Beijing está perdiendo su chance de reinstaurar las exitosas políticas de Hu Yaobang y ganarse a los tibetanos
(por Palden Gyal y Archer Wang, The Wall Street Journal, 17 de marzo de 2011)
Hay un dicho chino yi rou ke gang, el poder blando es más fuerte que el poder duro. Es tiempo para China de aplicar esto en Tíbet. Si Beijing continua tratando a los tibetanos como enemigos, ellos serán enemigos.
Un año después que el Partido Comunista llegó al poder en 1949, el Ejército Popular de Liberación entró en Tíbet. La tensión aumentó entre el liderazgo comunista y ateo de China y la devota sociedad budista de Tíbet, hasta que estalló un conflicto el 10 de marzo de 1959. Más de 87000 tibetanos murieron, según las estadísticas chinas oficiales, y el Dalai Lama huyó a la India.
Las décadas que siguieron vieron arrestos en masa y la requisa de toda la tierra privada, llevando a una hambruna generalizada. El Gran Salto Adelante de 1950 y la Revolución Cultural de 1966-76 llevaron sufrimiento colectivo a Tíbet junto con el resto de China. Después de la muerte de Mao en 1976, Den Xiaoping emergió como el máximo líder de China y confió en su camarada de armas de la Larga Marcha, Hu Yaobang, para reformar la política china hacia el Tíbet. Hu fue al Tíbet en 1980 y dijo que la política de línea dura de China había sido un absoluto fracaso. Sus primeras reformas fueron promover a los tibetanos a cargos de liderazgo; requerir que los funcionarios chinos han aprendieran el idioma y la cultura tibetana, y hacer menos severos los controles de Beijing sobre el culto religioso. Estas reformas fueron cálidamente recibidas por la población local, y fueron profundizadas y expandidas totalmente a principios de los ochenta.
Pero como otras reformas progresistas de ese período, esta política terminó abruptamente después de la muerte de Hu Yaobang y de las subsecuentes protestas por democracia. Una represión militar siguió en Lhasa, la capital del Tíbet.
Avanzando rápido hasta el 2008, y en el período políticamente cargado que llevó a las Olimpíadas de Beijing, la tensión anti gobierno otra vez estalló en Lhasa y se extendió rápidamente a través de la meseta tibetana. Veintidós fueron asesinados, 623 heridos –incluyendo 241 policías- según el gobierno chino. El número de víctimas tibetanas fue probablemente mucho mayor.
En un incidente similar de julio de 2009, la región predominantemente musulmana de Xinjiang en el noroeste de China fue testigo de un estallido de violencia étnica que resultó en 197 muertos y 1721 heridos. Beijing respondió cortando todos los accesos a Internet y a los teléfonos celulares de la vasta región por más de 6 meses después de los disturbios.
Inicialmente Beijing respondió a ambos levantamientos con similar represión con mano dura, pero las divergencias políticas que siguieron son dignas de mención. En un sorprendente gesto de moderación, Beijing despidió al jefe del Partido Comunista de Xinjiang y veterano de guerra, Wang Lequan. Él fue reemplazado por el tecnócrata chino han, Zhang Chunxian, un microblogger conocedor de la tecnología quien se ha propuesto ganar los corazones y las mentes de la población local como un nuevo líder del partido en Xinjiang. Beijing teme profundamente al fundamentalismo islámico haciendo incursiones en su frontera en Asia Central y un contragolpe nacionalista extremo de chinos han, de ahí la suavización de la política.
Contrasta con este aflojamiento, la actual política de línea dura hacia Tíbet, poblado en gran medida por budistas no violentos en vez de musulmanes potencialmente radicalizados. En la ola de violencia, el gobernador de Tíbet, Qiancba Puncog fue reemplazado por Padma Choling, un veterano conservador del Ejército Popular de Liberación. Y el reaccionario secretario del Partido, Zhang Qingli permanece firme en el cargo, quien continúa llevando a cabo su represión inflexible de cualquier atisbo de separatismo nacionalista y despidiendo a todos los funcionarios tibetanos locales de mente progresista.
Antes del aniversario de este año del 10 de marzo, Día del Levantamiento Tibetano, conmemorado por los exilados, el secretario del partido comunista, Zhang, prohibió a todos los extranjeros entrar al Tíbet. Él cito al “clima helado” y al “hacinamiento” como razones de la prohibición. Una razón más probable es el próximo aniversario de los 60 años de la “liberación pacífica” del Tíbet, el 23 de mayo y el tercer aniversario de los violentos acontecimientos de Lhasa. El aparato de seguridad de Beijing en Tíbet siempre está en alerta alta en esta parte del año políticamente sensible.
El comodín en todo esto es el Dalai Lama y la actitud de Beijing hacia él. Él tiene el potencial de resolver el tema del Tíbet pacíficamente y en el mayor interés de todos los involucrados. Es un error de Beijing esperar que este problema de su nacionalidad desaparezca con la muerte del líder de 76 años. Él no es sólo un símbolo acérrimo de la no violencia dentro y fuera del país, sino también el ancla de un enfoque del Camino Medio al que no se le ha dado adecuada consideración por parte de Beijing desde la muerte de Hu Yaobang.
En un impulso por la democracia en el movimiento tibetano, el Dalai Lama anunció la semana pasada que él renunciaría a su rol de liderazgo en el gobierno tibetano con sede en India. Su formal abdicación a la política aumenta la credibilidad en las próximas elecciones populares para elegir al tercer Primer Ministro de Tíbet por voto popular.
Esto no resolverá la disputa por la reencarnación entre el Dalai Lama y las autoridades chinas que han declarado que ellos elegirán su propio Dalai Lama cuando el titular muera, como pasó en el caso de la segunda figura religiosa más reverenciada de Tíbet, el Panchen Lama, en 1995. Pero el retiro del Dalai Lama como líder político disminuirá la oportunidad de Beijing de usar la política como excusa para reclamar legitimidad en el tema de la sucesión religiosa.
El fracaso de Beijing en utilizar la moderación del Dalai Lama para resolver este conflicto es no solo un signo de falta de previsión política sino también una falta de confianza e imaginación. Un movimiento internacional de jóvenes tibetanos y sus partidarios extranjeros abogando por la independencia, incluyendo organizaciones como Students for a Free Tibet (Estudiantes por un Tíbet libre) y el Tibetan Youth Congress (Congreso de la Juventud Tibetana) está ganando impulso a nivel mundial y es visto con alarma y como una amenaza por el gobierno chino. El movimiento se está multiplicando en la convicción de que la violencia debe ser contemplada como un resultado de la impaciencia por la falta de voluntad de China de buscar un serio acuerdo del conflicto, y sus conciliatorios gestos en Xinjiang como un resultado de la amenaza y actual violencia allí.
A lo largo de este conflicto de más de medio siglo, la brecha en la comunicación entre los dos pueblos ha perpetuado la falta de entendimiento. Pero la tecnología digital ha creado un entorno propicio para la juventud de ambos lados para interactuar y participar. La gente joven puede crear una atmósfera agradable para dar una solución basada en el mutuo interés y respeto, en lugar de aferrarse a un nacionalismo ciego.
El poder blando es más fuerte que el poder duro en resolver un problema difícil como la presencia China en Tíbet. El fracaso de la política china en Tíbet está ilustrado por los frecuentes disturbios civiles contra las políticas del gobierno, como las campañas de reeducación en curso. Si China (quiere) lograr real seguridad y estabilidad en Tíbet, es tiempo de retornar a las políticas de poder blando que Hu Yaobang implementó más de tres décadas atrás. Cuanto más afloje China su control, más estable y seguro será Tíbet.
El Sr.Wang es estudiante chino y el Sr. Gyal es estudiante tibetano, ambos de la Universidad de Duke.