Un funcionario de alto rango del Partido Comunista ha escrito un libro exponiendo los crímenes de los chinos contra los tibetanos. Sus compañeros de partido aún no sospechan que haya desertado.
Der Speigel online
16 de julio de 2013
Por Andreas Lorenz
Usted puede leer el informe original en Inglés aquí
Un tibetano que una vez creyó en el Partido Comunista de China y que forjó una carrera dentro de la burocracia de Beijing, ha decidido ahora publicar un informe condenatorio de las políticas de China en su país. Para proteger su anonimato, el funcionario, quien es conocido en todo el país, se reunió en secreto con Der Spiegel en un restaurante de una ciudad de una provincia de China. Él espera que lo que ha escrito sobre la opresión de su pueblo se publique en forma de libro en Occidente, ejerciendo así presión sobre los líderes en Beijing.
Dorje Rinchen se levantó muy temprano el 23 de octubre de 2012, el último día de su vida. El hombre de 58 años de edad, hizo girar las ruedas de oración budistas en el monasterio de Labrang, luego regresó a su choza, la limpió y volvió al monasterio.
Cerca de la estación de policía en la calle principal de Xiahe, una ciudad en la provincia china de Gansu, el agricultor tibetano vertió gasolina sobre su cuerpo y se prendió fuego. Las imágenes tomadas con teléfonos móviles muestran al hombre, envuelto en llamas, corriendo por la calle hasta que cae al suelo.
Policías y soldados aparecieron inmediatamente en la escena, empujando a los transeúntes que trataban de llevar el cuerpo carbonizado de Dorjee a su casa, según la costumbre tibetana. Los oficiales finalmente cedieron.
Dorjee es uno de los más de 100 tibetanos que han recurrido a la autoinmolación desde marzo de 2011 en protesta por el dominio chino en el Tíbet. Otro hombre, que también se quitó la vida a los pocos días, dejó una carta que resume los sentimientos de estas personas desafortunadas: “No hay libertad en el Tíbet, a Su Santidad el Dalai Lama no se le permite regresar a su casa. El Panchen Lama está en la cárcel”.
El estado de ánimo es desesperado en la región conocida como el “Techo del Mundo”. Nunca antes tantos tibetanos sacrificaron sus vidas de esta manera para llamar la atención del mundo sobre su suerte. Pero no todo el mundo cree que este es el enfoque correcto. A unos cientos de kilómetros del monasterio de Labrang, un funcionario del Partido Comunista de alto rango está sacudiendo su cabeza en señal de desaprobación. Las autoinmolaciones, dice, son una “reacción exagerada, un acto excesivamente radical. El budismo prohíbe el suicidio.”
Y sin embargo, él puede entender los motivos, dice. Las condiciones son dramáticas en su Tíbet natal. “La situación económica, el nivel de vida, la cultura y la educación han mejorado mucho en el Tíbet”, dice. “Pero el gobierno impone un precio demasiado alto a los tibetanos a cambio de este desarrollo”, añade, señalando que Beijing está tratando de disciplinar con violencia. “Hay cuantiosa vigilancia y libertad limitada”.
El hombre es un alto funcionario del Partido Comunista. Él es bien conocido, no sólo en el Tíbet sino también en toda China, y nadie sospecha que sea miembro de la oposición. Él es uno de los privilegiados, alguien que siempre creyó en la meta prometida de una China socialista, en la que no sólo los chinos Han, sino también los tibetanos y todos los demás grupos étnicos llevarían una vida mejor.
Pero ahora él intenta adoptar una postura. “Soy un tibetano, y trabajo en el gobierno. Tengo la autoridad para describir lo que realmente está pasando”, dice.
“Mucho Peor de lo que el Occidente Sospecha”
Él se ha desempeñado en el gobierno chino desde la juventud. Al igual que muchos tibetanos, tuvo que asumir el hecho de que Beijing ha gobernado el país desde que el ejército chino lo invadió en 1950. Estos individuos son funcionarios del partido, oficiales de policía, propagandistas, periodistas e ingenieros, todos ellos se comportan como las personas que quieren vivir en paz bajo el dominio extranjero. Se asimilan, repiten las consignas del partido y disfrutan de su riqueza creciente, aunque a menudo se sienten miserables al final.
Esto ayuda a explicar por qué este testigo de la época se sentó y escribió un relato de la historia más reciente del Tíbet, vista a través de sus ojos. Él se centra en lo que los propagandistas y cronistas que trabajan para el sistema suprimen o endulzan, y escribe: “Todo fue y es mucho peor de lo que la gente de Occidente sospecha.”
Él está decidido a permanecer en el anonimato el mayor tiempo que sea posible. “No quiero mencionar mi nombre, no quiero que menciones mi profesión, y sólo puedes describir el lugar donde vivo, en términos generales,” dice.
Él aspira a que el libro sea publicado en el extranjero, lo que es su única opción, por supuesto. Si saliera a luz que un funcionario respetado, es en realidad un disidente tibetano que compara el “destino de los tibetanos”, con el de los judíos bajo los nazis, su cómoda existencia llegaría pronto a su fin. Podría enfrentar una pena de prisión e incluso la pena de muerte.
El libro está escrito en mandarín, la lengua de los gobernantes de Beijing. El autor quiere que el mayor número posible de personas entienda a su gente, que, como él dice, ha estado “sumergida en charcos de sangre y fuego del purgatorio”, a cambio de una utopía extranjera.
Irónicamente, algunos tibetanos estuvieron inicialmente contentos de ver a los chinos invadir el Tíbet, ya que los nuevos dueños trajeron la promesa de la modernidad y la prosperidad. Ellos creían que los comunistas, dirigidos por Mao Zedong, les ayudarían a liberarse de una dictadura brutal de los monjes. Los tibetanos vivían una vida dura bajo el control de los monasterios y de la aristocracia, que oprimía a los individuos, tratándolos como siervos y azotándolos para que acataran.
Pero el estado de ánimo cambió cuando el gobierno chino, bajo Mao, no cumplió su promesa de permitir a los tibetanos mantener sus tradiciones y su religión. La colectivización de la agricultura demostró ser especialmente devastadora. Los nómadas tibetanos se vieron obligados a establecerse en las llamadas comunas populares, destruyendo su modo de vida tradicional. Por la década de 1950, había un creciente malestar social.
Atrocidades y Políticas Brutales
En la Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976), los Guardias Rojos, incluyendo muchos tibetanos, atacaron a sus compatriotas supuestamente “revisionistas” e “imperialistas”. Miles de monjes fueron golpeados hasta la muerte o internados en campos y antiguas reliquias fueron destruidas. Los Guardias Rojos usaron su artillería para aplanar cientos de monasterios.
Los funcionarios del Partido Comunista querían destruir la cultura de sus súbditos. A las mujeres tibetanas, por ejemplo, se les hizo llevar la clase de pantalones usados por las mujeres chinas Han, y los ayudantes les cortaron las trenzas. Los ancianos de la familia y los abades fueron enviados a campos de reeducación, donde fueron obligados a estudiar las directivas de Mao todos los días.
El ejército chino aplastó brutalmente las revueltas. Cuando los monjes mataron a un cabo del Ejército Popular de Liberación en 1956, un regimiento de caballería china cobró su venganza en la ciudad de Qiuji Nawa en la provincia de Gansu, con un ataque sobre “200 mujeres y niños inocentes. Rodearon una tienda de campaña, lanzaron granadas de mano en el interior y luego dispararon contra ella.”
El autor cita a un ex soldado que fue testigo de una masacre similar: “Algunas mujeres fueron apuñalados en la vagina con espadas y sus pechos fueron abiertos. Algunos niños de dos y tres años de edad, fueron tomados y arrojados al río Amarillo.”
A principios de la década de 1980, el Partido Comunista tuvo que admitir que había “perjudicado seriamente los intereses de la gente” con su política brutal. Para entonces, el Tíbet se había convertido en una región permanentemente inquieta. Como escribe el funcionario del Partido Comunista, la afirmación de Beijing de que “millones de agricultores del Tíbet” se habían convertido en “dueños de su propia casa bajo la dirección del partido” resultó ser nada más que propaganda.
En su opinión, hay muchas razones para el descontento y la rabia de los tibetanos. Una de ellas es que la esperanza largamente acariciada de que el Dalai Lama pudiera algún día regresar a su hogar desde la India, donde el gobierno tibetano en el exilio tiene su sede, está empezando a desvanecerse. Beijing lo condena como un “traidor” y se niega incluso a considerar conversaciones.
Fue una afrenta a Beijing cuando, en 1987, el Dalai Lama habló con miembros del Congreso de los Estados Unidos en Washington, donde presentó su Plan de Paz de Cinco Puntos. Él exigió, entre otras cosas, que Beijing pusiera fin a la inmigración de chinos Han en el Tíbet y al uso de la meseta del Tíbet como un basurero nuclear. De acuerdo con el funcionario del Partido Comunista, después de la visita “un nuevo espíritu de oposición comenzó a crecer entre los jóvenes intelectuales y algunos funcionarios, así como los trabajadores, los agricultores y pastores.”
Informes documentados de testigos
Luego, en 1988, los chinos cometieron otro error. Al final del Gran Festival de Oración anual, los altos funcionarios se habían reunido en una terraza de la azotea del templo de Jokhang, en Lhasa, la capital tibetana para ver el gran desfile. Dio la casualidad de que estaban de pie encima de un cuarto que los monjes consideran sagrado. Era donde el Dalai Lama siempre había dormido durante el festival.
Pronto el grupo fue apedreado. Los soldados hicieron su camino a golpes a través de la multitud, y algunos dirigentes del partido, incluido el subjefe del partido en el Tíbet, tuvieron que ser bajados desde una ventana con cuerdas.
Los monjes y las monjas tomaron en varias ocasiones las calles en las semanas siguientes, hasta que Beijing, finalmente, tomó medidas drásticas. El gobierno central removió a altos funcionarios tibetanos del Partido Comunista, y los reemplazó con chinos Han, entre ellos Hu Jintao, quien luego se convertiría en Secretario General del Partido Comunista y presidente de China. Un año más tarde, Hu ordenó a los soldados abrir fuego contra los manifestantes. Según el autor, el incidente provocó la muerte de 138 personas y 3.870 detenciones, mientras que muchos otros fueron secuestrados.
El autor cita muchos testigos presenciales, uno de los cuales informó: “Ellos examinaron toda la población urbana de Lhasa y arrestaron a los que no les gustaba. Primero fueron golpeados, y luego todos los que habían sido detenidos fueron arrojados a celdas de la policía.”.
Sin embargo, las celdas estaban aparentemente tan llenas que algunos de los detenidos se sofocaron. “Cuando alguien moría,” dijo el testigo, “no significaba nada más para ellos (los chinos) que si hubieran pisado la hierba al caminar y matado a una hormiga.”
Parte del descontento de los tibetanos se deriva del hecho de que los inmigrantes chinos de otras partes de la República Popular fueron cultivando más y más tierras. En opinión del autor, esto ha provocado graves daños ambientales, debido a que la progresiva desaparición de las praderas conduce a la desertificación. “Los tibetanos tienen cada vez menos espacio en el que vivir, y el medio ambiente es cada vez más frío y más severo”, dice.
Un ejemplo sobresaliente de la política ambiental imprudente de China es el lago Qinghai, agrega el funcionario. A causa de que se cultivó mucha pastura y se construyó un extenso sistema de riego, sólo ocho de los 108 ríos que una vez desembocaban en el lago existen aún, dice.
Tensión en las calles
Las cosas estuvieron tranquilas durante unos años después de los disturbios, lo que duró hasta 1989. El líder del Partido Comunista, Hu, más tarde trató de aplacar a los tibetanos con miles de millones de dólares en inversiones. Los recursos minerales que han sido descubiertos en la región, así como su importancia estratégica como una zona de amortiguación entre China y su económicamente poderoso rival, India, fueron muy importantes para Beijing.
Pero la tensión se palpa en las calles de Lhasa hoy, en parte debido a la presencia de las fuerzas de seguridad chinas, que actúan como ocupantes. “La forma en que los miembros de la Policía Armada se comportan es cualquier cosa menos humana. Ellos matan a la gente a sangre fría como serpientes venenosas. Ellos indiscriminadamente golpean a los residentes locales, saquean sus bienes y los matan si se defienden,” escribe en su manuscrito el hombre del Partido Comunista.
En marzo de 2008, mientras Beijing se preparaba para los Juegos Olímpicos de verano, los residentes de Lhasa se rebelaron una vez más. Pero esta vez, los escolares, los estudiantes y trabajadores de oficina se unieron a los monjes que protestaban, al igual que los tibetanos de otras regiones. La policía y los militares arrestaron a cerca de 6.000 personas.
Las autoridades ahora ven sólo una manera de apaciguar a los tibetanos: más inversión, junto con medidas represivas aún más duras. Durante la llamada campaña de educación patriótica, que tiene lugar en todos los monasterios, los monjes están obligados a distanciarse del Dalai Lama. Muchos fueron temporalmente o permanentemente prohibidos de los monasterios, y algunos lamas fueron encarcelados o enviados a campos de reeducación. Presuntos simpatizantes de las personas que se suicidaron por autoinmolación fueron enviados a prisión, entre ellos seis personas vinculadas a Dorje Rinchen, el agricultor de Xiahe.
Los gobernantes de Beijing no permiten un debate público sobre su estrategia en Tíbet. Muy pocos chinos se atreven incluso a plantear la cuestión, y en ese caso sólo en Hong Kong o a través de los medios de comunicación extranjeros. El escritor Wang Lixiong, casado con la poetisa tibetana Tsering Woeser, es uno de los pocos valientes. Él cree que nada va a cambiar, siempre y cuando la hostilidad hacia el Dalai Lama se traduzca en el medio de vida de decenas de miles de funcionarios dentro de la maquinaria de propaganda del partido.
El autor del libro tibetano, lo pone de esta manera: “Todos tenemos un nudo en el corazón.” Las autoridades, dice, “ven a los monjes como forasteros. Ellos no pueden expresar sus opiniones, y ciertamente no están autorizados a participar en las decisiones políticas.”
¿Hay una solución a la difícil situación del Tíbet? El autor se mantiene fiel a su educación al decir que sería un error permitir el regreso de un gobierno teocrático, un Tíbet en el que los abades estén a cargo y “la política y la religión sean una”, el tipo de sistema que muchos monjes preferirían.
¿Y la alternativa? “Tenemos que practicar la democracia”, dice. “No es necesariamente una democracia al estilo occidental, sino una forma única, tibetana. De lo contrario nos quedaremos en un callejón sin salida”.-