The Daily Signal | Por Nolan Peterson
La colonia de refugiados tibetanos Majnu Ka Tilla es un barrio caótico de callejones estrechos y viviendas precarias encerrados en una delgada franja de terreno entre la Autopista Nacional 9 y el río Yamuna.
La colonia de refugiados fue fundada en la década del 60 para consolidar las comunidades de refugiados en toda la capital de India en una sola locación. Hoy, cerca de 3000 tibetanos viven en Majnu Ka Tilla.
Restaurantes, casas de huéspedes, vendedores callejeros de comida y puestos de artesanía tibetanos se ubican en las estrechas calles, obstruídas por rickshaws, mendigos, perros callejeros, y mujeres llevando cargas imposibles en lo alto de sus cabezas.
Es el caos típico de una calle india. Pero en esta sección de la capital de India, los muros están cubiertos de grafitis con la leyenda “Free Tibet” y afiches del Dalai Lama. Hay un templo budista en el centro de Majnu Ka Tilla, frente al cual cuelga un gran afiche con una pizarra con el número de días que un trío de activistas tibetanos estuvo en huelga de hambre.
“Tú puedes caminar alrededor y hay tantas historias de gente que renunció a todo para venir a India,” dijo Lobsang Sherap, de 35 años, el gerente de una casa de huéspedes en Majnu Ka Tilla. “Eso índica cuán mal está el Tíbet.”
Genocidio Cultural
En su libro de 1957, Siete Años en el Tíbet, el montañista austriaco Heinrich Harrer escribió sobre sus aventuras en lo que llamó la “Tierra Prohibida”, en referencia a que el Tíbet estaba cerca de la total prohibición para los visitantes extranjeros antes de la invasión china de 1950.
“Los extranjeros con quienes me encontré durante los cinco años de mi estadía en Lhasa no eran más de siete,” Harrer escribió, refiriéndose a su tiempo en la capital tibetana.
El Tíbet no está más fuera de los límites de los extranjeros. Fuentes del gobierno chino dicen que 15 millones de turistas visitaron la Región Autónoma del Tíbet (TAR, por sus siglas en inglés) en 2014. Sin embargo, 65 años después de la invasión comunista china, el Tíbet es todavía una tierra prohibida. Pero por una razón completamente diferente: el Tíbet es ahora una prisión para los tibetanos que viven allí.
“Los tibetanos están encerrados en China, ellos no pueden ni siquiera viajar fuera de sus propias aldeas,” dijo Karma Rinchen, secretado adjunto del Departamento de Seguridad del gobierno tibetano en el exilio, durante una entrevista con The Daily Signal de Dharamsala, India.
“Un aldeano necesita al menos cinco permisos para viajar a Lhasa,” agregó Rinchen. “El gobierno regula completamente el movimiento de tibetanos dentro del Tíbet. Es un tipo de locura, en realidad.”
Dentro de las 474.000 millas cuadradas de la TAR, los tibetanos viven en una condición orwelliana de constante vigilancia del gobierno y movimiento restringido. Los tibetanos son objeto de prisión arbitraria y tortura. Su cultura, religión, historia e idioma soberanos están siendo sistemática y deliberadamente borrados en lo que el Dalai Lama ha llamado un “genocidio cultural” a manos del partido comunista de China.
“Una clase de genocidio cultural está teniendo lugar,” dijo el Dalai Lama en noviembre de 2011, refiriéndose a una cadena de autoinmolaciones de tibetanos dentro de China. “Ese es el porqué de estos tristes incidentes, debido a la desesperante situación,” agregó.
Desde 2009, 141 tibetanos se han inmolado en el Tíbet, 122 de los cuales ha muerto inmediatamente o poco después, de acuerdo a cifras oficiales de Dharamsala.
Según un informe sobre los derechos humanos en el Tíbet, del Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia: “las autoinmolaciones deben ser consideradas como un indicador del continuo deterioro de las condiciones dentro del Tíbet: la falta de libertad religiosa, la prevalencia de la detención arbitraria y la tortura, y el desigual acceso al desarrollo para los tibetanos.”
En 2008, las protestas contra el régimen chino asolaron el Tíbet antes de las Olimpiadas de Beijing. Las autoridades chinas, que culparon al Dalai Lama por las protestas, reaccionaron con la represión de las libertades tibetanas y un aumento de la vigilancia gubernamental para aniquilar cualquier vestigio de resistencia. En Lhasa, según las entrevistas con refugiados tibetanos, la policía china confisca teléfonos celulares al azar. Ser tomado con una foto del Dalai Lama o de la bandera tibetana, son fundamentos para el arresto.
“De cien tibetanos que huyen del Tíbet hacia India, 99 vienen aquí a aprender nuestra cultura y nuestro idioma,” dijo Sonam Tsering, de 30 años, propietario del Café Nechung, fuera de la Biblioteca Tibetana de Dharamsala. “”Teníamos que hablar chino en la escuela, y estaba prohibido tener fotos de Su Santidad en nuestros hogares. La cultura tibetana está muriendo en el Tíbet, nuestra filosofía, nuestra religión, nuestro idioma, todo.”
Tsering huyó del Tíbet cuando tenía 9 años, cruzando los Himalayas en un viaje de 23 días, desde el Tíbet a Nepal, en 1994. Tsering se fue solo, dejando a su familia detrás por una nueva vida en India. Ahora con 30 años, él no ha visto a su familia en 21 años.
“Siempre tenemos esperanza de que el Tíbet sea libre un día,” dijo, “si nosotros, el pueblo, seguimos al Dalai Lama 100 por ciento, entonces volveremos al Tíbet.”
Atrapados en el limbo
El asentamiento de refugiados tibetanos Sonamling, en Choglamsar, está ubicado sobre el río Indo, a a unas pocas millas de la ciudad del norte de India, Leh, capital de la región Himalaya de India, Ladakh.
No hay horizonte aquí. Sólo un estadio circundante de áridos picos de los Himalayas, coloreado en tonos de la tierra que contrastan agudamente con el profundo azul del cielo. Con una altura de 11.500 pies, el aire es delgado y frío. Pero el sol, con menos atmósfera para filtrarlo, es caliente. Uno puede ir de temblar a transpirar sólo por pararse fuera de la sombra.
Los monjes budistas en sus hábitos carmesí deambulan en las calles polvorientas, que están llenas de motos Royal Enfield, vacas y taxis compartidos. Los restaurantes sirven tsampa y té de mantequilla. Las paredes con ruedas de oración limitan los caminos, que los transeúntes giran mientras recitan el mantra budista “Om Mani Padme hum.”
Repartidos en toda India y Nepal, las colonias de refugiados tibetanos como la de Sonamling, se han convertido en cápsulas de tiempo de la cultura tibetana anterior a la invasión china de 1950.
“Volví al Tíbet en 1991 por dos meses,” dijo Topgyal Tsering de 47 años, durante una entrevista en las oficinas del gobierno tibetano en el exilio, en Sonamling. “Hubo muchos cambios. La cultura tibetana estaba desapareciendo muy rápido. No había más yaks, no más dzos poblando los campos. La gente no usa más las ropas tradicionales, y en algunos lugares está prohibido hablar el idioma tibetano.”
La necesidad de preservar su cultura, junto con la firme creencia de que el Tíbet un día volverá a ganar su independencia, ha dejado a la comunidad tibetana de refugiados en el limbo. “Los tibetanos no pueden integrarse a India porque si lo hacen, su cultura desaparecerá,” dijo Tsering.
Tsering huyó a través de los Himalayas hacia Nepal con su familia cuando tenía nueve años. él todavía tiene familia en el Tíbet, a la que llama regularmente. “No hablamos de política,” dijo. “Ellos tienen miedo de hablar de tales cosas por teléfono.”
Con China aniquilando la cultura tibetana dentro del Tíbet, Tsering dijo que las comunidades de refugiados tienen una responsabilidad especial de preservar la cultura, la religión y el idioma de su nación exilada.
“Nuestra cultura está desapareciendo, y no solamente por lo que los chinos han hecho,” dijo Tsering. “Los jóvenes refugiados tibetanos quieren ser más occidentalizados y es difícil recordarles sus raíces. Le corresponde a una comunidad preservar una cultura.”
Hablando en Majnu Ka Tilla, Sherap dijo: “Nací en India, pero soy primero tibetano. Cuando la generación de mis padres muera, sin embargo, no quedará nadie para recordar el Tíbet como fue una vez.”
Lazos de Familia
Dentro de casi todo comercio, casa de huéspedes y restaurant en Majnu Ka Tilla, hay un altar al Dalai Lama, usualmente rodeado de khatas y con ofrendas de comida a su frente. Los altares al Dalai Lama, ubicados dentro de las colonias de refugiados en toda India y Nepal, son ilegales dentro del Tíbet; un hecho que los tibetanos refugiados a menudo mencionan cuando ellos explican las condiciones de opresión que los incitan a huir de su patria.
Tsundue (quien pidió no dar su apellido debido a preocupaciones en materia de seguridad relativas a su familia en el Tíbet) tiene un altar al Dalai Lama sobre la caja en el comercio de artesanías que dirige en Majnu Ka Tilla. Desde los levantamientos de 2008 ha sido muy peligroso para Tsundue hablar directamente con su madre quien vive en Tíbet, por eso él le envía mensajes a ella a través de su hermano que es un monje en Kham, al este del Tíbet. El Dalai Lama, sin embargo, nunca es mencionado, por saber que esas dos palabras pueden disparar el interés de las autoridades chinas, probablemente espiando la conversación. “Mi madre les dijo a ellos (los chinos) que yo estaba muerto, entonces el tema está cerrado,” dijo Tsundue. “Pero tenemos que ser cuidadosos.”
Tsundue tenía 10 años cuando él y su tío escaparon del Tíbet cruzando los Himalayas hacia Nepal, cerca del Monte Everest. Él estaba en un grupo de treinta que incluía dos niños.
“Yo tenía sólo 10, pero puedo recordar que estaba muy asustado,” dijo Tsundue, quien tiene 25 años ahora. Su modo de hablar y apariencia es occidental. Vestía jeans y una remera, y tenía un ligero bigote y un corte de pelo hípster, largo arriba y rasurado en los costados. Sonreía mucho mientras hablaba fluidamente en inglés.
“Cruzamos los Himalayas en invierno,” continuó. “Teníamos que viajar de noche porque los soldados chinos estaban afuera y ellos nos dispararían si nos agarraban. Mi tío sostenía mi mano mientras caminábamos. Yo estaba prácticamente dormido y congelado, así que tuvo que tirar de mí.”
Al comienzo del viaje, después de cuatro días escondidos en la caja de un camión, el grupo de Tsundue tuvo que cruzar un río congelado. Los refugiados lo cruzaron cautelosamente, cargando sus pesos (todas sus posesiones comprimidas en una mochila) sobre sus cabezas. A metros de alcanzar la orilla opuesta, Tsundue cayó en el hielo. Su tío lo tomó y lo sacó del agua antes de que se deslizara bajo el suelo congelado.
“Después de eso mis piernas estaban mojadas, y mientras subíamos las montañas mis pantalones se congelaban tan duros como madera,” dijo Tsundue. “Daba asco.”
Tsundue y su tío no podían permitirse el lujo de comprar lentes de sol para protegerse de la ceguera de la nieve, que fue una preocupación constante debido a la reflexión del sol que enceguece. Como sustituto, ellos cortaron tiras de bolsas de basura y las ataron alrededor de sus cabezas. “Encontramos comerciantes que nos ofrecían vendernos lentes de sol,” dijo Tsundue. “Pero costaban 700 rupias. Demasiado caros.”
El grupo de Tsundue tomó una ruta a través de los Himalayas hacia Nepal. Sin ropa de montañista ni equipo, e incluso sin comida suficiente, ellos atravesaron algunos de los glaciares y terreno montañoso que Sir Edmund Hillary describió en su libro de 1955, High Adventure.
“Nos quedamos impactados al ver lo que teníamos adelante,”Hillary escribió, describiendo el área. “Era mucho peor de lo que había esperado. Frente a nosotros una gran cascada de hielo, se desprendían miles de pies de hielo en un enorme caos. La cascada estaba dividida por una gran roca, y el hielo surgía a su alrededor como la proa de un destructor.”
Las unidades de guardias de frontera chinos y nepalíes patrullaban la misma frontera del Himalaya que Hillary exploró. Para los refugiados tibetanos que intentan deslizarse a través de la emboscada, su meta es el centro de recepción de refugiados de la ONU, en Kathmandú, el que promete libertad y un camino para la comunidad de refugiados en India. Pero sólo llegar a Katmandú no es suficiente. Los refugiados tibetanos saben que ellos no estarán seguros hasta que salgan por la puerta del centro de recepción.
“Teníamos que vestir ropas nepalíes y fingir que éramos de Nepal,” dijo Tsundue. “Pero sólo cuatro de nosotros no fuimos puestos en la cárcel cuando llegamos.”
Tsundue dijo que sus padres lo enviaron a India para escapar de la influencia corrupta de la cultura comunista china. Dijo que Lhasa, una vez hogar del Dalai Lama, está ahora colmada de burdeles y alcohol barato. “Los chinos quieren destruir a los tibetanos como raza,” dijo. “Mamá estaba preocupada, sabes. Entonces ella quiso sacarme del Tíbet. Le dijo a mi tío que me llevara.”
Excepto por su tío, que ahora es un monje que vive en Nepal, la familia entera de Tsundue todavía vive en el Tíbet. Él no ha visto a ninguno de ellos por 15 años. Cuando la policía china comienza a preguntarles sobre el paradero de su hijo, la madre de Tsundue dice que él ha muerto.
“Después de arribar a India, me llevó siete años poder hablar con mi mamá,” dijo Tsundue. “Después de todo este tiempo, ella me envió una carta y puso una foto de ella. No la reconocí. Había olvidado como lucía.”
Además de su hermano, Tsundue tiene una hermana de 15 años que no conoció. Su madre estaba embarazada de ella cuando él abandonó el Tíbet, en el 2000.
“Estoy solo y no tengo familia aquí,” dijo. “Es una vida muy dura.”
Cuando Tsundue fue finalmente capaz de comenzar a llamar a su casa, se dio cuenta que su padre nunca estaba disponible para hablar. Su madre le decía que estaba fuera, de viaje o en el monasterio, cada vez que él llamaba. “Después de un tiempo, sospeché que algo estaba mal,” dijo. “Cuando ella finalmente me dijo que él había muerto, le dije ‘mamá, sabía desde hace mucho que algo le había pasado a papá’. Ella estaba intentando protegerme.”
Tsundue recientemente vio la película Unbroken, en el departamento de un amigo. La película es sobre un corredor olímpico estadounidense, Louis Zamperini, que sobrevivió a un accidente aéreo en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y pasó más de dos años en un campo de prisioneros japonés. La historia resonó en el refugiado tibetano de 25 años.
“Todavía tengo esperanzas en la libertad del Tíbet,” dijo Tsundue. “Todavía creo que un día voy a volver a casa y a ver a mi familia otra vez.”
Desmoronados
Las condiciones de los derechos humanos en la TAR han empeorado constantemente desde 2008, pero ellas son una carga desigualmente compartida. Los chinos Han que viven en la TAR no son objeto de la misma vigilancia del gobierno ni de restricciones sobre su movimiento, bajo las que viven los tibetanos, creando un estado de apartheid dentro del Tíbet.
El requisito para los tibetanos de obtener cinco permisos de viaje dentro de la TAR, por ejemplo, no aplica para los chinos Han, según los funcionarios de Dharamsala.
“Hay tensiones claras entre los chinos Han y los tibetanos dentro de la TAR,” dijo Sherab Woeser, profesor invitado del comité de investigaciones del Instituto de Política del Tíbet de Dharamsala. “Ellos viven en diferentes comunidades en la misma ciudad. Son como partes desconectadas.”
Las protestas de 2008 pusieron en evidencia las tensiones étnicas a punto de estallar dentro del Tíbet. Los manifestantes hicieron blanco en los comercios propiedad de los chinos, en Lhasa y, según agencias de noticias occidentales y chinas, los alborotadores tibetanos también atacaron a civiles chinos.
“Los tibetanos, como pueblo, han sido completamente marginados dentro de China,” agregó Woeser. “Y su resentimientoestá comenzando a salir.”
Los monjes capturados con fotos del Dalai Lama o banderas tibetanas están siendo forzados a someterse a “educación patriótica”, o son arrestados y torturados. En 1994, China prohibió las fotos del Dalai Lama en los monasterios tibetanos. Hoy esa prohibición se extiende a todos los hogares tibetanos e incluso incluye a los celulares inteligentes. Ser calificado de “separatista” es motivo de encarcelamiento. Algunas veces aquellos que son arrestados desaparecen sin explicación durante años. Ocasionalmente, los presos mueren a los días de ser liberados, debido a lesiones sufridas durante la tortura.
“La solución final al problema tibetano de China es que la cultura y la religión del Tíbet no existan más,” dijo Woeser.
Además de la deliberada represión del gobierno, algunos se quejan que la creciente desigualdad también está alimentando las tensiones étnicas. Según el censo chino, los tibetanos que viven en la TAR son menos educados, viven menos y hacen menos dinero que los que viven en otras regiones de China.
Durante los pasados 30 años, la TAR ha tenido la expectativa de vida más baja de China entre todas las regiones de China, 66.33 años en 2010.
La TAR también tiene también la tasa de mortalidad infantil más alta de todas las regiones de China. Cerca de un cuarto (23.5%) de los bebés nacidos en la TAR muere antes de la semana de nacidos. Esto es tres veces más que el promedio nacional chino de 8.6%.
La tasa de analfabetismo en el Tíbet es también la más alta de China. La tasa ha declinado significativamente desde 1990, pero con un 34.4 % en 2010, el analfabetismo es todavía seis veces más que el promedio nacional chino de 4%.
“Muchos padres envían a sus hijos aquí porque saben que ellos tendrán una vida mejor fuera del Tíbet,” dijo Tsering, hablando en el café que posee en Dharamsala.
Sin Escape
Escapar del Tíbet ha sido siempre peligroso. El Dalai Lama requirió de una escolta armada de los guerreros de la guerrilla tibetana Chushi-Gangdruk cuando huyó en 1959. Cuarenta y siete años después, en setiembre de 2006, la policía de frontera china disparó y mató a una monja tibetana de 17 años, Kelsang Namtso, mientras estaba cruzando el paso de Nangpa la, en Nepal, con un grupo de refugiados tibetanos. Ella estaba a solo 20 minutos de la frontera de Nepal. Un montañista rumano que era parte de una expedición de escalada en el cercano Cho Oyu, filmó la balacera.
Desde 2008, aumentó la seguridad en la frontera china, así como el apoyo y entrenamiento chinos a las patrullas de frontera nepalesas (una ruta clave para los refugiados tibetanos es a través de los Himalayas hacia Nepal) lo que ha hecho más duro el escape para los tibetanos.
“Ahora no hay forma de salir, ellos son completamente intolerantes al cruce de la frontera por parte de los tibetanos,” dijo Rinchen. “Y no es sólo el cierre de la frontera, China también ha retirado los pasaportes tibetanos.”
Según los funcionarios del gobierno tibetano en el exilio, después de 2008 el número de refugiados tibetanos decreció de entre 2000 y 3000 un año antes a cerca de 300 o 400.
“La frontera entre India y China está casi completamente sellada,” dijo Rinchen. “Es casi imposible salir. China está gastando mucho dinero para cuidar esta frontera y evitar que los tibetanos huyan. Es contundente. La gente no arriesga sus vidas para escapar de un país donde es feliz y tiene una buena vida.”
Rinchen es el segundo a cargo del Departamento de Seguridad del gobierno tibetano en el exilio. El Departamento tiene una amplia gama de responsabilidades y es equivalente a la fusión de la CIA, el Servicio Secreto y el FBI para el gobierno tibetano exilado. Aproximadamente cien funcionarios y agentes que trabajan para el Departamento, asisten al gobierno indio proporcionando seguridad para el Dalai Lama. Ellos también cazan a espías chinos en Dharamsala, defienden las computadoras del gobierno tibetano de los ciberataques chinos (los que son frecuentes) e interrogan a los refugiados tibetanos recién escapados del Tíbet sobre las condiciones dentro del Tíbet.
Rinchen dijo que los interrogatorios del Departamento de seguridad a los refugiafos pintan un panorama de las persistentes violaciones a los derechos humanos dentro del Tíbet, así como un sentimiento en ebullición contra el gobierno chino que no se ha abatido o disminuido en 65 años.
También admitió que debido al estricto control de China de la información que sale del Tíbet, los refugiados tibetanos entrevistados son la vía más confiable de enterarse de las condiciones sobre el terreno.
Aunque, admitió que el aumento de los medios de comunicación social ha ayudado a echar más luz sobre las violaciones de los derechos humanos, así como el trabajo de algunos blogueros tibetanos que toman enormes riesgos para pasar información.
“Es todavía muy difícil obtener información,” dijo Rinchen. “Es un trabajo duro y nosotros no tenemos muchos recursos. Y no estimulamos a las fuentes de dentro del Tíbet a que corran riesgos.”
Rinchen dijo que la información que recoge el Departamento de Seguridad es usada para informar a los abogados del gobierno en el exilio y para generar informes para los gobiernos extranjeros y los organismos internacionales.
“Esto no es sobre inteligencia militar,” dijo. “Es sobre documentar los abusos a los derechos humanos.”
Dexintoxicando la Mente
“Cuando llegamos a India,” dijo Choegyal Phuntsok, “entendí porqué nos habíamos ido.”
Phuntsok de 25 años, posee una tienda de artesanías en el Temple Road de Dharamsala, vende cuentas de oración de hueso de yak y pulseras bordadas con Free Tibet.
Tenía 10 años en 2005 cuando escapó del Tíbet hacia Nepal, cruzó los Himalayas en un grupo de 23, que incluia a su madre, padre, un hermano de 4 años y una hermana de 3.
Mientras explica su escape del Tíbet, Phuntsok repite los mismos desgarradores detalles que otros muchos refugiados. Su grupo podía viajar sólo de noche, dijo, lejos de los soldados chinos que patrullaban la frontera Himalaya.
“Si los chinos nos capturaban, ellos nos matarían,” dijo con una sonrisa relajada. “Durante el día, nos encondíamos en cuevas. Durante un mes entero nos movimos sólo de noche.”
Cada día, mientras los otros dormían, un hombre del grupo vestido con camuflaje para mezclarse con el terreno montañoso se prestaba como voluntario para explorar de antemano la ruta nocturna. Los deberes de exploración rotaban entre seis hombres, entre ellos el padre de Phuntsok.
Phuntsok dijo que la ruta a través de los Himalayas era extremadamente peligrosa. Su grupo pasó un frío extremo, las consecuencias psicológicas de la gran altitud y los peligros de viajar a través de los los glaciares y el escarpado terreno montañoso. Así como por los soldados armados chinos y nepaleses que patrullaban el área.
“Vimos varios cuerpos muertos a lo largo del camino,” dijo Phuntsok.
Los padres de Phuntsok decidieron llevaar a sus hijos en este peligroso viaje para que ellos pudieran tener una educación libre del “lavado de cerebro” de la China Comunista.
“En Tíbet, los chinos sistemáticamente erradican todo vestigio de la cultura y el idioma tradicional de la cultura tibetana,” dijo Phuntsok. En las escuelas chinas, a los estudiantes tibetanos se les enseña en mandarín, incluso cuando no es su idioma materno. Y los maestros chinos promueven una sesgada versión de la historia, que afirma que el Tíbet nunca fue independiente y que la invasión china de 1950 fue en realidad una liberación del Tíbet de los imperialistas occidentales.
(Como Harrer escribió en Siete Años en el Tíbet, había alrededor de media docena de extranjeros viviendo en el Tíbet al momento de “liberarlo”)
Phuntsok comparó sus primeros años viviendo en Dharamsala, India, entre los refugiados tibetanos como de “dexintoxicación” de su mente de la propaganda comunista china.
“Los tibetanos saben que si ellos vienen a India serán capaces de obtener una educación y aprender sobre la cultura tibetana,” dijo Phuntsok. “En el Tíbet no se nos permitía aprender sobre el Tíbet ni hablar en tibetano. No se nos permitía siquiera tener una foto del Dalai Lama en nuestro hogar. Ser tibetano es un crimen en China.”
Ahora, cuando me doy cuenta de lo que ocurrió en mi país, me siento enojado,” agregó Phuntsok.
A pesar de haber crecido y haber recibido su educación en India, el refugiado de 25 años dijo que siente que su vida en India es transitoria e impermanente. Si el Tíbet vuelve a ser libre, él volvería “en un santiamén”.
“Siempre deseo que mi vida, mi carrera, y que un día cuando tenga mi familia, todo sea en el Tíbet,” dijo. “Creo que un día los tibetanos obtendremos nuestra libertad, y veremos el Tíbet otra vez.”