Por Stan Grant (CNN)
30 de enero de 2012
PROVINCIA DE SICHUAN, CHINA (CNN) – son más de las 10 de la noche cuando vemos una luz a la distancia. Hemos viajado por más de 3 horas con mucho viento, en una camino helado del oeste de China. Nuestra esperanza es llegar a la zona tibetana autónoma, en la montañosa región de la provincia de Sichuan, un área que se informa cada vez más cerrada en un creciente espiral de violencia.
Estamos muy cerca, a una hora o más o menos de distancia. Y entonces la luz.
En pocos minutos, nos paralizamos. Un policía está iluminando una linterna en mi cara.
Nuestro conductor chino ya está fuera del auto. No iremos más lejos esta noche. Controles policiales de este tipo están esparcidos por todos los caminos de esta provincia. Durante semanas, tibetanos étnicos y fuerzas de seguridad chinas han estado encerrados en un conflicto.
Monjes y monjas budistas han estado llevando a cabo el ritual de la auto-inmolación, prendiéndose fuego a sí mismos. Es una terrible protesta contra lo que ellos afirman es la actual opresión por parte de las autoridades chinas.
Mientras nuestro auto da vuelta, nuestro conductor llama a un contacto tibetano. Algo grave está pasando. El tibetano dice que su pueblo está lleno de policías y militares. Más tarde, informes de noticias locales dicen que dos tibetanos fueron muertos en las protestas.
Sin embargo, muchos de los pueblos que están situados en las montañas están habitados por chinos han, el grupo étnico dominante en China. Dentro de las casas, las luces están encendidas, mientras la gente come, mira TV y conversa. Preguntamos que están escuchando. Ellos dicen que tienen poco tiempo para los tibetanos. Los llaman perezosos y los acusan de vivir de las dádivas del gobierno.
Una mujer afirma que los chinos han están siendo blanco de violentas bandas tibetanas. Los informes de la prensa local dicen que más una docena de personas han sido asesinadas ya.
Hay histeria, intolerancia y miedo aquí. Son alimentados por el secreto del gobierno y una corriente constante de vehículos militares y policiales. Gran parte de la provincia está bloqueada.
En la ciudad capital de Chengdu, los vehículos de la policía están siendo movidos a su posición al amanecer. Pronto, ellos estarán en cada esquina, la policía armada patrullando las calles. Ellos están estrechando su control sobre este vecindario poblado por muchos tibetanos.
Es difícil conseguir gente que hable aquí. Vemos a un grupo de jóvenes monjes en una esquina y los saludamos. Ellos están de acuerdo con llevarnos a su vivienda. En un pequeño apartamento de un dormitorio, cuatro camas contra la pared atiborrando el cuarto y su comida atada en bolsas atadas, los monjes nos dicen que ellos son verbalmente abusados y hostilizados por la policía; empujados a un punto de quiebre.
“No puedo soportarlo mucho más”, dice uno.
Ellos están lejos de su casa en las montañas; incomunicados, no pueden siquiera hacer contacto por teléfono.
“Nos queremos ir pero no podemos, puedes ver toda la seguridad allí afuera. Donde quiera que vas ellos te ven. No podemos ir a ningún lado”, dice.
Le preguntamos si tiene miedo, pero él solo mira un retrato de Buda, con una sonrisa en su rostro.
“No puedo explicarlo” dice, “pero no tengo miedo”.
En su bolsa los monjes tienen un recuerdo de su líder espiritual el Dalai Lama, demasiado sagrado incluso para mostrárnoslo a nosotros. Esta bolsa, ellos dicen, lleva un sueño.
“Nosotros deseamos lo que la mayoría de los tibetanos desea: que el Dalai Lama retorne al palacio en Tíbet”.
Ellos saben de la auto-inmolación de otros budistas; dicen que ellos los apoyan y juran que eso continuará hasta que China abandone el Tíbet.
Para el gobierno chino, sin embargo, estos son hombres peligrosos, parte de lo que ellos llaman elementos “separatistas”, determinados a dividir el Tíbet.
A través de nuestra entrevista, hemos sido vigilados. Más tarde nuestro vehículo es seguido. Nuestro conductor dice que su familia ha recibido llamadas de amenazas por teléfono.
En nuestro camino al aeropuerto, un auto, bastante sospechoso, choca la parte trasera de nuestro taxi. Mientras hacemos nuestro camino a los mostradores de servicio, somos seguidos por policías de seguridad de particular, que hablan constantemente por sus teléfonos móviles. Finalmente al tratar de pasar por la seguridad del aeropuerto, somos tomados por la policía. Marchamos a la estación de policía del aeropuerto y somos detenidos e interrogados por cinco horas. La policía se queda con algo de nuestro video.
Ellos quieren saber con quién hablamos, qué estamos haciendo aquí, dónde hemos estado y por qué queremos cubrir esta historia. Nosotros tenemos nuestras propias preguntas, preguntas que las autoridades están respondiendo solo con bloqueos de caminos y policía.
Hay reclamos y contra reclamos en este oscuro conflicto. Todo esto se está desarrollando detrás de un velo secreto en las montañas del oeste de China.