The Conversation
Por Tsering Topgyal*
24 de febrero de 2015
Hace tres cuartos de siglo de la coronación del Dalai Lama como el líder temporal y espiritual del Tíbet. Él tiene ahora casi 80 años y todavía presenta un dilema para los líderes occidentales, quien rutinariamente bajo la presión de China no se reúnen con él cada vez que visita sus países.
Su aparición con Barack Obama en el Desayuno Nacional de Oración de Estados Unidos, el 5 de febrero de 2015, fue un ejemplo perfecto. La cobertura de los medios y las intercambios académicos que rodearon el evento se centraron en si la Casa Blanca recibiría al Dalai Lama finalmente, y en los costos que una reunión presidencial con el líder tibetano tendría en última instancia.
Hubo naturalmente una reafirmación de los objetivos y logros del Dalai Lama, y aparecieron sobre él las mismas viejas críticas una vez más.
Bajo ataque
Los críticos del Dalai Lama apuntan principalmente a su fracaso para cambiar las políticas chinas en el Tíbet. Esto es superficialmente preciso: incluso después de dos interminables procesos de diálogo (1979-1986 y 2002-2009) y de una campaña internacional conducida por los tibetanos en el exilio desde 1987, Beijing no abandona su demanda de que el Dalai Lama simplemente acepte el statu quo. La única flexibilidad está en si él podría vivir en Beijing o en Lhasa, en lugar de su en su exilio actual en Dharamsala, India.
Pero culparlo por la falta de avances es también intelectualmente perezoso. Si fuéramos honestos, le echaríamos la culpa principalmente a China, con su dura postura colonialista, y a los hipócritas “campeones” occidentales de la libertad y los derechos humanos quien han hecho muy poco para protegerlos.
Y mientras el avance con Beijing ha eludido al Dalai Lama, él ha hecho mucho para hacer probable una futura reconciliación. Sus posturas han sido cualquier cosa menos intransigentes: desde que descartó la independencia como objetivo a finales de los 70, él ha redefinido tres veces su visión de autonomía para el Tíbet (un estilo Hong Kong “un país, dos sistemas”) a principios de los 80, 1988 y 2008. Cada vez, el Dalai Lama ha dado marcha atrás en el alcance de la autonomía, y convergido más y más con las disposiciones chinas existentes.
Tampoco ha enajenado a la corriente principal china dirigiendo una intifada sangrienta contra ellos y ha aconsejado enérgicamente la no violencia a los tibetanos, lo que muchos dentro de Tíbet ahora lo promueven como una norma esencial de ser tibetano.
En última instancia, el Dalai Lama dejará a los tibetanos como una nación en un lugar mucho mejor que cuando él tomó el timón. También está detrás de una política menos envenenada para las generaciones futuras, y el pleno impacto de su legado se sentirá si alguna vez un régimen menos conservador llega al poder en Beijing, una gran cuestión, obviamente, pero casi inconcebible.
Miedo no
Están aquellos que creen que las reuniones del Dalai Lama con los líderes extranjeros impulsan a los tibetanos ingenuos a llevar a cabo protestas contraproducentes, provocando que China endurezca sus políticas. Pero no hay ninguna evidencia causal para esto, fuera de las correlaciones débiles y poco convincentes anécdotas. Y mientras estas reuniones tienen valor político simbólico para los tibetanos, son solo una parte de la agenda del Dalai Lama.
Él tiene toda clase de proyectos culturales, económicos, sociales y educativos en marcha, incluso reasentamientos y becas para refugiados tibetanos y asistencia financiera para sus proyectos culturales, educativos, sociales y de salud. Estos son lo más importante ya que como están las cosas, cualquier acercamiento político de alto nivel está claramente lejos.
La combinación de problemas en casa y la cada vez mayor firmeza de China, respaldada por sus fantásticamente profundos bolsillos, ha llevado a una serie de líderes occidentales, incluso al propio Papa, a evitar el contacto con el Dalai Lama.
Pero las evidencias muestran que sus temores a las represalias de China son mayormente infundados. Recientes estudios académicos sobre el “Efecto Dalai Lama” han encontrado que el castigo económico por reunirse con el Dalai Lama es pequeño y fugaz o no existente, y que no se obtienen dividendos de la docilidad hacia Beijing tampoco.
Dado que los costos son mínimos, no hay razón real por la que los líderes no deban desafiar a China y no reunirse con el Dalai Lama. Y hay una serie de razones apremiantes por las que sí deberían.
Hacerse oir
La realpolitik de Beijing se basa en una apuesta a que el partido que ceda primero se encontrará bajo presión diplomática sobre una amplia gama de cuestiones. Esto explica por qué los más débiles y divididos Estados europeos se han visto sometidos a más presión por acoger al Dalai Lama que lo que lo han estado los EE.UU. y la India: China simplemente los ve como blancos diplomáticos más fáciles.
Pero para muchas naciones europeas que guardan celosamente su soberanía contra lo que ellos ven como los excesos de la UE, no tiene sentido dejar a Beijing dictar sus preferencias sobre con quien ellos pueden reunirse o no.
Estas reuniones y otros tipos de apoyo también dan a los gobiernos occidentales alguna influencia sobre los objetivos y estrategias políticas de los tibetanos, lo que a su vez proporciona otro cheque contra el descenso de las relaciones chino-tibetanas hacia un conflicto abierto. Como mostró la erupción de 2008, estas terceras partes podrían encontrarse en los cuernos de un dilema más mortal que el actual, obligados a tomar partido en un conflicto marcado por la violencia acérrima.
Pero la razón más grande de todas para seguir tomando parte por el Dalai lama consiste en que los valores liberales que defiende están bajo ataque en casi todas partes.
La Rusia de Putin está pervirtiendo la democracia en casa y está arrasando en todo el antiguo mundo soviético, mientras China descaradamente se jacta sobre la supuesta superioridad y el dinamismo de su modelo autoritario. La mayor parte de Asia ha gastado dos décadas desplegando versiones diferentes del concepto nebuloso de “valores asiáticos” para rechazar o deformar principios liberales. La “Primavera árabe” se ha convertido en una pesadilla.
Mientras tanto, muchos líderes occidentales están usando sus propios derechos y libertades para trampearse unos a otros, acariciando dictadores en cualquier parte y restringiendo las libertades en casa.
Considerando este impacto, los líderes occidentales tienen que apoyar al Dalai Lama. Promoviendo la aplicación universal de los derechos humanos y la democracia, él es una rareza no solo entre los líderes asiáticos sino en todo el mundo. Es vital apoyar tal clase de gente, incluso solo simbólicamente. Y los gobiernos occidentales deberían mostrar cierta firmeza sobre estos temas o renunciar a toda la charada de protección de los derechos humanos fundamentales.-
* Conferencista sobre Relaciones Internacionales de la Universidad de Birmingham