Los Angeles Times | Por Barbara Demick | 11 de setiembre de 2015
Gonpo Tso nació princesa.
Cuando era joven, vestía ropas adornadas con piel con gruesas cadenas de cuentas de coral colgadas alrededor de su cuello. Vivía en un castillo de adobe en el borde de la meseta tibetana, con una gran sala de recepción, suficiente para acomodar al millar de monjes budistas que una vez rindieron tributo a su padre.
Luego, una noche de 1958, cuando tenía 7 años, al regresar de una salida, Gonpo encontró que el Ejército Popular de Liberación acampaba frente a su casa. Los soldados chinos estaban sellando puertas y ventanas. Las mujeres se apuraban yendo de una habitación a otra con lágrimas en los ojos, tratando de empacar las posesiones de la familia.
Mientras su padre fue convocado a una reunión del Partido, los oficiales comunistas chinos ordenaron a Gonpo, su madre y hermana en un jeep hecho en Rusia y las llevaron de las tierras gobernadas por su familia durante generaciones.
Su expulsión comenzó una larga odisea de décadas en algunas de las zonas de China más olvidadas de la mano de Dios. A lo largo del camino, ella trabajó en las labores más serviles, casi perdiendo sus pies por congelamiento, mientras ordeñaba vacas en una granja cerca de la frontera con la Unión Soviética; ella ha sufrido desgarradoras rupturas con casi todos los que una vez amó.
“Cuando la gente se entera que soy la hija de un rey, ellos imaginan que debo ser verdaderamente malcriada, pero ellos no saben lo que he experimentado” dice Gonpo aquí en el pueblo de la cima de montaña que el Dalai Lama ha transformado en la capital del gobierno tibetano en el exilio. Ahora en sus 60 años, Gonpo es una mujer muy deprimida con una sonrisa aniñada que muestra dientes separados. Ella es tímida y al principio puso reparos cuando se le preguntó por su pasado.
“Trato de no hablar de él porque me pone triste,” se disculpa.
Sin embargo, ella sirve té y maníes con cáscara a los visitantes que llegan sin anunciarse a un apartamento pequeño donde ha vivido sola por dos décadas, a miles de kilómetros de su esposo y su hija.
Cuando finalmente accede a la inusual entrevista, no se permite llorar. Pero sus ojos permanecen húmedos mientras cuenta su historia, como si viviera en la perpetuidad de una pena.
Es una historia cargada de muchos reveses de la suerte, la ventana de una mujer a la torturada historia entre China y el Tíbet.
Gonpo es la heredera del ahora desaparecido reino conocido como Mei, que hasta mediados del siglo 20 tuvo su centro en Aba, una ciudad predominantemente tibetana de la provincia china de Sichuan.
Hasta 1950, el área fue gobernada por la familia de Gonpo. Aunque los chinos se refieren a su padre como un jefe tribal, los tibetanos usan la palabra gyalpo o rey, y se refieren a sus posesiones como el reino de Mei.
Pero cualquiera sea su nombre, el rey no reportaba ni al gobierno tibetano, ni a las autoridades chinas. Sus integrantes mantenían una independencia extrema, peleando a menudo contra otros gobernantes tibetanos que codiciaban su tierra y los yaks y las ovejas que eran su sustento.
Gonpo recuerda estar confinada al segundo piso de los aposentos de su familia cuando era una niña, incapaz de salir y jugar, dado su estatus real. Lo más divertido que tenía se daba durante las vacaciones, cuando su padre recibía a monjes del monasterio cercano de Kirti.
“Era divertido. Algunas veces los monjes jóvenes traían una pelota y la pateábamos alrededor de la casa,” recuerda.
La casa de adobe de tres pisos donde vivía la familia, todavía sigue en pie. Los altos muros que la rodean tienen parches de estiércol de yak, y el pasto crece hasta el techo. Fue usada como almacén durante décadas. El año pasado, el gobierno local erigió una placa y está discutiendo renovaciones para convertirla en una atracción turística.
Su padre, Rapten Tinley, un hombre alto y delgado con pómulos salientes y ceño fruncido, aparece en las fotos como si soportara el peso del mundo.
Hace pocos años, los vecinos erigieron un pequeño altar al rey en un arroyo cercano.
“La gente era muy leal al rey” dice Amdo Gelek, un historiador aficionado de Aba que ahora vive en el exilio en Dharamsala. Dice que su propio padre era un general de la milicia del rey. “Él intentó proteger a su gente de los chinos hasta el mismo final.”
En 1949, los comunistas de Mao Tse Tung establecieron la República Popular China y al año siguiente su Ejército Popular de Liberación invadió el Tíbet central. Habiendo visto la facilidad con la que los chinos llegaron hasta Lhasa, el padre de Gonpo instruyó a su gente a no resistir a los chinos.
Él era un pensador progresista, dice Gonpo, no apegado a los beneficios del poder como otras élites tibetanas. (“Él solía decirme que fuera humilde y me hacía hacer las tareas domésticas junto con los criados,” dice). Él inicialmente pensó que los comunistas chinos traerían muchas reformas necesarias al Tíbet. Asistió a una serie de encuentros en 1954 en Beijing, donde también se encontró con el joven Dalai Lama, que estaba siendo cortejado por Mao.
La luna de miel terminó en 1958, cuando el Partido Comunista puso en práctica lo que llamó sus “reformas democráticas.” El padre de Gonpo fue forzado a abdicar.
Sego, un vecino en sus 70 que fue uno de los amigos de Gonpo en su infancia, recuerda a la joven Gonpo como una chica que nunca se comportaba como una princesa.
“Algunas veces ella podía ser traviesa, pero era muy amable. Ella quería ayudar a limpiar y ayudar a los ancianos. Ella donaba su ropa.”
“Todos en la aldea estaban en lágrimas la noche que ellos se fueron” recuerda.
El exilio la llevó a Chengdu, la capital de la provincia de Sichuan. Mientras los tibetanos de Aba padecían hambre como resultado de la colectivización forzosa de sus granjas y animales, Gonpo inicialmente vivía con confort. Ella y su hermana mayor asistían a una escuela elemental china de elite y luego a la secundaria para minorías étnicas de Beijing. Su padre fue designado para la Conferencia Consultiva del Pueblo Chino, sostenido como un ejemplo de la minoría, pero la situación familiar se deterioró rápidamente.
En 1966, Mao lanzó la Revolución Cultural para reformar las estructuras de poder. Gonpo estaba en vacaciones de verano, visitando a sus padres y hermanas en Chengdu, cuando se la instruyó para que retornara inmediatamente a Beijing. Su padre y madre la vieron salir de la estación de tren, con una bolsa grande de caramelos en sus manos,indicándole que los compartiera con sus compañeros de asiento.
Nunca volvería a ver a sus padres otra vez.
De vuelta a la escuela, Gonpo de 15 años entonces, se convirtió en blanco de los fervientes estudiantes revolucionarios conocidos como Guardias Rojos.
Ellos la llamaron al patio de la escuela, donde fue forzada a pararse inclinándose sobre su cintura con sus manos detrás de ella. Los compañeros la golpearon con sus puños y le dieron puntapiés, gritando.
Gritaban que ella era una enemiga de clase. Su padre era un opresor que solía comer de los cráneos de los enemigos vencidos. Su familia, decían, tenía un telégrafo que usaban para enviar mensajes secretos al Dalai Lama, que había huido al exilio en India, siete años antes.
En octubre de 1966, dos meses después que Gonpo retornó a la escuela, su madre estaba viajando para visitar a familiares en el norte de Chengdu y desapareció durante una parada en la noche. La puerta de su habitación de hotel fue encontrada entreabierta, y la faja de su chuba, vestimenta tradicional tibetana, encontrada sobre el piso, pero su cuerpo nunca fue localizado.
Unos pocos días después, su padre, buscando a su esposa, saltó en un río y se ahogó en un aparente suicidio.
“Tus padres ya no están más,” le informó un compañero de clase a Gonpo. “No estás permitida a llorar porque tu padre era un contrarrevolucionario y un reaccionario.”
Fue casi un alivio cuando en 1968, Gonpó se enteró que sería exilada a más de 3000 kilómetros, para trabajar en el complejo de una granja militar en Xinjiang, a unas pocas horas de la frontera con la Unión Soviética.
Ella se levantaba antes del amanecer para ordeñar a las vacas, luego caminaba más de 16 kilómetros hacia el campo, parte del camino a través de pantanos. Allí, ella se enteró que el único familiar que le quedaba, una hermana que se había convertido en doctora, había fallecido a causa de la viruela.
La única parte brillante de la granja, era un atractivo joven chino han que había sido exilado también como enemigo de clase, aunque sus antecedentes no eran considerados tan malos como los de ella. Cuando a Gonpo le fue dada una cuota de leche para vender, él llevaba a sus amigos para que le compraran.
Llevó pocos años que se dieran cuenta que era amor, no lástima.
Los matrimonios étnicamente mixtos eran inusuales en la época y las autoridades desaprobaron la relación. No se le dio permiso a la pareja para casarse sino hasta 1976, el año en que Mao murió. Para entonces, la Revolución Cultural estaba terminada y un período de relativa liberalización había comenzado.
Gonpo y su marido fueron autorizados a mudarse a Nanjing, la ciudad natal de él, en el este de China. Gonpo fue a la Universidad de Maestros y luego consiguió un trabajo para enseñar música en una escuela elemental china. Tuvo dos hijas y se asentó en una vida tranquila, sus colegas desconocían su pasado.
Un día, dice, un gran auto conducido por un chofer que pertenecía al líder local estacionó enfrente de la escuela. Mientras los profesores y estudiantes observaban boquiabiertos, se le ordenó a Gonpo que subiera y se reportara en las oficinas del Partido Comunista. Un tibetano miembro del Gabinete chino había descubierto su identidad e indicó a los funcionarios del Partido que le dieran un trato especial.
A los pocos días, se le asignó a Gonpo y su familia un nuevo apartamento en un edificio de élite.
“Mejor tómalo porque los vientos políticos alrededor cambian más rápido que el clima del verano,” le aconsejó su suegro. Se le dio una media docena de puestos oficiales.
Eran los 80, y el Partido Comunista estaba haciendo esfuerzos para incorporar a los tibetanos. Se le permitió a Gonpo visitar Aba en 1984, por primera vez desde su expulsión, y ella se sintió anonadada por el nivel de destrucción. En el cruce de caminos principal, donde el monasterio de Kirti fuera una vez el centro de la ciudad, sólo había escombros.
Gonpo dice que se apoyó sobre las ruinas de una puerta y lloró.
Viendo su llanto, la gente cercana se sintió curiosa. ¿Quién era esta extraña?
Inicialmente Gonpo era reacia a responder, pero finalmente ella se armó de coraje. “Soy la hija del rey,” dijo.
Los tibetanos se precipitaron hacia ella, abrazándola.
“Fue como si fuéramos parientes perdidos hacía mucho,” dijo. “Todo lo que pudimos hacer fue abrazarnos unos a otros y llorar.”
Gonpo no era infeliz en China. Ella amaba a su marido. Pero sentía que su herencia se escabullía bajo la parafernalia de una vida cada vez más cómoda. Había olvidado tanto el tibetano que necesitó un intérprete en 1987 cuando se reunió en Beijing con el Panchen Lama, la figura más importante después del Dalai Lama.
“¿Qué clase de muchacha tibetana eres tú?” recuerda que le preguntó el Panchen Lama. Él le sugirió que fuera en peregrinación a la India, el lugar de nacimiento del budismo y hogar del Dalai Lama en el exilio.
Cuando Gonpo fue a India en 1989, llevó la mayor de sus dos hijas, entonces de 10 años, pero dejó a su marido y a una hija de 9 en Nanjing con la promesa de volver después de dos meses. Una vez en Dharamsala, comenzó lecciones de tibetano con Kirti Rinpoche, el principal del monasterio de Kirti, quien estaba también en el exilio. El Dalai Lama la nominó para servir en el parlamento en el exilio.
Los meses se convirtieron en años y luego en décadas. Su hija mayor creció y se trasladó a Nueva Delhi. Gonpo no volvió a ver a su marido y a su hija menor hasta 2005, cuando ellos fueron a India a visitarla.
“Era la única hija viva del rey Mei. Me sentí obligada a quedarme aquí,” dice Gonpo.
“Personalmente mi marido y yo estábamos tristes. Pero él entendió también que en el gran esquema de las cosas, la cuestión del Tíbet era más grande que las de la familia,” dice. “En las raras ocasiones que nuestra familia puede estar junta, lloramos mucho.”
Los últimos años nos han traído más dolor. De 135 personas que han muerto por autoinmolación en las comunidades tibetanas, protestando contra la dominación china, más de 30 fueron actuales o ex monjes de Kirti.
Al menos 8 eran de Meruma, un racimo de pequeñas aldeas dentro del condado de Aba, donde los funcionarios clave y su séquito habían vivido. Según un historiador local, varios de los autoinmolados eran nietos de aquellos funcionarios.
“Es muy duro incluso hablar sobre esas preciosas vidas que estamos perdiendo una tras otra,” dice Gonpo.
No obstante, habiendo sido educada dentro del sistema comunista chino, Gonpo no es particularmente anti China. Lo único que hace que ella levante la voz es la continua campaña del Partido Comunista contra el Dalai Lama.
“Eso rompe mi corazón,” dice. “Le duele a todos los tibetanos. No puedo entender por qué los chinos no entienden que esto solo les causa más problemas.”
Gonpo trabaja diariamente como traductora de documentos del chino al tibetano en la Administración Central Tibetana, el gobierno en el exilio. Caminando fatigosamente para arriba y para abajo de la montaña, con lentitud por sus pies dañados por el congelamiento, ella es una figura familiar en Dharamsala, donde todos ahora se dirigen a ella por su título: princesa.-