Por Athul Seti | The Times of India | 10 de junio de 2012
Cada año decenas de tibetanos arriesgan sus vidas mientras recorren cientos de kilómetros a través de las montañas cubiertas de nieve, evitando todo el tiempo el arresto de la policía china, para alcanzar Dharamsala. Un grupo de refugiados recién arribados le contó a Sunday Times qué significa escapar de su amada pero ahora desconcertante patria
Ella susurra a veces en los oídos de su amigo, mientras ambos estallan en risitas. “Ella está diciendo que los indios tienen ojos grandes” informa el intérprete con una sonrisa. El hielo se rompe, mientras Sonam y Lobsang se disponen a contar su historia. Los dos adolescentes arribaron recientemente al Centro Tibetano de Recepción en las afueras de McLeodganj, después de un arduo viaje de un mes, desde la provincia de Kham en Tíbet. Ambos eran parte de un grupo de 40 personas que desafiaron gélidas ventiscas, traicioneros pases de montaña y el peligro siempre inminente de ser capturados por la policía china. Cientos de tibetanos hacen este riesgoso viaje cada año, alimentados por la promesa de una vida mejor en un país donde su líder, el Dalai Lama, ha vivido en el exilio en McLeodganj desde 1959.
Muchos de estos refugiados son niños como Sonam y Lobsang, cuyos padres arreglaron su escape para que pudieran tener una buena educación, especialmente en idioma tibetano, algo que no es posible si ellos permanecen en su país. De hecho, Sonam y Lobsang estudiaron en escuelas chinas por unos pocos años, antes de abandonar debido a la alta matrícula de 4000 yuanes por año. “Mi familia no podía pagarlo” dice Sonam, quien tiene 14 años y es gregaria como otras chicas de su edad. Pero la mención de su familia, nubla sus ojos. “Mi padre es un granjero y no tiene mucho dinero. Pero él estaba determinado a enviarme aIndia. Él me dijo que es por mi propio bien y que tengo que ser valiente y poner a mi familia orgullosa” dice.
Lobsang mueve su cabeza en aprobación. Él es un año mayor que Sonam y viene de la misma aldea que ella. Él recuerda que antes de que ellos salieran para India, su padre le había hablado sobre los peligros que envolvían al viaje”. “Él me dijo que supondría días de caminata en regiones montañosas deshabitadas, en el terreno montañoso más difícil del mundo: los Himalayas” dice.
“A menudo, las personas caen en las grietas, se quedan ciegas o sufren quemaduras, o pierden sus pies o sus dedos. Pero eso no es nada, me dijo, comparado con lo que sucedería si nosotros cayéramos en manos de los chinos. Unos años atrás, uno de mis parientes fue tomado mientras estaba haciendo el viaje. Fue golpeado tanto que quedó medio muerto cuando ellos terminaron con él. Luego, lo pusieron en prisión”.
A pesar de los peligros, Lobsang recuerda a su padre diciendo, que el viaje sería una gran aventura y le daría el coraje de enfrentar la vida porvenir. “¿Estás asustado o estás listo?, me preguntó. Yo me sentía asustado pero le dije que estaba listo”.
Fue entre este miedo y el optimismo que los dos adolescentes y sus familias comenzaron a hacer las preparaciones para el viaje. Un mes antes de que ellos dejaran la aldea, fueron compradas las provisiones, subrepticiamente, para no elevar sospechas de que estaban preparando un largo viaje. “Recolectamos mucha cebada. Mi madre acostumbra hacer tsampa (harina de cebada tostada). Ella dijo que tomáramos unas pocas cucharadas llenas en intervalos regulares, lo que nos ayudaría a aumentar nuestra energía” recuerda Sonam. Luego, vino la tarea de recaudar fondos para el viaje. Ir a la India requeriría los servicios de un guía, lo que cuesta entre 10 y 50 mil yuanes por persona. Lobsang dice que su padre vendió una porción de su tierra para pagar el viaje. “Uno de mis tíos se puso en contacto con un agente en Lhasa, que había organizado el escape de otro grupo de tibetanos, un año atrás. Él quería 30 mil yuanes por cabeza para conseguir un guía que nos acompañara hasta salir del Tíbet, pero finalmente arreglaron por 22 mil. Sin embargo, él dijo que el guía iría con nosotros solo hasta Nepal. Si la policía nepalí nos agarraba, estábamos solos”.
Finalmente, llegó el tiempo de partir. Era una noche sin luna, dice Lobsang. “Recitamos una oración ‘ki ki so so lha gyalo (Puedan ser los dioses del Tíbet victoriosos). Y luego nos fuimos”. Además de Sonam y Lobsang, había algunos otros de su provincia, como Nawang, de 26 años, cuya motivación para hacer el viaje era realizar su sueño de convertirse en monje.
Sentado en el patio del Centro Tibetano de Recepción, el sol del verano brillando sobre su cabeza calva, él ve un cuadro de ecuanimidad. Pero dice que es duro olvidar la sensación de miedo que se cernía sobre su cabeza durante el viaje. “Fuimos llevados en camiones, escondidos entre la mercancía, a veces ganado, hasta la frontera. Mi corazón estaba en mi boca cada vez que el camión se detenía. Estaba temeroso de que un policía chino me diera un codazo en las costillas y me sacara. Pero los dioses me salvaron”.
En retrospectiva sin embargo, viajar en camiones fue quizás la parte más confortable de su viaje. La parte más dura comenzó cuando el grupo comenzó el lento y doloroso recorrido a través de los pasos de montaña y a través de la línea de nieve. “Todo lo que puedo recordar es que caminamos y caminamos” dice Sonam. “Era como si estuviera caminando en un sueño. Muchas veces, mis piernas solo se rendían, y me hundía en la nieve. Pero otras, me empujaban y me decían que me mantuviera caminando, de otro modo me congelaría”.
Ellos caminaban durante la noche y se escondían en cuevas durante el día. Una vez mientras caminaban, el guía que estaba conduciendo al grupo se detuvo, recuerda Nawang. “Él nos dijo que volviéramos inmediatamente y nos pusiéramos a resguardo. Había visto luces y sospechaba que las fuerzas chinas estuvieran buscando grupos como nosotros, a larga distancia, con cámaras de visión nocturna”.
El grupo pasó dos días escondido en una cueva. “Ninguno de nosotros podía dormir” dice Nawang. “Recuerdo que unos años atrás, las fuerzas de seguridad cerca del paso de Nangpa La, le dispararon a un grupo de tibetanos cuando estaba cruzando y dos monjas fueron asesinadas. Rezamos fervientemente para que fuéramos capaces de alcanzar nuestro destino a salvo”.
Sus oraciones fueron respondidas cuando llegaron al Centro Tibetano de Recepción en Katmandú, el que coordinó con la embajada india para facilitar su viaje hacia Dharamsala. Ahora, más de tres meses después de que ellos dejaron su hogar, Sonam, Lobsang y los otros de su grupo se preparan para su nueva vida. Ambos niños han sido inscriptos en una escuela tibetana, mientras Nawang está preparándose para ir a un monasterio en el sur de India.
Para los miembros de este grupo, un angustioso viaje podría haber terminado y comenzado algo nuevo y fresco. Pero como Nawang dijo, este no es el final de la historia. “Habrá nuevos grupos que continuarán haciendo el viaje, en orden de huir de la opresión. Esta historia terminará, solo cuando logremos la libertad. Hasta entonces, estamos obligados a escapar de nuestro propio país”.-