Europeanvoice.com
Por Edward Lucas
16 de mayo de 2013
El Occidente debe unirse para resistir el acoso chino en contra de aquellos que se reúnen con los líderes del Tíbet
La temporada de Tíbet se ha abierto de nuevo, con una seria advertencia al gobierno británico de que la temeridad del primer ministro David Cameron de reunirse con el Dalai Lama el año pasado había deteriorado las relaciones. Solo una disculpa puede arreglar las cosas. Las autoridades comunistas de Beijing parecen pensar que pueden dirigir a otros países en torno a este respecto. Cuando Nicolas Sarkozy, entonces presidente de Francia, se reunió con el líder tibetano en 2009, Francia se vio obligada a emitir un humilde comunicado conjunto, implicando que no haría tal cosa otra vez. En 2007, después que la alemana Angela Merkel se reunió con el Dalai Lama, Alemania hizo lo mismo.
Estos son tiempos difíciles para los tibetanos, no solo a causa de su desesperación por la ocupación de su patria, sino por la pusilanimidad occidental. Bajo el último gobierno laborista, Gran Bretaña (sin motivo) abandonó su posición de reconocer solo la “suzeranía” de China sobre el Tíbet, no la regla de derecho. Ahora a Cameron se le pide que se doblegue si quiere restablecer el comercio y la inversión china. Estonia, donde de modo elogiable, el presidente Toomas Ilves Hendrick se reunió con el Dalai Lama en 2011, ha tenido el mismo tratamiento de hielo.
La intimidación china funciona. Es cada vez más difícil para los líderes tibetanos conseguir reuniones cuando viajan a Europa y los Estados Unidos (aunque el líder político emigrado del país, Lobsang Sangay, tuvo un viaje razonablemente exitoso a Washington DC este mes).
Esta es una prueba de la voluntad política europea y transatlántica. Si Europa y los EE.UU. adoptaran una posición común (algo en la línea de “vamos a reunirnos con cualquier persona que elijamos, independientemente de bravatas diplomáticas”), entonces las protestas chinas serían fuegos artificiales no cañones. China puede permitirse el lujo de escoger a países individuales, castigarlos con la prohibición de reuniones y visitas de alto nivel, o incluso sanciones comerciales y de inversión. Pero no puede hacer eso a todo el Occidente.
El peso de la responsabilidad y la solidaridad radica sobre todo en gran medida en los países que tienen recuerdos vivos del régimen comunista y la ocupación extranjera. La bandera tibetana está prohibida por las autoridades chinas, solo ser dueño de una bandera con los colores de las repúblicas de la preguerra garantizaba un duro castigo en la era soviética. Los Estados bálticos fueron borrados del mapa por la Unión Soviética, que criminalizaba cualquier expresión de sentimiento nacional. La migración y la rusificación contrarrestaban las tendencias “nacionalistas” bálticas; ahora Beijing está destruyendo la identidad tibetana con un enorme asentamiento de chinos han. La retórica falsa de la armonía étnica comunista (sean como nosotros y todos podemos ser felices) y la modernización son casi idénticos. La sensación de desesperanza casi es similar también. Hace solo 30 años, la restauración de la independencia báltica parecía un sueño imposible.
Una obligación similar radica en los polacos, checos, eslovacos, húngaros y otras naciones anteriormente cautivas. De hecho, cualquier persona que se preocupaba por la libertad en Europa durante la Guerra Fría, debería preocuparse por el Tíbet ahora, por las mismas razones. Los miembros del Parlamento Europeo, de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, de las legislaturas y los gobiernos nacionales, y en todas partes de la vida pública (universidades, centros de investigación, e incluso medios de comunicación) deben tomar como algo importante la organización de reuniones con los representantes tibetanos y hacerlo públicamente y con orgullo. No requiere un gran coraje moral programar una reunión y publicar una foto. Pero una vez que todo el mundo lo esté haciendo, la capacidad de las embajadas chinas para fingir indignación, e imponer castigos, será muy limitada. En vez de dejar que la timidez se ajuste hacia abajo, hacia la derrota, la acción colectiva de resistencia debe ajustarse hacia arriba, hacia la victoria.
La importancia de esto va mucho más allá de Tíbet. Si Europa no puede salir en defensa de los principios y defenderse contra el acoso cuando los riesgos son relativamente bajos, ¿qué posibilidades hay de que pueda hacer esto cuando los riesgos sean más altos?
Edward Lucas edita la sección internacional de The Economist.