Yu Jie – Observe China | 6 de junio de 2012
Yu Jie, nacido en la provincia de Sichuan, es un escritor y acérrimo crítico de las violaciones a los derechos humanos en China. De 2005 a 2007, Yu sirvió como vice-presidente del Centro Independiente PEN. En 2012, él reside en los Estados Unidos, luego de un año bajo arresto domiciliario.
El 30 de mayo de 2012, en el municipio de Rangtang, Sichuan, una vez más una mujer tibetana se prendió fuego. Esto marcó un incremento en las inmolaciones de los pasados meses, con el total actual ubicado en 41 (38 dentro de Tíbet, 3 fuera), de aquellos, 30 murieron (29 nativos y 1 de fuera). Entre los que han muerto, 6 eran mujeres, 3 monjas, 2 pastoras y una estudiante.
En la prensa controlada por el partido comunista chino, sin embargo, ni siquiera se ha informado una palabra de esta tragedia incesante. De hecho, a la mayoría del público chino simplemente no le importa y juega mahjong como si nada estuviera pasando, canta karaoke como si nada estuviera pasando, comercia existencias como si nada estuviera pasando.
Para ellos, es como si el sufrimiento de sus vecinos tibetanos estuviera ocurriendo en otro planeta. Viendo que se considera que los 56 grupos étnicos de China forman juntos una sola familia nacional, ¿cómo es que el creciente número de muertos tibetanos no plantea la más mínima preocupación dentro de la comunidad han?
Esto es sintomático de un neo-nazismo creciendo dentro de la sociedad china. Cuando una sociedad fracasa en mantener la vida y la dignidad humanas en el nivel más básico, implícitamente se está allanando el camino a los dictadores para hacer el mal y dañar inescrupulosamente.
Después del caso de Bo Xilai, vimos gente en casa y afuera levantarse como si estuviera drogada, bullendo para que el partido reformista de Hu Jintao y Wen Jiabao tuviera éxito en cambiar el ambiente político de China. Pero estas personas son como monos, fácilmente engañados por las confusas e indecisas intenciones de sus amos.
Sin embargo, la promesa de reforma política china nunca ha sido mantenida. La opresión y la censura de la Era de Tiananmen continúan incluso hoy.
Para ver si los funcionarios del Partido Comunista tienen sinceras intenciones para la reforma política, uno no puede saberlo al mirar si ellos pueden situarse detrás de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, ni si han leído los poemas de Aliksander Pushkin, si no ver si ellos valoran la santidad de un individuo, la vida de un hombre común. Cuando Wen Jiabao calumnió a las víctimas tibetanas de inmolación, diciendo que ellas estaban bajo el hechizo de Su Santidad el Dalai Lama, él frustró todas las esperanzas de una reforma política real.
El partido reformista de Hu/Wen ahora ha llevado su engaño a su fin. Ellos sedujeron a la gente con la promesa de esperanza, solo para luego engañarla otra vez, con las viejas formas de gobierno. El constitucionalista Chen Yongmiao explica esto como “ser puesto en una habitación oscura, porque el gobierno es temeroso de lo que pasará si tu abres una ventana y el sol brilla a través de ella”. En consecuencia, la única luz que brilla en esta interminable noche oscura viene de las llamas que consumen los cuerpos de los tibetanos.
Lo que fluye en las venas de hombres y mujeres es sangre, no petróleo. Si un régimen embrutece a su gente en un grado tan atroz, ¿pueden ellos convertir la sangre en sus manos en gasolina inflamable? Según la enseñanza budista, el suicidio es un delito muy grave. Para los devotos tibetanos cometer un acto tan contrario a sus creencias, poner término a sus vidas en una forma tan extrema y violenta, es sin duda una prueba de que sus corazones están atrofiados, y en su interior, ellos ya han muerto.
Esta voz que disiente, incluso si los nobles caballeros del Partido Comunista se hacen los sordos para no escuchar, todavía habla. El que debe empezar a escuchar, sin embargo es el pueblo de China. Veintitrés años atrás, con el sonido de las armas del presidente masacrando a la gente de Lhasa, los escolares y los ciudadanos fueron forzados a renunciar a su creencia de que las fuerzas de seguridad chinas nunca dispararían sus armas contra ellos.
Por lo tanto, nuestras vidas y las vidas del pueblo tibetano están intrínsecamente entrelazadas. E, forma fiel a las palabras inscriptas en el muro del Memorial de Nueva Inglaterra en Boston, escritas primero por Martin Niemöller: “En Alemania, primero vinieron por los comunistas, y no dije nada, porque yo no era comunista. Después vinieron por los judíos, y no dije nada, porque yo no era judío. Luego ellos vinieron por los sindicalistas, pero no dije nada, porque yo no era sindicalista. Al final vinieron por mí, y ya no quedaba nadie para hablar por mí”.-