The New York Times
Por Michael Buckley
30 de marzo de 2015
Nueva Delhi – China tiene más de 26000 grandes represas, más que todo el resto del mundo sumado. Ellas alimentan su insaciable demanda de energía y suministran agua para la minería, las fábricas y la agricultura.
En 2011, cuando China ya estaba generando más de un quinto del total de la energía hidráulica del mundo, la dirigencia anunció que el objetivo era duplicar la capacidad hidráulica del país en una década, para reducir así su fuerte dependencia de las centrales de eléctricas en base a carbón. Dado que los cursos de agua de China ya están llenos de represas, esta nueva energía hidráulica puede venir solo de un lugar: los ríos del Tíbet.
Los ríos caudalosos que pasan por profundos cañones en los bordes de la meseta tibetana generan la mayor potencia hidráulica del mundo. Las cabeceras de los siete ríos más grandes están en el Tíbet: ellos fluyen hacia los deltas más grandes del mundo y se expanden en forma de arco en toda Asia.
Dos de los ríos más salvajes del continente tienen sus fuentes en el Tíbet: el Salween y el Brahmaputra. Aunque ellos están bajo amenaza por el retiro de los glaciares, una preocupación más inmediata son las centrales de ingeniería china. Una cascada de cinco grandes represas está planeada tanto para el Salween, que ahora corre libremente, como para el Brahmaputra, en el que ya hay una represa operativa.
Las represas no benefician a quienes viven en el Tíbet. La energía generada es transferida a las ciudades industriales hambrientas de energía del lejano este. Los tibetanos están privados de su tierra por la fuerza; las protestas contra los proyectos hidráulicos están prohibidas o son violentamente dispersadas.
Incluso más alarmantes son los proyectos para desviar las aguas de los ríos del Tíbet para su uso en minas, fábricas y otras industrias. En el borde oriental del Tíbet, está planeado un mega desvío de sur a norte, que llevaría agua del Yangtze al Amarillo, los dos grandes ríos de China. Otros proyectos van por el desvío de agua del Brahmaputra, el Salween y el Mekong, todos ríos que cruzan los límites nacionales. Incluyendo China misma, más de dos billones de personas aguas abajo del Tíbet dependen de estos ríos. Represarlos y desviarlos tendrá un impacto severo en sus vidas y medioambiente, especialmente cuando se considera que el arroz y el trigo requieren cultivos intensivos en agua.
Los ríos apoyan ecosistemas enteros. Ellos llevan toneladas de ricos nutrientes aguas abajo, un coctel de elementos necesarios para el crecimiento de las plantas: nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio y calcio. El limo es esencial para la agricultura y para reforzar los deltas contra el crecimiento de los niveles del mar. Las represas bloquean el limo y bloquean la migración de los peces. En el Yangtze está la pesquería de agua dulce más grande de China, pero desde que concluyó la Represa de Tres Gargantas en 2012, la población de carpas río abajo ha caído 90%, según Guo Qiaoyu, de Nature Conservancy de Beijing.
Vietnam, Camboya y Bangladesh dependen fuertemente de los ríos nacidos en Tíbet. Más del 60% de la pesca anual de Camboya deriva del Tonle Sap, un lago que se repone por la inundación anual del Mekong. Durante la década pasada, como nuevas represas chinas se han colocado en fila sobre el Mekong, la pesca se ha desplomado. Las aguas crecen y bajan según el capricho de los ingenieros chinos.
Entonces, hay costos humanos directos por la construcción de represas y el desvío: comunidades enteras deben ser reubicadas de áreas inundadas por un embalse. A menudo se trasladan a tierras degradadas, donde viven en la pobreza o tienen que ser reubicados una vez más. De acuerdo a algunas estimaciones, los proyectos de energía hidráulica han forzado a migrar a unos 22 millones de chinos desde 1950.
En el Tíbet, desde 1990, al menos un millón de nómades y agricultores –un sexto de la población- han sido reubicados de las praderas, para dejar camino a las empresas mineras y a los proyectos hidráulicos. Estos “refugiados ecológicos” son empujados a guetos. Además, China reclama la completa soberanía sobre los ríos del Tíbet, inconsciente de las protestas de los tibetanos y de los pueblos aguas abajo.
Las Naciones Unidas han hecho muy poco y demasiado tarde. En 2014, la Convención sobre Cursos de Agua entró en vigor, estableciendo pautas para compartir recursos hídricos transfronterizos, pero no es vinculante. Más aún, China no es signataria, y tampoco lo son la mayoría de las naciones del sur de Asia.
Esto terminará de mal modo para las naciones de aguas abajo del Tíbet, las que compiten por el agua escasa. La construcción de represas y el desvío de aguas podría incluso terminar mal para China, al destruir las fuentes de los ríos Yangtze y Amarillo.
La solución a estos complejos problemas es simple: desde que estos enormes proyectos son realizados y financiados por el Estado, los líderes de China pueden cancelarlos a su voluntad. Aunque las campañas de ecologistas chinos han detenido algunos proyectos de represas, la presión pro-represas, respaldada por consorcios chinos, es poderosa. Hay alternativas a la interrupción de los ríos: China ha hecho grandes inversiones en energía solar y eólica, pero no la ha implementado significativamente en el Tíbet.
Los líderes de China necesitan considerar los costos de avanzar con determinación con estos proyectos. La salud de estos ríos es de vital preocupación para toda Asia.-