Por Aloma Sellanes
23 de Enero de 2013-01-22
Al finalizar el 2012, se habían constatado en el Tíbet 96 autoinmolaciones que si bien comenzaron en febrero de 2009, tuvieron al año que terminó recientemente, como el período en el que se constataron más sacrificios de tibetanos.
Las autoridades chinas incapaces de hacer frente a ese modo de protesta por demás dramático, decidieron incrementar las medidas tendientes a poner fin a esas contundentes demostraciones en contra del régimen. Lo hicieron, como ya es práctica habitual dentro del Tíbet, sin siquiera cuestionarse las políticas que durante décadas han atentado directamente contra el corazón de la cultura tibetana. Si en algo ha demostrado coherencia el régimen tiránico chino, ha sido en su capacidad de culpar, nunca de asumir. Fieles a ello y consternados por las consecuencias que las autoinmolaciones comenzaban a tener a nivel mundial (declaraciones de preocupación por la situación en Tíbet de representantes de la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, y otros) los funcionarios chinos adoptaron medidas tendientes a aislar más aún a los tibetanos (miles de antenas parabólicas fueron destruidas para que no puedan captar información del exterior) y en especial a disuadirlos de autoinmolarse. Se dictaron decretos en los que se determina que aquellos que ayuden o cooperen con los autoinmolados serán objeto de las más severas penas. Los tibetanos debieron sumar así, a su duelo por la muerte de un ser querido, allanamientos de sus hogares, arrestos indiscriminados y posibilidad de sentencias de prisión. Por supuesto, también se dirigió una vez más el dedo acusador hacia el Dalai Lama y el exilio tibetano, como propiciadores de las autoinmolaciones.
Ante tal recrudecimiento de la represión, y luego de varios días en los que no se tuvo noticias de autoinmolación alguna, comenzaron las especulaciones sobre la posible desactivación de esta forma de protesta. Pero a poco de comenzar a andar el 2013, llegó el primer sacrificio del nuevo año, y a la fecha ya se han constatado 3 en lo que va de enero. Tres jóvenes tibetanos ofrecieron su vida inmolándose a lo bonzo en la esperanza, al igual que todos sus predecesores, de lograr la justicia para su pueblo y la salvación de su cultura, así como el retorno de su líder espiritual, el Dalai Lama a su tierra.
Mientras se acerca la fecha del cambio de mando, los cerebros estrechos de los funcionarios chinos, deben estar pergeñando más medidas para luchar contra una forma de protesta que parece, hasta ahora, imposible de dominar, sin darse cuenta que en ese “luchar contra” está el germen de su ineficacia, la razón de su fracaso. Mientras no respeten a los tibetanos como sus iguales, mientras no les reconozcan todos los derechos fundamentales, mientras no les admitan su legítimo derecho a manejarse dentro de los patrones de su propia cultura, mientras no dejen de vilipendiar al Dalai Lama, mientras no le permitan volver al Tíbet, el Tíbet seguirá siendo un obstáculo insalvable y un motivo de condena al régimen y sus políticas.
Seguiremos esperando que cuanto antes, aparezca en el escenario político chino alguien con la sensatez y el coraje como para admitir que la responsabilidad de la tragedia tibetana recae completamente en su régimen represivo. Mientras tanto, debemos seguir haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para que los tibetanos del Tíbet sepan que nuestras voces libres son el eco de su resistencia y su sacrificio.-