Xi Jinping necesita entender que la libertad religiosa es la única manera de parar las autoinmolaciones
Wall Street Journal
Por Elliot Abrams y Azizah Al-Hibri
18 de abril de 2013
Cuando Kal Kyi, de 30 años de edad, y madre de cuatro niños, se prendió fuego en marzo para protestar contra la represión china en Tíbet, se unió a una lúgubre y creciente hermandad de desesperación.
En los últimos cuatro años, 112 tibetanos se han inmolado en protesta contra la opresión china. Tíbet está ardiendo y la comunidad mundial, incluidos los EE.UU., debe hablar.
El nuevo presidente de China, Xi Jinping, y el resto de sus dirigentes deben ser persuadidos de que sus intereses están con el respeto a los derechos humanos, en particular la libertad de religión, y en reanudar las conversaciones con el líder exiliado del Tíbet, el Dalai Lama.
Desafortunadamente, persuadir a Beijing no es una tarea sencilla.
Los gobernantes chinos se han empecinado en el Tíbet mientras las autoinmolaciones siguen aumentando.
Ellos han ampliado las medidas represivas mientras acusan a las fuerzas extranjeras de alimentar los reclamos tibetanos.
Sigue existiendo una extraordinaria desconexión entre como China y el resto del mundo ven al Tíbet.
Mientras que otras naciones ven protestas desesperadas por parte de gente piadosa y devota, la dirigencia china considera que sus enemigos conspiran para romper la “armonía” y arrebatarle el control del remoto país del sureste.
Beijing acusa al Dalai Lama de instigar las protestas.
Los líderes mundiales deben contrarrestar la afirmación de Beijing de que los tibetanos, un mero 0,5% de la población, amenazan el poder de la rica y militarmente segura China.
Una rebelión armada interna no tiene posibilidades reales de éxito y ninguna fuerza exterior amenaza con invadir China.
Los EE.UU. y la comunidad internacional reconocen las fronteras de China.
El Dalai Lama sigue pidiendo una mayor autonomía del Tíbet, no la independencia.
Las acciones chinas han ampliado la brecha entre el gobierno y los tibetanos en los últimos años.
Después de las protestas que estallaron en Lhasa en 2008, Pekín redobló sus esfuerzos para controlar la religión tibetana, incluyendo la selección de los líderes religiosos budistas.
Cientos de monjes y monjas languidecen en las celdas de la carceles por el delito de resistir pacíficamente este intento de apropiación de su fe.
Las protestas mediante autoinmolación se iniciaron en 2011 con los monjes del monasterio de Kirti, situado en una zona tibetana de la provincia de Sichuan.
Sus actos significaron una respuesta a la creciente presencia de la policía en su monasterio, el creciente control de sus asuntos religiosos y el aumento de los esfuerzos para destruir su lealtad al Dalai Lama.
Esta forma de protesta se ha extendido por toda China y en países como la India y Nepal.
En respuesta, China ha tomado medidas drásticas contra las comunicaciones por satélite, restringido el uso de materiales inflamables, estrechado el control sobre los monasterios y aumentado la actividad policial en los lugares de culto.
El mes pasado, el gobierno promulgó una ley que equipara la asistencia a una autoinmolación con el asesinato.
En febrero de 2013, cinco tibetanos fueron detenidos y se enfrentan a largas penas de prisión por supuesta instigación de protestas por inmolación.
En otras palabras, enfrentados a un aumento de las autoinmolaciones, los líderes chinos respondieron redoblando el tipo de represión que provocó estas acciones en primer lugar.
Lejos de estabilizar la región, sus políticas han profundizado la desesperanza y la desesperación de los tibetanos.
Las autoinmolaciones han aumentado en los últimos seis meses, y se han extendido desde los monjes y monjas tibetanos hasta jóvenes como Kal Kyi.
Sin un final a la vista, es hora de que los EE.UU. y otras potencias expresen claramente a China, su profunda preocupación por los abusos.
China no puede oír hablar de las preocupaciones globales sobre el Tíbet ocasionalmente, ni ser evitadas las reuniones públicas con el Dalai Lama y sus representantes, si China entiende que la reanudación de las negociaciones sobre la autonomía del Tíbet es de su interés.
Los líderes de las naciones libres deben enfrentar a Xi Jinping, con el hecho de que la política de Beijing en el Tíbet, es un fracaso colosal. La represión en casa daña a China en el extranjero al empañar su imagen global.
El silencio es inexcusable.
Debemos pedirle consistente y persistentemente a Beijing que defienda la libertad religiosa en aras de los derechos humanos y la estabilidad por igual.
El presidente Xi debe escuchar repetidamente del presidente de EE.UU., Barack Obama y de otros líderes, que las políticas de China ignoran la creciente evidencia de que la libertad, no la represión, crea sociedades pacíficas y prósperas. Tales sociedades están garantizadas por honrar la dignidad y el valor de las personas, potenciando y fomentando su participación en la sociedad civil, protegiendo sus libertades en la legislación y en la práctica, y permitiendo el derecho fundamental a practicar su fe y vivir sus vidas de acuerdo a su conciencia.
En un país tan grande, diverso y globalmente comprometido como China, la estabilidad duradera es imposible cuando se niega a las personas la libertad religiosa.
Si Beijing garantiza las libertades de todos, desde los budistas tibetanos a los uigures musulmanes y desde los cristianos hasta los practicantes de Falun Gong, esto va a ayudar, no a obstaculizar, la búsqueda de China de la seguridad.-
Abrams y al-Hibri sirven como comisionados en la Comisión de los EE.UU. sobre Libertad Religiosa Internacional.