BBC News | 20 de octubre de 2015 | Por John Sudworth
Lo primero que te sorprende de los monasterios que se aferran a las laderas de las montañas en el borde de la meseta tibetana, es su belleza.
Pequeñas y aisladas comunidades de unos pocos cientos de monjes, parecen imperturbables con sus estupas blancas y doradas y las banderas de oración contrastando con el casi imposible cielo azul.
Pero cualquiera que se detenga a hacer algunas preguntas (aunque ellas sean del tipo de las que nunca harán los turistas chinos que colman los autobuses) notará algo más, también:
Miedo.
Estamos serpenteando el largo camino desde la ciudad central de Chengdu a la región tibetana de Aba* en el noroeste de la provincia de Sichuan.
Vista como parte del “gran Tíbet” por los grupos de exilados, es un área que se encuentra fuera de los límites de la Región Autónoma Tibetana y por eso, en teoría al menos, los periodistas extranjeros no necesitan un permiso especial para estar aquí.
Pero muchos han sido devueltos en el pasado y nosotros nos estamos moviendo rápido, intentando no permanecer demasiado en ningún lugar.
Con los pórticos erizados de cámaras de video, es claro que se mantiene una cuidadosa vigilancia sobre estos monasterios.
Por eso las presentaciones tienen que ser breves y las preguntas directas. Pero encontramos que muchos monjes, a pesar de los riesgos, están dispuestos a hablar, aunque no en cámara.
“¿Qué piensas del Dalai Lama?” le pregunto a un monje mayor.
Su respuesta es típica, una vacilación, una ojeada alrededor, y entonces, en voz susurrante: “Él está siempre cerca de nuestros corazones.”
“¿Es peligroso hablar sobre él?”
“Lo es, lo es,” responde. “Puedo ser tomado así” y hace gestos cruzando sus manos mostrándome donde irían las esposas.
Él habla de su resentimiento hacia las restricciones sobre su libertad religiosa, sobre como –a pesar de los informes de que China ha estado suavizando las penas por llevar o exhibir retratos del líder espiritual tibetano exilado- ellos tienen que rendirle culto en secreto.
Y entonces se inclina y brevemente besa la mano de mi traductor. “He estado aquí por 20 años y nunca le he hablado a un extranjero,” dice.
“Estas cosas me han estado quemando por dentro, solo para decir que es suficiente.”
Escuchamos estos sentimientos repetidos, una y otra vez.
Una visita de Estado china a Gran Bretaña no podría parecer como una premisa obvia para un viaje de información a las remotas regiones tibetanas del país.
Con el presidente Xi Jinping a 8000 kms de distancia y hablando de un terreno común y de lazos económicos estrechos, sus funcionarios verían nuestro intento de reunir testimonio aquí como la usual búsqueda de problemas de la prensa extranjera.
Pero mientras el estrecho control de la cobertura sobre el Tíbet, del punto de vista doméstico, no es nada nuevo, queremos preguntarle a los tibetanos qué piensan ellos de los recientes esfuerzos de Beijing para mantenerlo también fuera de la agenda diplomática, la sombra que se cierne sobre la pompa y la ceremonia de Londres.
El profundo descontento con el encuentro del primer ministro británico, David Cameron en mayo de 2012, con el Dalai Lama, un hombre que China considera un peligroso separatista, se hizo evidente.
Las relaciones Reino Unido-China se encarrilaron nuevamente después de un gran acuerdo para limar asperezas, construcción de puentes y una declaración del Primer Ministro de que no tenía planes de volver a reunirse con el Dalai Lama otra vez.
Él hasta ahora ha cumplido su promesa, y muchos críticos ven un peligroso precedente en la disposición de Gran Bretaña de permitir al partido comunista chino poner un precio a la política exterior, a cambio de la gracia y el favor económico.
Finalmente pasamos inadvertidos por los puestos de control en el borde del condado de Aba, a 10 horas auto de Chengdu, y donde alcanzamos nuestro último destino, el monasterio de Kirti.
Uno de los centros más importantes del budismo tibetano, Kirti ha sido también el centro de uno de los más grandes desafíos a las autoridades chinas en décadas.
Los grandes disturbios del 2008 en el Tíbet comenzaron aquí y muchas de las más de 140 horripilantes autoinmolaciones han tenido lugar en Aba o en sus alrededores.
Las recientes protestas solitarias, con monjes llevando retratos del Dalai Lama a través del centro de Aba, a lo largo de la que ellos ahora llaman la “Calle de los Héroes”, se han encontrado con una respuesta fuerte.
El castigo por tal desafío puede ser de hasta cuatro años en prisión.
Durante nuestra visita, la ciudad entera de Aba estaba siendo sometida a uno de sus periódicos apagones de Internet, completamente desconectada desde principios del último mes, y los monjes nos dijeron que la gente había sido llevada simplemente por reenviar oraciones y mensajes del Dalai Lama.
China ha estado intentando por mucho tiempo forzar a la gente de aquí a volverle sus espaldas a su líder espiritual.
Entonces, ¿qué piensan ellos de los intentos de forzar a los gobiernod extranjeros a hacer lo mismo?
Sorprendentemente, en un tranquilo rincón, fuera de los muros del monasterio y a gran riesgo para ellos, algunos de los monjes accedieron a hablar con nosotros en cámara, siempre y cuando ocultáramos sus identidades.
“El Dalai Lama es el más grande Buda viviente para todos los tibetanos, y él es el único maestro en nuestro corazón,” me dice uno de ellos.
“Él es como el sol para nosotros,” agrega otro. “Todo el pueblo tibetano piensa lo mismo.”
“Cuando China le diga a los gobiernos extranjeros que no se reúnan con él, ¿ellos deberían escuchar?” pregunto.
“Ellos deberían reunirse con él,” insiste el monje.
Y entonces, ese miedo otra vez, palpable y real.
“Si el gobierno sabe que estamos hablando con usted, ellos nos arrestarán. Ha ocurrido antes.”
“Algunos de nosotros tratamos de contactar periodistas del extranjero online y hablar sobre el control del gobierno chino sobre el Tíbet. Tan pronto como el gobierno lo averigüe, nos arrestará.
Hay mucho más que me gustaría preguntarles pero, aunque fugaz, es al menos un testimonio real, voces reales de uno de los lugares más controlados del planeta.
Y es una prueba de que 50 años en el exilio no han hecho nada para disminuir la popularidad del Dalai Lama y su autoridad aquí.
Es esa popularidad la que quizás yace en el corazón de la continua preocupación de China hacia un hombre que ha pasado más de cinco décadas en el exilio, y por qué intenta tan duramente limitar su influencia en el escenario mundial.
Cuántos más gobiernos extranjeros cumplan, dicen los críticos, más abusos contra los derechos humanos se escurrirán de la visión internacional, y los temerosos monjes del Tíbet estarán más aislados.-