La historia de un hombre que pidió por justicia y movilizó a toda una nación
VOA Tibetan | 1º de agosto de 2015
Dos semanas después de la muerte en prisión de Tensin Delek Rinpoche, uno de los prisioneros políticos más conocidos del Tíbet, otro reconocido prisionero político ha sido liberado después de servir una sentencia de ocho años. Las autoridades chinas evitaron que él recibiera una bienvenida de héroe, conduciéndole a su casa desde la prisión a la una de la madrugada del viernes. Pero a las horas, las noticias de su liberación habían alcanzado el mundo exterior, provocando celebraciones en las comunidades tibetanas de todo el mundo. La razón del regocijo yace en el hecho de que el prisionero político liberado por sí solo puede haber afectado la conciencia y la identidad de todos los tibetanos de hoy, y tuvo un impacto en el curso de los acontecimientos en el Tíbet en los últimos 8 años.
Para los tibetanos que han vivido a través de la agitación política y las campañas represivas que sacudieron al Tíbet durante los últimos años, el 2007 es un año que se siente muy distante y casi de otra época.
Desde las protestas históricas de 1989 que tuvieron lugar en Lhasa, la capital del Tíbet, que fueron reprimidas con violencia y con un castigo generalizado que tocó la vida de miles tibetanos, el Tíbet ha permanecido bajo el estrecho control de las fuerzas de seguridad chinas, con solo pequeñas protestas y expresiones individuales de disenso en casi 20 años. El período vio un progresivo endurecimiento de las políticas que gobiernan la religión y la cultura tibetana, y de las libertades individuales, junto con la explotación a gran escala de la tierra tibetana, ataques contra el Dalai Lama, y por primera vez desde 1960, la extensión de las políticas represivas que gobiernan la Región Autónoma del Tíbet a todas las áreas autónomas tibetanas de las provincias chinas vecinas.
En 2007, Rungye Adak habló abiertamente desde el escenario en un festival de carreras de caballos. Su discurso conmovió a la audiencia compuesta por miles de personas, y actuó como una flecha arrojada en el cielo nocturno para los tibetanos que habían estado en silencio por el temor y la intimidación por casi 20 años.
Adak no era un joven activista enojado, o un intelectual disidente, ni era un monje desesperado de un monasterio bajo sitio por la policía del pensamiento. Él era un pastor de mediana edad con varios hijos, y un hombre respetado en su conservadora comunidad nómade.
Pero el 1º de agosto de 2007, en el festival del caballo de Lithang, uno de las reuniones sociales más grandes del Tíbet, que había sido recién permitido luego de años de prohibición por parte de los chinos, Rungye Adak se paró en el escenario de un modo calmo y sereno, ofreció una Katag (bufanda de seda blanca) al principal del monasterio local, el Kyabgon de Lithang, y luego tomó el micrófono. Habló elocuentemente sobre el sufrimiento de los tibetanos bajo el gobierno chino, pidió por la liberación de los presos políticos, y finalmente expresó su deseo por el retorno del Dalai Lama al Tíbet.
Adak no apareció enojado ni agitado mientras hablaba, como uno podría haber pensado dadas las consecuencias que trae el hablar en voz alta en el Tíbet. De hecho, si uno no estuviera escuchando cuidadosamente sus palabras, Adak se veía como si hubiera estado recitando una poesía o elogiando la reunión de miles bajo el azulado cielo tibetano. Y cuando miras el video de él en el escenario, con los jefes comunistas locales sentados frente a la multitud, es obvio que toma un período prolongado de tiempo el procesamiento de sus palabras por parte de la policía de seguridad, y para que ella se pusiera en acción y se lo llevara.
La detención de Adak fue seguida de protestas y peticiones por miles de tibetanos de Lithang que demandaron su liberación, insistiendo en que él no había transgredido ninguna ley china. La idea surgida del Tíbet en ese tiempo sugirió que el discurso de Rungye Adak puede haber sido incitado por una provocativa iniciativa china en los monasterios locales que requería que los monjes firmaran documentos afirmando que estaban contra el retorno del Dalai Lama al Tíbet.
El discurso de Rungye Adak se difundió rápidamente en todo el Tíbet, como lo hizo la noticia de que había sido acusado de “provocación para subvertir el Estado” y sentenciado a ochos años de prisión. El sobrino de Adak, Adak Lopoe, fue sentenciado a diez años, y un maestro local de nombre Kunkhyen tuvo una sentencia de nueve años, ambos por intentar informar al mundo exterior sobre la protesta de Rungye Adak, la que fue vista por las cortes chinas como un crimen contra la seguridad nacional.
Nada importante pasó en los siete meses que siguieron al discurso de Adak. Los tibetanos estaban acostumbrados a los incidentes de disenso y a las represiones que ocurrían de tiempo en tiempo. Pero las palabras claras y audaces de Adak, heroicas para casi todos los tibetanos que las escucharon, habían tocado la fibra sensible. Como una chispa de un pedernal en una noche sin luna, provocó que millones de tibetanos vieran su situación en un ejemplo vívido e intenso, y tomaran conciencia de las décadas de frustración e ira acumulada dentro de ellos.
En marzo de 2008, una vez más comenzó una acción provocativa por parte de la policía contra los monjes de Lhasa, la ciudad estalló en el levantamiento masivo más grande desde 1959, el que pronto se extendió a toda la región tibetana, un área del tamaño de Europa Occidental. Manifestaciones callejeras, protestas en los monasterios y templos, y ataques a banderas chinas sobre edificios oficiales asolaron la meseta tibetana. China respondió con asesinatos en masa de los manifestantes, bloqueos y campañas de reeducación forzada en los monasterios, y en arrestos, torturas y malos tratos de miles de tibetanos. Hubo historias de manifestantes muertos y luego incinerados en Lhasa, contadas por quienes resultaron heridos pero siguieron con vida.
Durante un año, la región tibetana entera estuvo bajo severo bloqueo mientras la policía armada perseguía individuos y hacía redadas en comunidades, encarcelaba a un sinnúmero de personas y las torturaba para que admitieran que el Dalai Lama y fuerzas hostiles extranjeras anti-China habían instigado la protesta de Lhasa. El hecho de que los tibetanos estuvieran sufriendo bajo el gobierno chino y las políticas chinas que gobernaban la cultura, la religión y la economía tibetanas como expresó Rungye Adak y como fue transmitido por las protestas en toda la nación en 2008, fue ignorado por los líderes chinos, tanto los locales como los de Beijing.
En febrero de 2009, un joven monje llamado Tapey se prendió fuego para protestar por la represión y violencia que los chinos estaban infligiendo en su monasterio y su comunidad. La escritora tibetana Woeser en un escrito sobre la autoinmolación de Tapey, dijo “las razones para su acción yacen en las protestas que estallaron en 2008; la prefectura de Ngaba en Amdo fue reprimida en un modo violento y sangriento por las autoridades locales, afectando a una mujer embarazada y a un niño de 5 años y ocasionando la muerte de más de 20 alumnas de enseñanza media de 16 años por disparos de la policía. Un año más tarde, en el tercer día del Año Nuevo Tibetano, la ceremonia de duelo por los difuntos se canceló; entonces fue cuando Tapey dejó el monasterio de Kirty, corrió por las calles y encendió sus hábitos rociados con gasolina. Desde dentro de las llamas él sostuvo una bandera tibetana y una foto del Dalai Lama; entonces fue baleado por la policía militar china”. Otros han sugerido que la protesta de Tapey también puede haber sido impulsada por el abuso y la humillación dirigida a sus maestros y altos monjes de su monasterio que fueron castigados por no denunciar a su líder espiritual, el Dalai Lama.
Desde la autoinmolación de Tapey en 2009, más de 140 hombres, mujeres y jóvenes tibetanos se han prendido fuego para protestar contra la represión en el Tíbet, la mayoría de ellos ha muerto. En casi todos los casos, los informes que han surgido luego afirman que los individuos eran casi invariablemente empáticos y muy espirituales y que estaban conmovidos profundamente por la situación límite de cada una de sus comunidades o por el Tíbet y la situación de los tibetanos en general. La respuesta oficial china a las autoinmolaciones en el Tíbet ha sido casi idéntica a la respuesta al discurso de Rungye Adak. En lugar de investigar cada caso y buscar entender las quejas que conducen a alguien a inmolarse, los autoinmolados fueron acusados de crímenes contra la seguridad nacional, etiquetados como extremistas y sus familiares y amigos acusados y sentenciados como cómplices.
Exactamente ocho años después que Rungye Adak tomó el escenario en el festival del caballo en Lithang, China aparece todavía como guiada por las mismas políticas de las que él habló en su discurso. En una posible señal que el Partido Comunista Chino no tiene ninguna idea nueva para resolver la situación tibetana, el politburó en una reunión en Beijing el 30 de julio se comprometió a tomar medidas para abordar la inestabilidad del Tíbet, que contienen la “batalla contra el separatismo”, y el endurecimiento de su posición contra el Dalai Lama, diciendo que el consentimiento del Partido Comunista Chino es necesario en la selección y designación de su reencarnación.
Sin embargo, mientras el pensamiento en Beijing puede no haber cambiado mucho desde 2007, la llamada de Rungye Adak para despertar al pueblo tibetano ha cambiado para siempre el modo en el que los tibetanos se ven a sí mismos y su situación bajo el gobierno chino. Los acontecimientos que se han desarrollado en el Tíbet desde el discurso de Adak indican que los tibetanos son plenamente conscientes de lo que China le está haciendo a su tierra y a sus vidas, y que los micrófonos en escenarios improvisados en todo el Tíbet no son solo para uso del Partido.-