UNA VISIÓN GENERAL DE LA LUCHA NO-VIOLENTA DEL PUEBLO TIBETANO POR THUBTEN SAMPHEL
A fines de los años ochenta, la gran noticia fue que la paz estaba surgiendo en Asia. Uno tras otro, desde Afganistán a Camboya, los campos de asesinato volvieron felizmente a su papel tradicional de alimentar a la gente. Y Asia – o esas regiones destruidas por la invasión y la guerra civil – se preparaban para un descanso de la masacre. Pero alrededor de una década después, el bienvenido sonido del surgimiento de la paz es ahora un leve eco entre el sonido y la furia de la renovada guerra y matanza. De Indonesia a Kosovo, el mundo está realizando una vez más lo que mejor sabe hacer: la masacre mutua.
El desenlace del sistema internacional impuesto al mundo por las grandes potencias después de la Segunda Guerra Mundial, ha ocasionado un gran número de movimientos por la independencia. Todos son violentos o tienen el potencial de ser desastrosos. El más reciente y sangriento es la guerra en Kosovo. Europa que nos dio dos guerras mundiales, y desde entonces considerada por nosotros como el paraíso de la paz y estabilidad, una vez más está en el negocio de la guerra.
Con nuevos y antiguos focos ardiendo a través del globo, la pregunta es cómo se las han arreglado los tibetanos para mantener su lucha no-violenta por la libertad durante tanto tiempo. Y por qué esta lucha no-violenta por la libertad resulta relevante e importante para el mundo.
Parte de la respuesta yace en la personalidad del Dalai Lama y sus creencias budistas. Su actitud que no se compromete con la violencia y su autoridad moral incuestionable entre los tibetanos, les ha prevenido en Tíbet y en el exilio de tomar las armas. Y en la habilidad de los tibetanos para mantener su lucha no-violenta, se encuentra la habilidad de gran parte de Asia para frenarse de caer en el abismo de la violencia y lucha civil. Una lucha tibetana armada y sostenida podría provocar un levantamiento repentino y similar de rabia y violencia étnica entre los Uygurs de Xinjiang y los Mongoles de Mongolia Interior donde el descontento y orgullo étnico han continuado ardiendo. Al igual que los tibetanos, los mongoles y uygurs reaccionan fuertemente ante la subyugación china. Las consecuencias de un brote de violencia en cualquiera de estas partes, serían impredecibles para China y Asia. El reciente bombardeo accidental pero trágico de la OTAN en la embajada china en Belgrado, ha provocado temor y rabia entre los chinos quienes sospechan que el accidente podría repetirse en China, donde el régimen enfrenta una situación tensa similar con los pueblos no chinos.
Inicialmente, la lucha tibetana comenzó como una reacción violenta y desesperada ante la invasión comunista china y la ocupación de Tíbet. El poderío militar y las condiciones de liderazgo de China y Tíbet no impidieron que el ejército pueblerino tibetano desafiara a una de las mayores fuerzas de combate del mundo. El fuerte Ejército Popular de Liberación victorioso ante los chinos nacionalistas, simplemente barrió al ejército tibetano en su marcha hacia Lhasa.
La derrota de las fuerzas del gobierno tibetano significaron la firma del Acuerdo de 17 Puntos en el que Tíbet fue forzado a admitir que era parte de China. A cambio, China prometió dejar el orden social tradicional de Tíbet intacto y respetar el poder y prerrogativas del Dalai Lama. De esta manera, desde 1951 al 1959 el Tíbet budista coexistió inquietamente con la China comunista. Algunos eruditos chinos trazaron los inicios del actual concepto de ‘un país y dos sistemas’, con el que Hong Kong vive bajo soberanía china, acuerdo que China hizo con Tíbet.
Sin embargo, Hong Kong, dado su poder financiero, proporciona a China un fuerte incentivo para mantener sus promesas. Tíbet, a pesar de su gran tamaño no contaba con tales incentivos que ofrecer. Pronto Beijing comenzó a picotear la influencia del gobierno tibetano y los monasterios. China empezó a imponer reformas socialistas drásticas en el este y nordeste de Tíbet, lo que inició el resentimiento tibetano, impulsando a los tibetanos a tomar las cosas con sus propias manos. Ya sospechando que la China comunista amenazaba con destruir la identidad cultural y étnica de Tíbet, los tibetanos formaron un movimiento de resistencia. Contando principalmente con miembros de la tribu Khamba, la resistencia que comenzó en el este de Tíbet incluyó a todo Tíbet en un par de años.
El círculo vicioso de la represión china y el resentimiento tibetano significaron para el gobierno tibetano y especialmente al Dalai Lama, un tema delicado sobre cómo manejar la rabia del pueblo tibetano o advertir precaución ante las crecientes demandas de las autoridades chinas por una mayor influencia en Tíbet. En la opción que tomó el Dalai Lama entre sus creencias religiosas pacifistas y el instinto natural de su pueblo por tomar las armas, yace la génesis de la filosofía tibetana de la no-violencia. Durante los años 50, el Dalai Lama sintió que estaba entre dos volcanes, cada uno a punto de hacer erupción en cualquier momento. Él conocía las consecuencias si los tibetanos sacaban su incontenible rabia en contra del poder de China. Era el típico caso de la roca y el huevo. Si el huevo era lanzado a la roca, el huevo se rompía. Si la roca era lanzada al huevo, el huevo se rompía.
Por sobre todo, el Dalai Lama estaba dividido entre sus roles como líder político y espiritual de Tíbet, y su imposibilidad ante la creciente rabia tibetana y la paciencia china que disminuía rápidamente. En su autobiografía, Mi Tierra y Mi Pueblo, el Dalai Lama escribió, “Lo peor de todo es que sentía que estaba perdiendo el control de mi propio pueblo. En el este, ellos estaban siendo bárbaros. En el centro de Tíbet, se volvían más determinados a la violencia; y yo sentía que no sería capaz de detenerlos más, aunque no podía aprobar la violencia y no creía que nos pudiese ayudar de manera alguna”.
A la vez, él estaba dividido entre la admiración por el coraje y la fortaleza de los tibetanos ante las insuperables adversidades y su necesidad, como jefe de estado, de lograr el mejor acuerdo para su pueblo. Él deseaba, al menos, evitar un baño de sangre por una colisión precipitada entre el nacionalismo tibetano y el poderío militar chino. A lo sumo, él esperaba que mediante la diplomacia, podría convencer a las autoridades chinas de respetar la herencia cultural especial de Tíbet.
En 1956, el Dalai Lama fue invitado a participar en las celebraciones del Buda Jayanti en Nueva Delhi. Él visitó el Rajghat (el lugar de cremación de Mahatma Gandhi), donde pudo meditar más profundamente sobre la filosofía de la no-violencia como predicada por Mahatma Gandhi. “Quisiera fervientemente haber tenido el privilegio de conocerlo en este mundo. Pero al estar aquí, sentí que me había acercado a él, y sentí que su consejo siempre sería que yo siguiera el camino de la paz. Resolví con mayor firmeza que nunca, que jamás me asociaría con actos de violencia”.
La filosofía de no-violencia que el Dalai Lama trajo a la lucha tibetana no surgió sólo de sus creencias budistas, sino también de la opinión de que la especial identidad cultural y étnica de Tíbet se preservaría mejor mediante una política de diálogo con las autoridades chinas.
Sin embargo, en los años 50, el Dalai Lama era sólo un adolescente. La lucha tibetana ya había llegado muy lejos en una fase violenta como para que el enfoque pacífico del Dalai Lama lograra un impacto apreciable sobre el movimiento de resistencia. La furiosa caldera de represión y resistencia explotó en marzo de 1959 cuando los tibetanos salieron a las calles para demandar la independencia tibetana. La reacción china fue predecible y brutal. El resultado, en términos de vidas humanas, fue catastrófico. Cualquiera sea la base de los cálculos, la población tibetana fue aplastada en el levantamiento de 1959, y el ejercicio final que vino después significó la muerte de 87.000 tibetanos sólo en el centro de Tíbet. Los tibetanos en exilio establecen el número de tibetanos muertos en 1.2 millón.
El Dalai Lama, seguido por miles de refugiados tibetanos, buscó asilo en India. Pero el movimiento de resistencia continuó en una nueva base en Mustang, Nepal. Sin embargo, a raíz del acercamiento entre los Estados Unidos y China a comienzos de los años 70, los fondos de la CIA para encontrar el movimiento de resistencia se agotaron. Las guerrillas se contuvieron. El Dalai Lama intervino enviando un emisario con un mensaje grabado instándoles a deponer las armas de manera pacífica. Las guerrillas se rindieron, pero varios, divididos por la necesidad de obedecer a su líder político y espiritual, y su compromiso con la causa de la libertad tibetana, se suicidaron. Esto puso término a la violenta lucha y se cerró un capítulo crítico en la historia tibetana.
En exilio, el Dalai Lama tuvo más tiempo para reflexionar sobre la situación tibetana y cómo podría manejarla. Desde el principio él y sus consejeros estaban conscientes de que el tema de Tíbet sólo podría resolverse satisfactoriamente mediante un proceso de negociaciones con el gobierno chino. Sin embargo, en los años 60 y comienzos de los 70, China no estaba de ánimo para conversar. Ya estaba ocupada con la lucha política y la locura de la Revolución Cultural. La lucha por el poder dentro del liderazgo estaba llevando a China hacia el precipicio del caos social y el colapso institucional. La brutalidad de la Revolución Cultural no sólo se sintió en China, sino en Tíbet también, donde los monasterios y templos fueron arrasados, los monjes y monjas expulsados, y donde una campaña peor seguía a la otra.
A raíz de esto, muchos jóvenes tibetanos cuestionaron la relevancia y efectividad de la estrategia no-violenta que el Dalai Lama abogaba. Ellos indicaban que su oponente era una dictadura de un solo partido, indicaban a los británicos por su avaricia y voracidad colonial, quienes al menos, respetaron el mandato de la ley. Gandhi y su filosofía no-violenta tuvieron éxito porque los británicos eran grandes rigoristas, si bien no por el espíritu de la ley, por lo menos, por la apariencia de hacer justicia. La juventud tibetana argumentaba que los chinos creían con máximo fervor religioso en el dictamen de Mao de que el poder político surgía del cañón de un arma. El poner la otra mejilla era para los chinos, quienes se encontraban por más de medio siglo en un levantamiento social, guerra civil y revolución, un ejercicio de genuina estupidez. Los chinos creían que la revolución no era una fiesta de recreo, sino un acto calculado de violencia para lograr los objetivos deseados. ¿Cómo podría la no-violencia ganar ante tal régimen? Esto argumentaba la juventud de refugiados tibetanos.
La respuesta del Dalai Lama hecha en contra de estos argumentos apremiantes surgió de dos factores: sus creencias budistas y la realidad de fondo.
Para los budistas de todas partes, la vida en sus diversas formas es sagrada. El nacer como ser humano es un privilegio pues esto le da a una persona la oportunidad de lograr la iluminación, el objetivo espiritual máximo de liberarse del ciclo de vida y renacimiento. Al matar a una persona, se comete el peor acto, pues se priva a esa persona de la posibilidad de llegar a iluminarse. Por otra parte, los budistas creen que el enemigo es el mejor maestro, pues éste enseña las virtudes de la paciencia y tolerancia, virtudes vitales en el difícil camino a la iluminación.
Con respecto a la geopolítica de la situación tibetana, el Dalai Lama piensa que cualquier tipo de levantamiento armado tibetano constituiría un suicidio en masa. Un levantamiento armado sería la mejor excusa para que China borrara a los tibetanos de la faz de la tierra. Al mismo tiempo, no hubo ningún país dispuesto a proporcionar armas y municiones para que los tibetanos mantuvieran su lucha.
En cambio, el Dalai lama presentó su propia propuesta del Enfoque de la Vía del Medio, cuidadosamente elaborado sobre la no-violencia y una política de no buscar la independencia total del Tíbet. Él explicó sus ideas en dos documentos, el Plan de Paz de Cinco Puntos y la Propuesta de Estrasburgo. El Dalai Lama anunció su Plan de Paz de Cinco Puntos en el Congreso de Estados Unidos en septiembre de 1987, y la Propuesta de Estrasburgo ante el Parlamento Europeo en junio de 1988. En el Plan de Paz de Cinco Puntos, el Dalai Lama hizo un llamado por la transformación de todo Tíbet en una zona de paz y el inicio de negociaciones serias sobre la situación futura de Tíbet, y de las relaciones entre los pueblos de Tíbet y China. El Dalai Lama sintió que Tíbet estaba ubicado de manera ideal para cumplir el papel de un santuario de paz en el corazón de Asia. La situación histórica de Tíbet como estado amortiguador neutral para la estabilidad de todo el continente. En la Propuesta de Estrasburgo, el Dalai Lama dijo que todo Tíbet debía llegar a ser una entidad política democrática autogobernante, fundada en la ley por acuerdo del pueblo para el bien común y la protección de sí mismo y el medio ambiente en asociación con la República Popular de China.
Aunque su reacción fue silenciosa, una sección de la juventud tibetana en exilio expresó indignación, clasificando la propuesta del Dalai lama como una venta. Estos jóvenes tibetanos sostenían que nadie tenía el derecho de transigir sobre la independencia tibetana.
La reacción de Beijing fue igualmente mordaz. China dijo que la discusión de la independencia, semi-independencia e independencia de manera encubierta estaba fuera de lugar. El liderazgo chino no aceptaría éstas como agenda en ninguna discusión futura sobre la situación de Tíbet. El gobierno chino consideró la demanda del Dalai Lama por un Tíbet realmente autónomo, en el que los tibetanos pudieran manejar sus propios asuntos, como una independencia tibetana disfrazada.
A pesar del directo rechazo del gobierno chino a la principal iniciativa diplomática del Dalai Lama, en 1988 y 1989 hubo un vislumbre de esperanza de que el lado chino se acercaría a la mesa de negociaciones para resolver el asunto de manera pacífica. El levantamiento de 1989 del movimiento pro-democrático en China y la subsecuente masacre de los estudiantes en Tiananmen borró toda esperanza. Los intransigentes en el liderazgo, que tenían la mano dura en la lucha por el poder iniciada ante el movimiento estudiantil de la Plaza Tiananmen, no querían tener nada que ver con el Dalai Lama. Ellos estimaron que la proximidad de la mortalidad del Dalai Lama pondría fin a lo que ellos consideraban un irritante insignificante.
La posición de los intransigentes se fortaleció cuando en 1987, 1988 y 1989 Tíbet fue sacudido por una serie de demostraciones a favor de la independencia. Aunque ampliamente pacíficas, las demostraciones impulsaron a algunos tibetanos molestos a quemar estaciones de policía china e incendiaron vehículos de la policía. China desechó su primera política relativamente liberal en favor de una “represión sin piedad”. En 1989, Beijing sitió Lhasa bajo ley marcial, la que duró más de un año, mucho más que la impuesta en Beijing tras el levantamiento de los estudiantes.
Sin embargo, el Dalai Lama fue galardonado por sus esfuerzos con el Premio Nobel de la Paz en 1989, dadas sus iniciativas constructivas y progresivas por la causa de la paz. Esto aumentó enormemente el nivel internacional del Dalai Lama, pero no ayudó a cambiar la realidad de fondo en Tíbet o la dura actitud de China ante la cuestión de Tíbet.
De hecho, el Dalai Lama enfrentó el mismo dilema que en los años 50: la actitud inflexible de la nueva generación de tibetanos y la voluntad implacable del gobierno chino. Enfrentado al mismo problema antiguo en un nuevo contexto, el Dalai Lama dijo que si la principal corriente del movimiento de Tíbet estaba a favor de la violencia, entonces no había nada que él pudiera hacer, excepto retirarse del liderazgo de la lucha tibetana. Y dio el único paso que podía dar: adoptó la base moral superior. Se dirigió a su pueblo en exilio y propuso que se llevara a cabo un referéndum sobre los objetivos de la lucha tibetana. En su declaración del 10 de marzo de 1994, el Dalai Lama explicó que era criticado por un sector de la comunidad tibetana por las concesiones que él hacía al gobierno chino. Por otra parte, el gobierno chino rehusó estas concesiones abiertamente. Ante esto, él sintió que no había nada más que hacer excepto dirigirse al pueblo tibetano y dejarle decidir cuál era realmente su deseo. Él propuso cuatro objetivos: la independencia, la autodeterminación, su propio enfoque de la vía del medio y satyagraha. Los tibetanos debían elegir uno. Cual fuese la decisión que los tibetanos tomaran, dijo el Dalai Lama, sería adoptada por él y su administración. Pero puso la condición de que cual fuese la decisión, el objetivo final de la lucha tibetana – independencia o autonomía – los medios debían ser no-violentos. Él no transigiría en este punto esencial.
El parlamento tibetano en exilio llevó a cabo una encuesta de opinión preliminar en 1997. Sesenta y cinco por ciento de la comunidad de refugiados tibetanos dijo que ellos tenían una fe implícita en el Dalai Lama. Lo que él decidiera sería aceptable para ellos. Ellos afirmaron que no era necesario un referéndum. Un mensaje de los tibetanos en Tíbet apoyó la opinión mayoritaria.