En el 60 aniversario del Día del Levantamiento Nacional Tibetano, un escritor reflexiona sobre la lucha imperecedera de su pueblo.
Tricycl | Por Bhuchung D.Sonam | 10 de marzo de 2019
Tengo un recuerdo vívido del Día del Levantamiento Nacional Tibetano del 10 de marzo de 1987. Siendo estudiante de octavo grado, caminé desde nuestra escuela en Dharamsala, India, a Gangchen Kyishong, la ubicación del gobierno en el exilio, donde Su Santidad el 14º Dalai Lama iba a dirigirse a la concurrencia. El líder supremo de China, Deng Xiaoping, había señalado la posibilidad de un diálogo menos de una década antes, y la nueva política en el Tíbet se relajó con un enfoque especial en el progreso económico.
Ese día, sin embargo, el Dalai Lama nos dijo: “Es un error suponer que las simples concesiones económicas y las liberalizaciones pueden satisfacer a nuestra gente. El tema del Tíbet es fundamentalmente político, con ramificaciones internacionales, y como tal, solo una solución política puede proporcionar una respuesta significativa”.
Una vez terminados los discursos oficiales, los escolares marchamos cuesta abajo, agarrando carteles con consignas en contra de China y manifestando a los gritos hasta que nuestras gargantas se rindieron. En la baja Dharamsala, formamos un círculo alrededor de una efigie de Deng. Después de otra ronda de discursos ardientes y consignas ruidosas, un hombre alto con una túnica de piel de oveja blanca se acercó a la efigie con su daga levantada. Apuñaló la efigie de Deng en el pecho y sacó un corazón de oveja escondido allí. Mientras todos gritábamos: “¡Abajo Deng Xiaoping!” “¡Tíbet libre!” “¡ONU, queremos justicia!”. El hombre cortó un pedazo del corazón de Deng y mordió un bocado. Escupió sobre la figura y la prendió fuego; las llamas lamieron la efigie herida, los petardos estallaron en el aire, subió humo y chispas en todas direcciones. Y así hemos continuado con las manifestaciones anuales durante décadas, aunque la quema de efigies ha cesado.
Este año, el 10 de marzo se cumple el 60º aniversario desde que el Tíbet perdió su libertad, y los tibetanos y amigos del Tíbet deben reflexionar sobre cómo terminamos, dónde estamos y los desafíos que aún tenemos por delante.
Inmediatamente después de llegar al poder en octubre de 1949, la China comunista comenzó su toma militar de la meseta tibetana y, a principios de 1959, más de 20.000 soldados del Ejército Popular de Liberación (EPL) fueron acantonados en Lhasa. La tensión aumentaba en la capital del Tíbet.
A principios de marzo de ese año, el EPL invitó al joven Dalai Lama a asistir a un espectáculo de danza en su sede en Lhasa con una directiva de que no lo acompañara ningún guardaespaldas tibetano, ya que el EPL garantizaría la seguridad del líder tibetano. Además, dijeron que el viaje debía mantenerse en secreto. Esto era imposible, ya que las visitas del Dalai Lama siempre eran eventos públicos con decenas de miles de personas que se alineaban en las calles para ver a su líder.
Así que la población de Lhasa comenzó a sospechar. Alrededor de ese tiempo, en el Tíbet oriental, los comandantes militares chinos habían invitado a altos lamas a tales espectáculos y nunca se los volvió a ver. La fecha para el espectáculo teatral se fijó para el 10 de marzo. Ese día, más de 30.000 tibetanos se reunieron en Norbu Lingkha, el palacio de verano del Dalai Lama, presionándolo para que no asistiera al espectáculo chino.
El Dalai Lama, que tenía entonces 24 años, enfrentó un difícil dilema. Era, como él escribe en su autobiografía, “como si estuviera entre dos volcanes, cada uno de ellos podría estallar en cualquier momento. Por un lado, estaba la protesta vehemente, inequívoca y unánime de mi pueblo contra el régimen chino; por otro lado, estaba el poder armado de una poderosa y agresiva fuerza de ocupación”. Con la gran multitud que rodeaba su palacio, era casi imposible que se fuera.
Los generales del EPL se enfurecieron cuando tres de los ministros del Dalai Lama les dijeron que no asistiría. Un par de días después, el ejército chino disparó dos morteros contra el palacio de verano. Con la situación en un punto de ebullición, en la noche del 17 de marzo, el Dalai Lama escapó al exilio. Disfrazado como un soldado ordinario, salió de su palacio “sin oposición [y se movió] hacia el camino oscuro más allá”, según su autobiografía.
En la madrugada del 20 de marzo, las tropas chinas comenzaron el bombardeo del Norbu Lingkha y las áreas circundantes, que duró varios días. Un documento oficial chino confidencial, Estatus del Tíbet y Deberes Básicos y Educación, publicado por el Buró Político de la Región Autónoma del Tíbet (TAR, por sus siglas en inglés) en octubre de 1960, dice que “desde marzo de 1959 [hasta 1960] 87.000 enemigos fueron exterminados”. Independientemente de si el número de tibetanos muertos fue solo en Lhasa, esto es una prueba condenatoria de que miles fueron asesinados. Este momento crucial en la historia moderna del Tíbet llevó a la ocupación general del Tíbet por China.
En el exilio, el primer aniversario del 10 de marzo se celebró en Mussoorie, una pequeña ciudad en el estado de Uttarakhand, en el norte de la India, donde también se estableció el gobierno exiliado, la Administración Central Tibetana. En 1960, el Dalai Lama y su naciente administración se mudaron a Dharamsala, una pequeña estación de montaña abandonada, en Himachal Pradesh, y desde entonces, todos los aniversarios posteriores del 10 de marzo se han celebrado allí.
Al nacer en el Tíbet durante la Revolución Cultural, no tenía el concepto de Tíbet como un país separado u ocupado. Ni siquiera sabía que los chinos eran racial y étnicamente diferentes de los tibetanos. Mi conciencia política, como mi educación, solo comenzó en las escuelas de refugiados en la India. Participar en el aniversario anual del 10 de marzo tuvo un gran impacto en mí: escuchar discursos y ver a tibetanos más viejos gritar consignas, a menudo en inglés y en hindi. Ellos mostraban tanta pasión.
Para mí, el 10 de marzo no es simplemente otro día para marcar en el calendario o un ritual vacío. Es un vínculo histórico con lo que le sucedió al Tíbet en el pasado, lo que honramos ahora y lo que debe transmitirse a la próxima generación. Al igual que el principio budista de la interdependencia de todas las cosas, el 10 de marzo me conecta con nuestra historia, memoria, resistencia y resiliencia.
La migración a gran escala de tibetanos de la India, Nepal y Bután a Occidente a partir de la década de 1990 convirtió al 10 de marzo en un fenómeno global observado en Toronto, Nueva York, París y Sydney. La última vez que participé en la protesta del Día del Levantamiento en la ciudad de Nueva York, más de 2.000 personas marcharon por las calles y se reunieron frente al Consulado de China, lo que se celebra este día todos los años.
Como este año marca el 60 aniversario, es probable que las marchas de protesta, las manifestaciones, las apelaciones y las consignas sean más extensivas, más numerosas y más fuertes que en todos los años anteriores. Como lo he hecho durante más de tres décadas, me uniré al aniversario del 10 de marzo de este año aquí en la sede del gobierno exiliado en Dharamsala. Este es un recordatorio ferviente para mí de que nuestra lucha por la libertad perdura y que el largo camino nos llevará de regreso a nuestra tierra natal.-