La siguiente es la transcripción del discurso pronunciado por el Representante Especial de Su Santidad el Dalai Lama a Europa, el Sr. Kelsang Gyaltsen, en el Simposio sobre Diplomacia Cultural y Derechos Humanos el 31 de mayo de 2013 en Berlín, Alemania
Apenas la semana pasada fuimos testigos de la manifestación pública de la excelente relación bilateral entre Alemania y China, con motivo de la visita del primer ministro chino, Li Keqiang a Berlín. Mucho se ha dicho y escrito acerca de la “asociación privilegiada” entre Alemania y China, que ambos países tienen la intención de ampliar y profundizar. Esto es positivo. En cuanto más China esté integrada en la comunidad mundial, mayor es la probabilidad de que la arbitrariedad de una dictadura de un partido único pueda ser limitada por las normas y reglamentos internacionales. No obstante, es de importancia primordial que para garantizar que las relaciones con China se lleven a cabo de manera que no equivalga a consentir tácitamente una dictadura, sus abusos y crímenes. De hecho, como cuestión de principio, debería ser el deber de toda democracia el dejar públicamente esto en claro, al entablar relaciones con una dictadura.

La historia ha proporcionado a Alemania experiencias y lecciones suficientes al hacer frente a la antigua República Democrática Alemana y a la Unión Soviética, no solo de cómo relacionarse con las dictaduras de una manera flexible, sino también de forma ética y responsable. Un ejemplo de un enfoque estratégico basado en valores como en el trato con los regímenes totalitarios es de Willy Brandt “Ostpolitik, Wandel durch Annäherung” (cambiar a través del acercamiento). Al hacerlo, sin embargo, es importante señalar que la “Ostpolitik” de Brandt no implicaba la aceptación del status quo, o del asentimiento de la dictadura comunista en Alemania Oriental. De hecho, el objetivo a muy largo plazo de esta política ha sido la de llevar a cabo el eventual desmantelamiento de esa dictadura.
Hoy en día, lo que se requiere es la misma voluntad política, la voluntad y la visión del mundo libre para hacer frente a las dictaduras de este nuevo siglo 21. Los beneficios no pueden ni deben ser el único objetivo, y la fuerza motriz de una democracia en la construcción de una relación con una dictadura. El desarrollo de las relaciones con las dictaduras debe ser guiada por la búsqueda de objetivos estratégicos basados en valores tales como los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho.
Es la naturaleza inherente de todos los seres humanos el anhelar la libertad, la justicia y la dignidad. Los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho se han convertido hoy las aspiraciones universales de las personas que sufren de la opresión y la persecución. El ejercicio de las libertades fundamentales, los derechos humanos y la dignidad humana son tan importantes para los pueblos de África y Asia como lo es para los occidentales. Pero, por desgracia, a menudo las personas que se ven privadas de sus derechos humanos, son las menos capaces de hablar por sí mismas. Esta responsabilidad, por lo tanto, corresponde a aquellos de nosotros que sí gozamos de tales libertades.
El mundo necesita a Europa para jugar un papel de liderazgo en la promoción, defensa y protección de los derechos humanos. En el núcleo del espíritu de Europa, está la creencia fundamental en la igualdad y la dignidad inherentes de todos los pueblos y estos son los valores de los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho. Guiados por este espíritu, Europa consiguió derrotar y eliminar la tiranía y el despotismo en el continente europeo.
Es importante que este espíritu europeo no se detenga en las fronteras de la conveniencia política o por intereses comerciales. Los pueblos oprimidos de todo el mundo necesitan el compromiso a estos valores más allá de las costas de Europa.
En el caso de mi propio país, el Tíbet, durante demasiado tiempo la comunidad internacional ha subestimado la gravedad y urgencia de la situación del pueblo tibetano. Hasta cierto punto, el dramático empeoramiento de la situación actual en el Tíbet es claramente una consecuencia de la negligencia de esta cuestión por la comunidad internacional.
Actualmente la supervivencia del pueblo tibetano con su cultura e idioma distintos y únicos, su religión e identidad están en peligro. Con la invasión y ocupación de Tíbet hace más de 60 años, las autoridades chinas lanzaron una época de cambios radicales no sólo en el destino político del pueblo tibetano, sino también a la cultura tibetana. La imposición directa del régimen de China, combinada con la aplicación de las teorías políticas maoístas a la sociedad tibetana, produce una agitación social sin precedentes, la destrucción cultural y un inmenso sufrimiento a los tibetanos.
Las autoridades chinas ven a la cultura propia, la religión, el idioma y la identidad del Tíbet como una amenaza a la estabilidad de su gobierno, y como una fuente potencial para la separación del Tíbet de China. En consecuencia, existe un intento de destruir el núcleo integral de la civilización y de la identidad tibetana. Después de los desastrosos esfuerzos iniciales por destruir la cultura tibetana en las primeras décadas del gobierno comunista, con la destrucción física de monasterios y templos, los asesinatos de monjes y monjas; las autoridades chinas han ajustado su política hacia un enfoque más sutil y sofisticado mediante la participación en un esfuerzo constante para reemplazar la auténtica y orgánica cultura tibetana; con una versión aprobada y controlada por el estado que cumple con los objetivos ideológicos, políticos y económicos del Partido Comunista Chino. Este esfuerzo se ha llevado a cabo a través de políticas intencionales, que están diseñadas para alterar fundamentalmente la cultura tibetana de una manera que le quita su esencia y la convierte en algo que las autoridades chinas pueden manejar.
Los ataques del partido chino sobre el budismo y la cultura tibetana no son sólo los efectos secundarios de este estado y el esfuerzo de construcción nacional, sino que representan un arma fundamental en ello. Esto está claro a partir de las reiteradas campañas ideológicas que el partido chino ha dirigido hacia el Tíbet desde la invasión. Dado el poder y los recursos que el partido chino tienen a su disposición para llevar a cabo sus objetivos de asimilación a largo plazo en el Tíbet, la amenaza de genocidio cultural que se comete en el Tíbet es inminente.
No cabe duda que las políticas del gobierno chino con respecto al Tíbet han sido establecidas y ejecutadas de tal manera, que la destrucción cultural al por mayor en el Tíbet era previsible y probable. También está claro que las autoridades chinas han actuado intencionadamente en su tratamiento a los tibetanos, incluyendo la derogación de los derechos culturales, y que la grave situación actual en el Tíbet es un motivo de gran preocupación, y que los actos de genocidio cultural seguirán siendo cometidos.
Hay pruebas convincentes de que las políticas y prácticas del estado chino relacionadas con la cultura tibetana, han creado condiciones que violan los instrumentos internacionales de derechos humanos y contienen elementos de genocidio cultural. Si bien no hay duda de que los diversos elementos que componen el “genocidio cultural” están prohibidos por el derecho internacional de los derechos humanos, estos elementos no han sido reunidos y reconocidos formalmente como una violación específica. Es, por lo tanto, nuestra sincera esperanza de que el trágico caso del Tíbet va a alentar a los gobiernos, a las universidades, a las organizaciones de derechos humanos, etc. a tomar la iniciativa en el desarrollo de un marco de genocidio cultural.
Independientemente de que exista un régimen jurídico internacional, de que un cargo de genocidio cultural se pueda aplicar al gobierno chino, hay pruebas abrumadoras que la cultura tibetana está siendo desmantelada y minada a un ritmo alarmante y que está siendo redefinida por el estado chino para sus propios fines. Este hecho está bien documentado y corroborado por estudios e informes autorizados. La conclusión es que las políticas y prácticas de represión y destrucción cultural del gobierno chino son tan sistemáticas y persistentes en el Tíbet, y sus efectos son tan graves que contienen elementos de genocidio cultural.
Para el pueblo tibetano estos ataques reiterados y sistemáticos sobre su cultura, religión e idioma no puede sino llamarse genocidas en la intención y el impacto. Raphael Lemkin, quien acuñó el término, el genocidio, en 1944 en su libro “El régimen del Eje en la Europa Ocupada”, escribe:
“…Con el término ‘genocidio’ implicamos la destrucción de un grupo étnico. …En términos generales, el genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se realiza por asesinatos en masa de todos los miembros de una nación. La intención es más bien expresar un plan coordinado de diferentes acciones dirigidas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos locales, con el objetivo de aniquilar a los propios grupos. Los objetivos de dicho plan sería la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el lenguaje, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de grupos nacionales, y la destrucción de la seguridad personal, la libertad, la salud, la dignidad, e incluso la vida de las personas pertenecientes a esos grupos…”
De acuerdo con la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de 1994, el genocidio involucra intentos de un grupo más potente para diluir la integridad de otro grupo, despojarlos de sus tierras, asimilar o absorber a la cultura más poderosa, o tratar de calumniar o disminuir la cultura de las minorías a través de la propaganda.
La triste realidad es que casi todos estos aspectos de un acto de genocidio, han sido características bien establecidas de la tragedia en el Tíbet bajo la ocupación china.
Observando el conflicto sino-tibetano, en este contexto, es evidente que la causa fundamental del problema del Tíbet, no es la diferencia en la ideología o en sistema social o en cuestiones derivadas de los enfrentamientos entre la tradición y la modernidad. Tampoco se trata sólo de la cuestión de las violaciones de los derechos humanos de manera independiente. La raíz del problema tibetano reside en la larga y separada historia del Tíbet, en la cultura distinta y antigua civilización, y en su identidad única.
Debido a la falta total de comprensión, aprecio y respeto por la cultura distinta, la historia y la identidad del Tíbet, las políticas del Tíbet de China han sido consistentemente equivocadas. El uso de la fuerza y la coerción como medio principal para gobernar y administrar el Tíbet, obliga a los tibetanos a alejarse de los funcionarios locales debido al miedo; a ocultar la verdad y a crear hechos falsos con el fin de ajustarse y de complacer a Beijing y a sus administradores en el Tíbet. Como resultado del tratamiento del Tíbet de China sigue evadiendo la realidad en el Tíbet.
En la actualidad, son la tercera y cuarta generación de tibetanos que han nacido bajo el régimen comunista chino, que siguen resentidos y que se resisten a las políticas chinas en el Tíbet. La vieja generación de tibetanos, la cual fue testigo de la invasión y la ocupación, se ha ido. Sin embargo, independientemente del paso del tiempo, la lucha por la libertad del pueblo tibetano continúa con el mismo nivel de determinación.
Este triste estado de cosas en el Tíbet no es beneficioso tanto para los tibetanos como para el gobierno de la República Popular China. El continuar en este camino no hace nada para aliviar el sufrimiento del pueblo tibetano, ni lleva a la estabilidad y a la unidad de China, ni tampoco ayudar a mejorar su imagen y posicionamiento internacional. Si China está muy preocupada por la estabilidad y la unidad, debe hacer un esfuerzo honesto para ganar los corazones de los tibetanos y no tratar de imponer su voluntad sobre ellos.
Los sucesivos líderes chinos siempre han asegurado que la presencia china en el Tíbet, es para trabajar fuertemente en el bienestar de los tibetanos y para ayudar a desarrollar el Tíbet. Si esto fuera verdadero y sincero, no hay ninguna razón por la que los dirigentes chinos no puedan empezar a abordar la cuestión del Tíbet mediante la celebración de un diálogo con nosotros. Nuestra posición sobre una solución aceptable para ambas partes es sencilla. No buscamos la separación e independencia. Lo que estamos buscando es el autogobierno para el genuino pueblo tibetano. Nuestra principal preocupación es garantizar la supervivencia del pueblo tibetano con nuestro distintivo patrimonio cultural y lenguaje budista. Para ello, es fundamental que nosotros los tibetanos seamos capaces de manejar nuestros asuntos internos y determinar libremente nuestro desarrollo social, económico y cultural.
Seguimos comprometidos con el camino de la no violencia y con el proceso del diálogo y la reconciliación. Es nuestra firme convicción que sólo el diálogo y la voluntad de mirar con honestidad y claridad en la realidad en el Tíbet, puede conducir a una solución de mutuo beneficio que mejorará en gran medida la estabilidad y la unidad de la República Popular China; y puede asegurar los derechos fundamentales del pueblo tibetano para vivir en libertad, paz y dignidad.
En este contexto, es evidente que la cuestión tibetana representa a la vez un desafío y una oportunidad para China. Muchas personas en todo el mundo se sienten profundamente comprometidas con la causa tibetana, como cuestión de principios humanitarios y morales. La incapacidad de China para resolver pacíficamente la cuestión tibetana, ha empañando su imagen y reputación internacional. Por otra parte, no hay duda de que una solución al problema tibetano tendría implicaciones positivas de largo alcance la imagen de China en el mundo, incluyendo su trato con Taiwán, así como su relación con la India. Sin paz y la estabilidad en la meseta tibetana, no es realista esperar que la confianza genuina se pueda restaurar en la relación entre China y la India.
Mirando alrededor del mundo, no podemos dejar de notar cómo los conflictos no atendidos con fuertes corrientes étnicas, pueden entrar en erupción en formas que las hacen prácticamente imposible de resolver. Está por lo tanto, en el interés de China el no permitir que eso suceda en el caso del Tíbet. Una iniciativa creativa y valiente para resolver la cuestión del Tíbet por parte del nuevo liderazgo chino, serviría como una señal muy apreciada de que China está madurando y haciéndose más responsable en asumir un mayor protagonismo en el escenario global. Dicha iniciativa política y el gesto por parte del nuevo liderazgo chino durante este tiempo de profunda sensación de inseguridad y ansiedad en la comunidad internacional, recorrerá un largo camino para impresionar y tranquilizar al público tanto en el país, como en el resto del mundo.
Traducido al español por Lorena Wong.