The Economist | Bayan
7 de diciembre de 2013
La hipocresía no te hace mal, pero da a tus críticos un arma conveniente. Cuando David Cameron, primer ministro de Gran Bretaña, visitó Sri Lanka para la reciente cumbre de la Commonwealth, tenía razón en insistir en voz alta y públicamente sobre la necesidad de una investigación adecuada sobre la matanza al final de la guerra civil de 2009. Pero esta semana, en su viaje a Asia, la fuerte irritación de sus anfitriones lo dejó expuesto a acusaciones de doble discurso, ya que se entregó a tres días de charlas de conciliación en China.
Ni el gobierno de Sri Lanka, ni el gobierno de China estarán sorprendidos de que la pasión por la verdad y la justicia manifestada tan locuazmente en Colombo fue enterrada bien a lo hondo del equipaje del señor Cameron en Beijing. Ninguno acepta que los occidentales se “entrometan” en sus asuntos internos en temas como los derechos humanos ni que esto derive de una creencia genuina en principios universales. Por el contrario, lo ven como un autoservicio diplomático extra, a ser desechado tan pronto como se ponen en peligro otros intereses. Y China, a diferencia de Sri Lanka, es lo suficientemente potente como para hacer que los líderes occidentales cuiden sus lenguas.
Así que muchos observadores creen que la visita de Cameron a China es una en la que se ha tragado un pedazo grande de pastel de humildad. Después que se encontró con el líder espiritual exiliado del Tíbet, el Dalai Lama, en Londres el año pasado, una indignada China lo congeló a él y a su país. Las empresas británicas se quejaron que estaban perdiendo frente a los competidores europeos. Cameron tuvo que volver a confirmar que el Reino Unido no aboga por la independencia del Tíbet y decir que él no tenía planes de reunirse con el Dalai Lama de nuevo.
Solo entonces, China le dio la bienvenida de nuevo a la cabeza de la mayor misión comercial británica que haya ido jamás. Dadas las circunstancias, no podía arriesgarse a hacer declaraciones públicas provocativas sobre “asuntos internos” de China. Parece poco probable que el líder de cualquier país europeo grande reciba al Dalai Lama de nuevo. Esta semana el Global Times, un periódico del Partido Comunista, se jactó de que Gran Bretaña, Francia y Alemania no se atreven a provocar en forma conjunta a China “por el asunto del Dalai Lama”. Incluso Barack Obama retrasó reunirse con el Dalai Lama hasta después de su primera visita a China en 2009, reconociendo tácitamente el punto de China de que la reunión no era una cuestión de principios, sino una moneda de cambio.
Si China está consiguiendo su camino diplomático sobre el Tíbet, no es porque la represión haya disminuido. En los últimos dos años, más de 120 tibetanos se han prendido fuego a sí mismos en señal de protesta. Esta semana, los exiliados informaron la condena de nueve tibetanos por supuesta actividad separatista. Del mismo modo, a pesar de que las libertades de la mayoría en China se han ampliado, todavía los disidentes son perseguidos. El más famoso de ellos, Liu Xiaobo, ganador del premio Nobel de la paz 2010, permanece en la cárcel nada más que por defender en forma pacífica una reforma política gradual.
China ha tenido éxito en desplazar los derechos humanos y el Tíbet del orden del día de sus relaciones internacionales, por tres razones. Uno, por supuesto, es su todavía enorme y creciente influencia comercial. No solo es un mercado importante para las economías occidentales lentas, es también un gran potencial inversor; por ejemplo en trenes de alta velocidad y en proyectos nucleares en Gran Bretaña.
En segundo lugar, la alarma por la expansión de la capacidad militar de China y su enfoque agresivo en las disputas territoriales también exige atención extranjera. Joe Biden, el vicepresidente estadounidense, llegó a Beijing desde Tokio el 4 de diciembre. Liu Xiaobo y el Tíbet podrían haber sido uno de sus temas de discusión, pero muy por debajo de la declaración de China del mes pasado de una Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ, por sus siglas en inglés) sobre las islas en disputa con Japón, y las cuestiones económicas en las que había esperado concentrarse.
Un tercer factor es la táctica de vincular las críticas extranjeras a las cuestiones económicas y estratégicas de China. El Global Times, no satisfecho con la contrición del señor Cameron, aprovechó su visita para reprender a Gran Bretaña por el apoyo que ha mostrado a Japón sobre el ADIZ , y por su supuesta fomentación de problemas en Hong Kong. China podría argumentar que la vinculación es algo que aprendió de Occidente, y los días en que sus relaciones comerciales normales con Estados Unidos eran rehenes de las preocupaciones de los derechos humanos. Pero ahora la propia China parece feliz de usar la presión comercial para intimidar a Japón o Gran Bretaña, por ejemplo.
Esa cuestión de la democracia
También es una ventaja para China que el país no es un gran tema en la política interna de sus socios occidentales. Ningún gobierno occidental se enfrenta a una amenaza de una diáspora china en contra del gobierno, ni hablar de una presión del Tíbet.
Por otra parte, con las economías nacionales en crisis, los votantes occidentales parecen no querer que sus líderes muestren grandilocuencia sobre cuestiones de principio moral en el extranjero. En Estados Unidos, por ejemplo, por primera vez en casi 40 años de estudios, uno que acaba de publicar Pew Research encontró que más de la mitad (52%) de los encuestados está de acuerdo en que Estados Unidos debe “ocuparse de sus negocios a nivel internacional”. Así que los líderes occidentales tienen pocos incentivos para actuar duro en China, y un montón de razones para bajar el tono de sus críticas a su gobierno. Pero la hipocresía no hace bien, tampoco.-