Por Sreeram Chaulia
Deccan Chronicle
1º de julio de 2014
Cuando los diplomáticos y sabios mundanos se agotan en la búsqueda de paz y justicia, las lumbreras espirituales se vuelven los últimos rayos de la esperanza. Después de que las conversaciones entre Israel y los palestinos colapsaron en abril, el Papa Francisco intervino con un viaje religioso oportuno a Tierra Santa en mayo. Lo siguió un encuentro de oración solemne en los jardines de Vaticano en junio, donde el presidente israelí Shimon Peres y el presidente palestino Mahmoud Abbas se abrazaron y se besaron.
El Santo Padre recordó a los dos líderes antagonistas, cuyas naciones están otra vez en un punto muerto bélico, sobre la voluntad de Dios de curar heridas y vencer el odio. “Hemos tratado muchas veces y durante muchos años de resolver nuestros conflictos. Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, te dejamos a ti, darnos la paz”. Además de implorar el cielo, el Papa Francisco también machacó sobre los orígenes comunes de las tres religiones semíticas, el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam. En la ciudad amargamente impugnada de Jerusalén, se dirigió a israelíes y palestinos como “comunidades que buscan a Abraham” y los impulsó a “respetarse y amarse unos a otros como hermanos y hermanas, entender los sufrimientos de los otros y evitar abusar del nombre de Dios a través de la violencia.”
No habría que rechazar el estilo pastoral del Papa de la pacificación como la predicación vacía que no tendrá verdadero impacto en absoluto en uno de los conflictos del mundo más intrincados. Sus palabras sentidas alcanzaron más allá de los oídos de estaño de élites políticas de ambos lados. Él estaba apelando directamente a la conciencia de árabes y judíos comunes y corrientes y dando un sermón sobre lo que los une profundamente.
Los videntes como el Papa Francisco tienen credibilidad cuando salen en misiones para revivir procesos de paz moribundos o en defensa de los derechos de las personas menos favorecidas porque subrayan la no-dualidad de la naturaleza y los seres vivos. Todas las divisiones de la religión, el origen étnico y el nacionalismo, que establecen los límites de la política contemporánea se derriten frente a la mirada universal de los sabios.
Al menos por un momento, la retórica de un edificante Papa sin pretensiones que ha abogado por resultados justos a lo largo de su vida, puede hacer sonar una campana en la mente de las personas corrientes y elevar la más necesaria pregunta: ” ¿por qué estamos luchando sin parar?”.
Entre 2006 y 2011, mientras se daba la horrible guerra en Sri Lanka y la mediación internacional de Noruega era incapaz de avanzar, el líder espiritual indio Sri Sri Ravi Shankar se insertó a si mismo intermitentemente como un interlocutor inusual entre los cingaleses y los tamiles. Cuando el escritor M.R. Narayan Swamy preguntó cómo podría ser capaz de traer la paz donde los actores internacionales habían fracasado, el fundador del movimiento El Arte de Vivir, contestó que “puede haber grandes potencias en el mundo, pero ellas no unen los corazones y las mentes de la gente”. Sus esfuerzos por salvar abismos y disminuir la violencia entre comunidades a través de métodos espirituales han sido reconocidos en países tan alejados como Azerbaiyán, Costa de Marfil y Etiopía.
Es otro asunto si Guruji o Gurudev, como se conoce a Ravi Shankar entre sus seguidores, pudo impedir al final la horrorosa matanza en Sri Lanka que culminó con la derrota de los Liberation Tigers of Tamil Eelam (LTTE). Pero medir la eficacia de sus intervenciones en Sri Lanka y en otras partes únicamente en términos de si la violencia se paró o un acuerdo de paz se firmó es demasiado estrecho. Todos los accionistas de conflictos que oyeron a Guruji y absorbieron alguna lección de él han experimentado pensamientos o sentimientos transformadores. Tales sensaciones pueden no haberse traducido en acciones físicas concretas como dejar de portar armas u ofrecer amistad al enemigo, pero entraron en el conocimiento y se quedaron allí como semillas de la paz que podría brotar un día cuando las condiciones sean más soportables.
Su Santidad el Dalai Lama es un destacado practicante de la diplomacia espiritual. En 2009, lo vi de cerca durante la Conferencia Internacional del Centenario Hind Swaraj de Mahatma Gandhi, y nunca podré olvidar su mensaje simple pero profundo a los delegados de los movimientos de paz de todo el mundo: desarrollen la paz hacia los otros. Podría sonar como un cliché o una exhortación banal para aquellos de nosotros que creemos en la ruindad de la naturaleza humana o en lo incorregible de la gente que elige un juego de suma cero a costa de sus compañeros seres humanos.
Pero como el Papa Francisco, el Dalai Lama es una influencia moral colosal en la psique global y una figura de rescate para la gente afligida que se opone a la guerra, al abuso o a la calamidad. En 2009, cuando el tifón Morakot devastó Taiwán y mató a cientos, la visita personal del Dalai Lama llevó un toque de calma a las víctimas y creó un lazo especial basado en compartir el trauma.
Aunque el gobierno chino le vilipendie, es gracias al Dalai Lama que la rabia de los tibetanos jóvenes contra el colonialismo chino no ha canalizado en la resistencia violenta. La moderación que el Dalai Lama transmite a la gente tibetana, a pesar de las injusticias indecibles cometidas por China en su patria ocupada, supera las teorías materialistas de la paz que están basadas en la asunción de que la gente es conducida por el egoísmo. No es la no violencia o la paciencia para fines estratégicos, sino una conexión sublime con el creador a través del respeto a todas las formas de vida.
Desde Vietnam, el maestro del Zen Thich Nhat Hanh también ha abierto nuevas vistas a la paz andando el camino “del budismo comprometido” que trabaja para terminar con las guerras y la destrucción ecológica. Su cooperación con Martin Luther King Jr contra la carnicería americana en Vietnam fue una contribución emblemática. En las palabras del Dalai Lama, Hanh “nos muestra la conexión entre la paz interior personal y la paz en la tierra”. Uno puede encontrar paralelos a Hanh en la filosofía y las acciones de los innumerables chamanes indígenas africanos y latinoamericanos. El estribillo de todas estas almas cultas y sus tradiciones religiosas respectivas es la noción de que el amor desinteresado y la tolerancia, y no las posesiones materiales, producen la felicidad.
En 1944, el tirano soviético Stalin ridiculizó el papel de los actores espirituales en la dura arena de la política mundial, preguntando “¿cuántas divisiones (unidades militares) tiene el Papa?” pero incluso mientras los Estados más poderosos y sus representantes perpetúan la miseria con segundas intenciones e insinceridad, los humildes hombres y mujeres santos permanecen como los depositarios en última instancia de los principios de un mundo mejor.-
El escritor es profesor y decano de la Escuela Jindal de Asuntos Internacionales