Mónica Esgueva (Economista y escritora)
The Huffington Post
05 de noviembre 2014
El pasado domingo terminó el encuentro anual que el Dalai Lama mantiene con científicos y pensadores occidentales desde hace 27 años. Lo que empezó en el salón de su residencia en Dharamsala, a los pies del Himalaya, en esta ocasión ha congregado en Boston a 1700 personas provenientes de 38 países (poquísimos representantes españoles, apenas éramos tres o cuatro).
Es una señal inequívoca de que algo está cambiando en Occidente. ¿De dónde emana este interés creciente? Posiblemente sea una mezcla de circunstancias. Por una parte, vivimos una existencia cada vez más repleta de actividad y distracción que está provocando niveles de estrés y ansiedad inauditos. Y por otra, las investigaciones referentes al cerebro y a los efectos positivos de la meditación y el Mindfulness, tanto sobre bienestar personal como en la plasticidad cerebral, se están multiplicando rápidamente y corroboran lo que las corrientes orientales han sabido desde hace muchos siglos.
Explorar la intersección de las disciplinas meditativas antiguas con la ciencia moderna constituye el objetivo del Instituto Mind & Life, y el tema principal en esta ocasión era Los estudios contemplativos. Un entusiasmo palpable en el ambiente, una intención común en todos los participantes, sin importar si procedían del ámbito hospitalario, científico, psicológico o educativo: avanzar con las investigaciones y extender los beneficios del Mindfulness a todas las áreas de la sociedad con el fin de que los ciudadanos gocen de un mayor bienestar físico y mental y desarrollen más compasión hacia los demás. A este respecto, el Dalai Lama fue muy explícito: “Si todos adoptamos como objetivo construir un mundo mejor, desde el lugar en el que nos encontramos, el cambio es posible”. Aunque esto supone una modificación importante en nuestra perspectiva, ya que hay que dejar de lado los roles victimistas, acusadores o quejicas para percibir que “es nuestra responsabilidad intentar aliviar el inmenso sufrimiento existente en este planeta”, como afirmaba su santidad. Y a los científicos les encargó: “Es fundamental la expansión del conocimiento sobre el cerebro que estáis logrando en estos momentos, pero tened en cuenta que hay que utilizarlo para el servicio a la humanidad”.
Después, con las pilas cargadas con la sabiduría y bondad del Dalai Lama, se presentaron múltiples ponencias simultáneas entre las que resultaba realmente difícil elegir, mayoritariamente impartidas por profesores e investigadores de diversas universidades americanas. Se mostraban también los resultados y las aplicaciones que se están llevando a cabo en todo tipo de campos: en hospitales, para tratar enfermedades graves. O para combatir los efectos perniciosos de la angustia moral de médicos y enfermeras expuestos continuamente al sufrimiento y la muerte. O para salir de la trampa de la rigidez cognitiva y ser más creativos, incrementar la conectividad funcional del cerebro en pacientes con problemas neurológicos, disminuir depresión y ansiedad entre veteranos de guerra con estrés postraumático, aliviar el miedo y dolor del parto, regular las emociones de mujeres con trastornos de alimentación a través de la autocompasión, mitigar el impacto negativo de una niñez adversa, enseñar en las escuelas cómo manejar la atención y regular las propias emociones para educar a niños más felices y con mayor receptividad en el aprendizaje. Los resultados también sirvieron para verificar el incremento en la salud celular que refleja la edad biológica en los meditadores, observar el impacto positivo en la resiliencia psicológica en las personas que trabajan la compasión regularmente, los beneficios de la aplicación de estas técnicas en organizaciones y empresas a la hora de mejorar el bienestar de los trabajadores y su rendimiento…
Una impresionante pluralidad de campos y áreas en las que se empieza a aplicar una disciplina que apenas ha hecho su irrupción en Occidente. Los resultados que han estado presentando los investigadores siembran una promesa que puede beneficiar a muchísimas personas -y sin ningún tipo de efecto secundario- afectadas por los dolores y sufrimientos consustanciales a vivir en general, y en particular en esta sociedad en la que velocidad y la acción incesante y sin propósito constituyen nuestro paisaje diario.
A toda esta riqueza de exposiciones se añadieron las clases magistrales diarias de Mindfulness por algunos de los gurús más famosos en este campo: Jon Kabat-Zinn, Joan Halifax y Sharon Salzberg. Pues la práctica es fundamental, también para todos los que lo enseñamos. Es justamente la práctica de estar en el presente sin resistencias ni juicios la que nos permite apreciar la belleza de cada instante, ya que nuestra vida es finita y efímera.
2014-11-04-Arianna.jpgArianna Huffington puso el broche de oro deleitándonos con una charla divertida e inspiradora. En la sala estaban -según nos recordó- muchos de sus mentores: Daniel Goleman (padre de la Inteligencia Emocional), Jon Kabat-Zinn (precursor del Mindfulness en Occidente), Richard Davidson (neurocientífico especializado en los efectos de la meditación en el cerebro), Chade-Meng Tan (introductor del Mindfulness en Google)…. Con su característico sentido del humor, levantó carcajadas gracias a los guiños e historias sobre su propia vida, y también nos hizo reflexionar sobre esa tercera métrica del éxito que tan bien está abanderando ella. Nos habló de lo conectados que estamos a nuestros teléfonos y a la tecnología, y lo desconectados que estamos de nosotros mismos, y cómo más allá del dinero y el poder, el éxito ha de ser redefinido en función del bienestar, la sabiduría, la capacidad de sorprenderse, y la generosidad.
Me gustaría terminar con las optimistas palabras de Jon Kabat-Zinn al concluir una de sus sesiones: “Comprobar que tantas personas están activamente involucradas en crear un mayor bienestar para otros infunde esperanza: el corazón de la humanidad todavía late”. Ojalá palpite aún con mayor fuerza.