The Washington Post | Por Michael Gerson | 5 de mayo de 2016
Cuando planteé una pregunta política, el Dalai Lama sorprendentemente (para un líder religioso) no fue propenso al moralismo. Le pregunté que pensaba sobre la reacción europea negativa contra la inmigración. “En el nombre de la compasión, por los que están desesperados, el reasentamiento es deseable.” “Pero los europeos” él continuó, “tienen el derecho a estar preocupados por su propia prosperidad; es mejor ayudar a la gente en su propia tierra.” Y agregó “es realmente complejo.”
En la conversación, la forma de pensar del Dalai Lama es totalmente empírica. Puedes verlo considerar un problema desde varios ángulos y revisar sus opiniones basado en un nuevo resultado. Es un budista que recomienda la “meditación analítica” en lugar de emplear ejercicios espirituales como un “tranquilizador.” La auto reflexión, él cree, debería ser la base para la acción en el mundo. Es vago hablar de paz, “sólo perturbará a algunas palomas,” dijo.
Durante décadas, el Dalai Lama ha corporizado la causa tibetana, la que una vez estuvo en el centro de los intereses de Estados Unidos en la Guerra Fría. Con esa causa ahora en algo así como una orfandad internacional, el Dalai Lama ha cultivado un diferente tipo de influencia, una celebridad mundial basada en un carisma espiritual.
Vi el carisma de cerca como el afortunado testigo de un evento singular. Bajo los auspicios del Instituto de la Paz de Estados Unidos, el Dalai Lama pasó dos días orientando a 28 excepcionales jóvenes líderes, hombres y mujeres que construyen la paz en zonas de conflicto en toda Asia y África, a menudo con gran riesgo personal.
El Dalai Lama es, a pesar de los recientes problemas de salud, vigoroso y aparentemente incansable a sus 80 años. Es informal y travieso (en un momento frotó su calva cabeza contra la barba de un alto clérigo musulmán). Es encantadoramente modesto: “No soy Dios,” dice la 14ª reencarnación del Señor de la Compasión. “No sé,” es un estribillo constante.
Pero su opinión sobre el mundo es también altamente consistente y ocasionalmente controversial. Él argumenta que la ética es primordial y unificadora, mientras que la religión pertenece “a un segundo nivel de diferencia.” Lo que él llama “ética secular” puede ser derivada de “la experiencia común y el sentido común,” que enseña “la uniformidad de la humanidad” y la capacidad universal para el amor y la compasión y también la necesidad de ambos. Como evidencia, él se vuelve a la neurociencia y a la investigación científica social sobre el desarrollo de los niños, más que a las escrituras. (Él ha dispuesto un plan de estudios de ciencia para los monasterios tibetanos.) Los seres humanos, en su opinión, son esencialmente buenos y responsables para hacer el bien. “Nosotros promovemos un mundo más compasivo,” dijo “a través de la educación, no a través de la oración.”
Si esto suena familiar, no está lejos de la ética social –no de la teología- de algunas cepas del protestantismo liberal. Y el Dalai Lama comparte algo con el Papa Francisco: una impaciencia con la religión institucional, la que él dice es propensa a ser “estrecha y rígida.”
El Dalai Lama es entusiasta en sostener que “todas las religiones llevan un mensaje de amor y compasión.” En momentos más cuidadosos dice, “todas las religiones tienen el mismo potencial.” Esto es verdad, desde cierta perspectiva. Cada una de las mayores religiones del mundo tiene recursos de respeto por el otro que puede (y debe) ser acentuado a expensas de elementos menos atractivos.
Algunos de los fieles resistirán la abierta insistencia del Dalai Lama de que la religión sea modernizada. “Algunas tradiciones deben cambiar. Lo digo a mis amigos hindúes que ellos deben cambiar el tratamiento de los marginados.” En el Islam, “el significado de la Yihad no es herir a otras personas.” Él describe a su propia tradición como “muy cerca del sistema feudal.” “Este no es un cambio en la religión. Es cambiar los hábitos debido a la tradición social.”
Lo esencial de la religión, un núcleo de la enseñanza humana que se encuentra en el juicio de las expresiones culturales tradicionales, es lo que ayuda a asegurar que la religión sea una fuerza cultural positiva.
La singularidad de la voz del Dalai Lama en los debates mundiales es su énfasis sobre la vida interior. Arraiga la búsqueda de la paz en una “mente calma”, y lo muestra. “El desarme interno,” les dijo a los jóvenes activistas, “comienza con un desarme interno. Si muestras enojo, las cosas empeoran. Una sonrisa genuina y un corazón bondadoso y una broma, son la única forma de sosegar las cosas.”
Es un buen consejo para todo el que enfrente un conflicto, así como la única base para la paz que implica la verdad, el perdón y la sanación.-