Por Jamyang Tashi
¿Qué significa el Dalai Lama para ti? Uno de mis amigos estadounidenses me hizo esta pregunta hace unos dos años atrás, después que tuviéramos una larga conversación sobre las autoinmolaciones dentro del Tíbet que habían captado la atención de los medios de todo el mundo. Mi respuesta instantánea a mi amigo fue: “Va a tomar un largo tiempo hablar sobre él”. No fue un intento de evitar responderle sino ver si él estaba dispuesto a escuchar mi explicación sobre alguien tan conocido, en mi imperfecto inglés. Mi respuesta redobló la curiosidad de mi amigo. Él continuó y expectante dijo: “Por favor, soy todo oídos”.
Me di cuenta que había malinterpretado su pregunta. Él no me estaba pidiendo que hablara del Dalai Lama. Él quería saber cómo me sentía yo acerca del Dalai Lama. Extrañamente esto fue una nueva pregunta para mí. Comencé a notar la diferencia entre decirle quién es el Dalai Lama y explicarle lo que él significa para mí. Inmediatamente me encontré en una situación en la que nunca había estado antes. Explicar lo que el Dalai Lama significa para mí no requería saber sobre sus datos biográficos, sino recordar mi propia vida. En ese punto la pregunta se volvió personal y me emocioné, y no pude decir nada mientras mi amigo me estaba mirando. Me sentí avergonzado sin una respuesta después que le había dicho que tenía una larga respuesta a su pregunta.
Al mismo tiempo, me preocupó que él se estuviera dando cuenta de mi lucha interna para abatir la emoción que podía escaparse de mis ojos. No recuerdo cuánto estuve en pausa pero en un momento, mi amigo dijo: “Está bien. Creo que puedo adivinar lo mucho que significa para ti”. Una parte de mí se sintió aliviada, pero su pregunta permaneció conmigo. Lo que voy a decir a continuación es una experiencia muy común compartida por miles de tibetanos, y por lo tanto si tuve el propósito de escribir una historia tan común, fue por mis amigos no tibetanos que están muy curiosos por saber porqué soy tan apegado al Dalai Lama.
Yo nací y crecí en una remota aldea del Tíbet, en una familia en la que ninguno de sus miembros había visto al Dalai Lama en persona o escuchado su voz. La única representación física del Dalai Lama en mi casa era un retrato suyo de 11×13. Sin embargo, hasta lo que mi memoria recuerda, el Dalai Lama tenía la autoridad predominante en mi casa. Las aventuras del día eran confiadas a él cada mañana. Los asuntos familiares eran solucionados en su nombre, y el mal comportamiento estaba prohibido frente a él. Y él tenía la mejor porción de cada pequeña fiesta compartida en mi casa. En la mente de un chico de esa casa, el Dalai Lama parecía como un amable rey ficticio que gobernaba todo sin tener que decir una palabra. Pero mirando atrás, él fue el lecho del río que delineó la corriente de vida de mi familia.
Gyalwa Tensin Gamtso es el nombre que usamos para el Dalai Lama en mi región, y a menudo me pregunto si fueron esas las tres palabras que escuché primero. Recuerdo la primera vez que vi el rostro del Dalai Lama. Fue una noche que estaba con mucho sueño y esperaba que mi madre me acompañara a la cama. Pero a ella le estaba tomando mucho tiempo terminar de orar. A pesar de mi creciente impaciencia, el tono de su voz pronunciando palabras incomprensibles y la seriedad de su voz eran algo frente a lo que no tenía el coraje de quejarme.
Por alguna razón que todavía desconozco, fui y me paré cerca de ella y, mirando hacia el altar, puse mis manos juntas en la forma en la que ella estaba sosteniendo las suyas. Ella se arrodilló y me enseñó como decir “Gyalwa Tenzin Gamtso”, y después fui capaz de repetirlo, ella me enseñó cómo hacer las tres prestaciones hacia la foto de un hombre sonriente en el altar. Desde esa noche, fui capaz de identificar a ese hombre como Gyalwa Tenzin Gamtso y no importaba desde que dirección lo mirara, él siempre estaba mirándome a mí con una sonrisa afable.
Creciendo en el Tíbet como un joven analfabeto y no teniendo acceso a nada más allá de las montañas que rodeaban mi aldea, algunas veces quedé capturado entre dos definiciones del Dalai Lama. Según mi familia y otros tibetanos, el Dalai Lama era no menos que un dios. Pero basado en lo que escuchaba de los oficiales chinos, no era más que un falso monje hambriento de poder, e incluso algunas veces ellos lo describían como un monstruo.
Por supuesto que yo confiaba en mi familia y los tibetanos. Pero cuando me volví un adolescente, una vez me pregunté si los oficiales chinos tendrían razón. Estaba avergonzado de tener semejante pensamiento en mi cabeza. Pero mirando atrás estoy agradecido de haberlo tenido porque fue parte del motivo por el que decidí dejar el Tíbet e ir a India para ver al Dalai Lama por mí mismo. Desde el día que me propuse salir del Tíbet hacia India cuando tenía 18 años, cada día fue un recordatorio de que me estaba alejando de mi amado país pero cada paso era un recordatorio también de que me estaba acercando al Dalai Lama.
Una vez que llegué a India, tuve mi primera audiencia con el Dalai Lama junto con más de 60 tibetanos refugiados. Mientras estábamos todos reunidos en la puerta de su residencia, un guía de seguridad nos llevó a todos a un porche donde nos sentamos mirando hacia un sillón rojo. Todos en la audiencia compartimos un sentimiento, ninguno sabía realmente si era un sueño o realidad. Yo sabía que el Dalai Lama se iba a sentar en ese sillón rojo, pero detrás del sillón había dos puertas que estaban abiertas y no sabía desde cuál de ellas, él aparecería. Unos minutos antes de que él se mostrara, había tal profundo silencio que parecía que ninguno respiraba. Entonces, de pronto, apareció desde la puerta de la izquierda, casi corriendo hacia nosotros. El momento que había esperado mi vida entera estaba brillando ante mis ojos. Su rostro no era diferente de aquel con el que había crecido en mi hogar. Todos los de la audiencia rompimos en llanto por lo menos por unos pocos minutos y todo el tiempo él estuvo de pie frente a nosotros repitiendo, “no lloren, ahora estamos juntos”.
“Estoy feliz de que todos ustedes estén aquí, seguros”, dijo mientras comenzaba su media hora de charla con nosotros. Aunque habló en un dialecto al que yo no estaba acostumbrado, no sentí que estuviera perdiendo nada de lo que él estaba diciendo. Algunas veces, para sentir todo lo que te han dicho no es necesario entender el significado de cada palabra que estás escuchando. Primero habló de la importancia de la educación en el mundo moderno, y luego siguió hablando de cómo ser un buen ser humano. Terminó su charla en cómo combinar la educación con una buena actitud en orden de servir a la sociedad. Habló con tal claridad que en algún momento sentí que ya había escuchado cada letra de las palabras que dijo. Aunque estaba hablando para más de sesenta personas, cada uno de nosotros sintió que él le estaba hablando a cada uno individualmente. El sentimiento que compartimos después de reunirnos con él, fue que nos habíamos reconectado con nuestro padre perdido por mucho tiempo.
Fui a casa sintiéndome transformado. El Dalai Lama no era ni el dios que había imaginado con mi familia, ni el monstruo que los oficiales chinos describían. Él es un monje real que practica el amor, la compasión, la tolerancia, y el perdón. Él es un maestro que enseña cómo dar. Es un erudito que enseña todo a través de la investigación y entrega cada pensamiento con razones. Él es un líder que quiere hacer todo para devolverle a su pueblo todo su amor y devoción hacia él. Él es un visionario que imagina a su país como una zona de paz que puede irradiarse al resto del mundo.
Él es un maestro de la funcionalidad de la mente. Él es un estudiante que estudia la ecuación E=mc2. Él es un ser humano que será recordado por el último historiador de la humanidad de este planeta. Este es el Dalai Lama de quien tengo la fortuna de ser un seguidor. Siguiendo sus enseñanzas, intento aprender cómo amar a cada uno por igual, incluso aquellos que destruyen mi país. Bajo la luz de su guía, elevo mi cabeza y trato de mirar el horizonte. Por su reputación, me siento complacido de presentarme a mí mismo como un tibetano.-
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Jamyang Tashi nació y creció en Thewo, Amdo, Tíbet, y escapó a India cuando tenía 18 años. Está estudiando actualmente dirección de cine en la Universidad de Nueva York. El ensayo de Tashi ganó el primer premio en un concurso de ensayos realizado por la Oficina del Tíbet de Washington D.C. para conmemorar el 2014 como el Año de Su Santidad el Dalai Lama. El concurso fue abierto a todos los tibetanos residentes en Estados Unidos de entre 18 a 35 años, y fue patrocinado por The American Himalayan Foundation.