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Por Edward Lucas
19 de setiembre de 2013
Lituania le ha devuelto al Dalai Lama su apoyo durante los últimos días de la Unión Soviética, al resistir la presión china.
Si yo fuera el Partido Comunista chino, pensaría dos veces antes de entrar en lucha con Lituania. El liderazgo pro independencia de Vilnia, armado nada más que con obstinación y lucidez, expuso el arrogante, brutal y mendaz enfoque del kremlin de Mijail Goebachov, e inspiró a pueblos y naciones cautivas a través de todo el imperio del mal, acelerando su fin.
La mayoría de los extranjeros le dijeron a los lituanos que eran imprudentes, irrealistas e incluso peligrosos, especialmente después del 11 de marzo de 1990, cuando el parlamento emitió una declaración restaurando la guerra por la independencia: ¿cómo podría un país de 3.7 millones de habitantes enfrentarse a una superpotencia nuclear?
Casi la única figura mundial que respaldó a los lituanos en aquellos días oscuros y alarmantes fue el Dalai Lama: él envió un telegrama de apoyo el 4 de abril de 1990. Ahora ha sido el turno de los lituanos de devolver el favor, recibiendo al líder espiritual tibetano en Vilna. La presidenta Dalia Grybauskaite, en un alarde de coraje político encomiable, lo invitó a una reunión entre ambos (nominalmente privada, pero publicitada). Parlamentarios y figuras públicas lituanas se encontraron con él también, como mi amigo, Leonidas Donskis, quien dijo que su país tenía una “deuda moral” con el invitado tibetano.
Un cálculo geopolítico frío sugiere que los Estados bálticos deben ser los mejores amigos de China. Como el poder estadounidense en Europa disminuye (en la actualidad a un ritmo acelerado por el desastroso segundo período presidencial de Barack Obama) y como el poder ruso se acerca (con grandes maniobras militares en la frontera del Báltico, y lo que parece ser una guerra comercial contra Lituania), no hay tiempo para los países pequeños para hacer grandes gestos. Es un tiempo para ser tranquilo y prudente, para extender sus apuestas y no hacer enemigos innecesarios.
Pero hay cosas que cuentan más que el cálculo geopolítico frío. Los Estados bálticos saben lo que es ser borrado del mapa por un ocupante extranjero que niega que alguna vez existieran como un país en sí. Ellos saben lo que es experimentar la inmigración forzada y otras tácticas dirigidas a la destrucción de su lengua y cultura. Hace apenas 30 años, resistir la ocupación en Estonia, Letonia y Lituania significaba el exilio o incluso la muerte. Lo que era cierto entonces y allí, es cierto ahora en el Tíbet. Es por eso que el Dalai Lama es un invitado de honor.
Sin embargo, por muy poco. La táctica china es excluir al Dalai Lama de la vida pública: hacer de Tíbet un tabú. Los Estados bálticos son uno de los pocos lugares de Europa donde el líder tibetano obtiene reuniones de todos modos (la República Checa, donde se dirigió a la conferencia Foro 2000 esta semana, es otro). A pesar de que él acepta explícitamente que el Tíbet debe ser parte de la República Popular, China mantiene una campaña absurda de denigración y exageración en su contra.
El forcejeo de las autoridades en Letonia (que el Dalai Lama también visitó) fue sorprendentemente malvado. Los funcionarios chinos, con ayuda de algunos letones, trataron de cancelar eventos públicos, y presionaron para quitar carteles del líder tibetano de la sala VIP del aeropuerto. Yo siento que los políticos letones estaban dispuestos a recibirlo.
La gran cuestión ahora es cómo reaccionará China. Hasta ahora no he escuchado ni siquiera un chillido. Eso puede ser porque la tormenta se está gestando. Pero si China intenta castigar a Lituania, espero que otros miembros de la Unión Europea tengan el coraje de apoyar al país que actualmente ostenta la presidencia del Consejo de Ministros.
¿Sería tan difícil para los miembros de la UE simplemente acordar una declaración conjunta de que ellos consideran al Dalai Lama como un líder religioso de importancia mundial, digno de reconocimiento público en todos los países civilizados? Para los tibetanos, significaría mucho. Y ayudaría al respeto hacia si misma de Europa, también.
Edward Lucas edita la sección internacional de The Economist.