Minxin Pei dice que el que fuera una vez el irrefutable gobierno del Partido Comunista está siendo probado hoy por un pueblo chino más confiado, y los líderes que se preparan para tomar el mando tienen razón para preocuparse
Minxin Pei
The South China Morning Post | Insight & Opinion
Sábado, 3 de noviembre de 2012
Algunas veces los libros que leen los máximos líderes de un país pueden revelar mucho sobre lo que ellos están pensando. Por eso uno de los libros recientemente leído por algunos de los futuros miembros del Comité Directivo del Politburó del Partido Comunista Chino puede convertirse en una sorpresa: El Viejo Régimen y la Revolución, de Alexis de Tocqueville.
Estos líderes, a quienes el partido les pasará el bastón en el 18º congreso, programado para el próximo jueves, se informa que no solo leyeron el diagnóstico de Tocqueville de las condiciones sociales en la víspera de la Revolución Francesa, sino que también lo recomendaron a sus amigos. Si es así, la pregunta obvia es por qué los futuros gobernantes de China están circulando un clásico extranjero sobre la revolución social.
La respuesta no es difícil de encontrar. Con toda probabilidad, estos líderes sienten, ya sea instintiva o intelectualmente, una crisis inminente que podría poner en peligro la supervivencia del partido en el mismo modo que la Revolución Francesa terminó con el reinado de los borbones.
Los signos reveladores de la ansiedad son ya visibles. La fuga de capitales de China se encuentra ya en un máximo histórico. Las encuestas entre los millonarios en dólares de China revelan que la mitad de ellos quieren emigrar. En medio de la intensificación de los llamados por la democracia, el líder chino a la espera, Xi Jinping, se informó que se reunió con el hijo del fallecido Hu Yaobang, reformador político e ícono de los chinos liberales. Aunque no hay que leer demasiado de esta visita, es seguro decir que el próximo líder de China sabe que el Reino Celestial se está volviendo inestable.
La idea de que alguna suerte de crisis política envuelva a China en los próximos años podría parecer a muchos, -particularmente hombres de negocios y élites políticas de occidente, que han dado por garantizado el poder y la durabilidad del Partido Comunista- absurda. En sus mentes, el partido en el poder parece indestructible. Pero varias tendencias emergentes, inadvertidas o señaladas solo en forma aislada, han alterado en gran medida el balance del poder entre el partido y la sociedad china, con el primero perdiendo credibilidad y control y la segunda ganando fuerza y confianza.
Una de tales tendencias es el surgimiento de figuras independientes de pública autoridad moral: exitosos hombres de negocios, respetados académicos y periodistas, famosos escritores e influyentes bloggers. Para estar seguro, el partido ha seguido la estrategia de poner de su lado a las élites sociales desde la masacre de la Plaza de Tiananmen de junio de 1989. Pero gente como Hu Shuli (quien fundó dos influyentes revistas de negocios), Pan Shiyi (un abierto promotor inmobiliario), Yu Jianrong (un científico social e intelectual público), Wu Jingian (un destacado economista) y los bloggers Han Han y Li Chengpeng lograron éxito por sí mismos, y han mantenido su independencia.
Tomando ventaja de internet y weibo (el equivalente chino de twitter) ellos se han convertido en defensores de la justicia social. Su coraje moral y estatura social los han ayudado, a su vez, a construir el apoyo de las masas (medido por las decenas de millones de seguidores en sus weibo). Sus voces a menudo, replantean los términos de política social y ponen al partido a la defensiva.
Para el partido, este desarrollo es claramente preocupante. Ahora están cediendo los puestos de mando dominantes de la política china a los representantes autónomos de las fuerzas sociales que no pueden controlar. El monopolio del partido de la autoridad moral pública se ha ido hace tiempo, y ahora su monopolio de poder político está en riesgo también.
Esa pérdida se agrava por el colapso de la credibilidad del partido entre la gente común. Sin lugar a dudas, la opacidad, el secreto y la inclinación a la mentira del partido, siempre implicó un problema de credibilidad. Pero en la pasada década, una serie de escándalos y crisis, que involucraron la seguridad pública, la adulteración de comida y medicamentos, y la polución ambiental, han destruido por completo la poca credibilidad que quedaba.
Uno de tales episodios fue la venta de la fórmula contaminada para bebés, en 2008. La supresión oficial de las noticias sobre el incidente (que ocurrió justo antes de lose Juegos Olímpicos de Beijing) no solo condujo a la muerte de al menos 6 niños, sino que también dejó a los chinos comunes, incluso más desconfiados de las autoridades. En el frente medioambiental, quizá el incidente más revelador es la preferencia de los residentes de Beijing de las lecturas de la calidad del aire de la embajada de los Estados Unidos, a las de su gobierno.
Para un régimen cuya credibilidad se ha ido, los costos de mantenimiento del poder son exorbitantes, y eventualmente insoportables, porque debe recurrir a la represión con más frecuencia y más dureza.
Pero la represión está dando rendimientos decrecientes para el partido, obligando a un tercer desarrollo revolucionario: la dramática disminución en el costo de la acción colectiva. Las autocracias se mantienen en el poder si pueden dividir a la población e impedir las actividades organizadas de la oposición. Aunque el partido no enfrenta ninguna oposición organizada hoy, confronta las actividades de protesta organizada virtualmente, a diario.
Sobre la base de estimaciones de sociólogos chinos, cada día ocurren, 500 conflictos, protestas colectivas y huelgas, casi cuatro veces más que una década atrás. Con la propiedad generalizada de teléfonos móviles y computadoras conectadas a Internet, es más fácil que antes organizar a los partidarios y aliados.
Además, el creciente desafío refleja la percepción del público de que en las autoridades ha crecido el miedo a la gente y la tendencia a ceder ante las demandas cuando confrontan a manifestantes airados.
En algunas de las más protestas colectivas de más alto perfil en el pasado año –la disputa por la tierra en Wukan, en Guangdong y las protestas medioambientales en Dalian, Shifang y Qidong- el gobierno dio marcha atrás.
Si gobernar por el miedo no es más sostenible, los nuevos gobernantes de China deben comenzar a temer por el futuro del partido. Mientras la revolución política silenciosa del país continúe desarrollándose, la cuestión es si ellos van a prestar atención a sus señales, o intentarán mantener un orden que –como en la monarquía francesa- no puede ser salvado.-
Minxin Pei es profesor de la cátedra de Gobierno en la Universidad Claremont McKenna y alto miembro no residente del German Marchall Fund de los Estados Unidos.