador mucho mejor de cómo el gobierno va a reaccionar. Al escribir sobre el ataque con bomba del aeropuerto de Beijing, Luo Jieqi de Caixin online, explicó que en China “hay una mano sobre nuestro cuello. Los reporteros tienen que competir contra las restricciones oficiales. A veces, antes de que nuestras voces sean escuchadas, las noticias se han ahogado. Así es como están las cosas. Los mecanismos de información del estado están cerrados. El lado oscuro de una historia es a menudo escondido”. Una vez que Ji detonó la bomba, sin embargo, comenzó a tener lugar un debate público limitado. No puede decirse lo mismo para los tibetanos, cuyas quejas han sido dejadas de lado e ignoradas como si procedieran de una casta política intocable en la República Popular China. El sábado, un hombre chino se convirtió en una figura trágica cuyo acto lamentable fue impulsado por problemas reales que requieren soluciones, mientras que un monje tibetano se unió a un grupo de personas desestimadas por Beijing, que rechaza a quienes fueron llevados engañados a la autoinmolación. Por desgracia, la única solución a la que Beijing ha llegado, en base a este relato, exige una lucha mayor, más represión y una mano más apretada sobre el cuello de los tibetanos y los que dicen la verdad en su nombre.-