The Diplomat Blogs | 29 de febrero de 2012
El partido comunista no muestra ningún signo de afloje en su batalla con la religión. En efecto, para los budistas al menos, las cosas están peor.
En un momento en el que el mundo ha sido horrorizado por las recurrentes noticias de las inmolaciones de monjes y monjas, en protesta contra las políticas represivas de Beijing, el gobierno chino está intentando ampliar su control sobre las actividades religiosas. En efecto, el gobierno comunista está incluso pronunciandose sobre teología.
Esta no es la primera vez que el gobierno se está metiendo en teología. En 1995, el Dalai Lama nombró a un muchacho tibetano como la reencarnación del previo Panchen Lama –la segunda figura más sagrada en el budismo tibetano- pero el partido comunista ateo tomó cartas en el asunto, puso al niño bajo arresto domiciliario y nombró a otro como la reencarnación del Panchen Lama.
Para usar una analogía bíblica, esto es algo similar al rey Herodes no ordenando la muerte del niño Jesús, sino orquestando su secuestro y la sustitución por otro niño en su lugar.
A través de estas acciones, Beijing ha creado un enorme problema religioso para los budistas tibetanos, quienes no saben dónde está el genuino Panchen Lama y, por supuesto, no son capaces de seguir el ritual de su identificación cuando el muera. La intromisión política de China ha creado así, un asunto teológico para los creyentes. A pesar de las garantías constitucionales, el gobierno no está permitiendo la libertad de creencia a los tibetanos.
Volviendo a 2007, China institucionalizó tal intromisión en los asuntos teológicos al emitir regulaciones sobre la reencarnación de todos los “Budas vivientes” tibetanos. Según estas regulaciones, las reencarnaciones debían ser remitidas ala Oficinade Asuntos Religiosos del partido, para su aprobación.
El descaro de estos anuncios es asombroso. Previamente, el partido reclamó el derecho a aprobar los embarazos. Los embarazos no aprobados fueron terminados. Pero cómo, se pregunta uno, hace el partido para desaprobar la reencarnación. La reencarnación es, después de todo, la creencia de que el alma de la persona retorna para residir en un nuevo cuerpo, ya como ser humano, como animal o como planta. Uno puede creer o no en la reencarnación. Es ridículo para un no creyente reclamar el derecho a decidir quien puede o no puede ser reencarnado.
Y si, en la mente de los creyentes, un hombre sagrado, en efecto ha reencarnado, quién es el partido para decidir que tal evento espiritual no tenga lugar. El partido opera sobre un nivel material, no tiene autoridad en el nivel espiritual.
Por supuesto que las reivindicaciones del partido, de tal autoridad están enraizadas en la política. Se citan precedentes atrás en el tiempo, de los gobiernos mongol y manchú en China. Pero los mongoles y los manchúes eran creyentes que reverenciaban a los lamas tibetanos. Hoy los líderes chinos son ateos que no pueden bajo ningún tramos de la imaginación ser considerados patrones de la fe.
El partido desea controlar la entera jerarquía de los lamas tibetanos, para que en el futuro, pueda reclamar que todos los lamas fueron reencarnados con su aprobación. En lugar de la separación de la iglesia y el estado, la iglesia sería el instrumento del partido del Estado.
En última instancia, se reduce a controlar al próximo Dalai Lama. El titular del cargo tiene ahora 76 años, y Beijing ve que el fin del juego se está aproximando. Se espera preparar a un niño que se convierta en un instrumento de la política del partido, en lugar de un vocero de la autonomía cultural y religiosa.
Sin embargo, el astuto Dalai Lama es plenamente conciente de su plan de juego y espera desbaratarlo arrojando el guante teológico. En una declaración de 4000 palabras el pasado setiembre, cuyo propósito era claramente político pero cuyas armas fueron teológicas, el Dalai Lama mostró su arsenal lleno de armas teológicas.
“La reencarnación” dijo “es un fenómeno que debería tener lugar ya a través de una elección voluntaria de la persona en cuestión o al menos en la fuerza de su karma, méritos y oraciones. Por eso, la persona que reencarna tiene la exclusiva y legítima autoridad sobre dónde y cómo él o ella renacerán y cómo será reconocida su reencarnación”.
Esto es decir que él y solo él determinará dónde y cómo reencarnará, no Beijing.
El Dalai Lama prosiguió: “Es particularmente inapropiado que los comunistas chinos, quienes explícitamente rechazan la idea de pasadas y futuras vidas, se entrometan en el sistema de reencarnación y especialmente las reencarnaciones de los Dalai Lama y los Panchen Lama”.
Desenfundando otra arma, el Dalai Lama escribió largo y tendido sobre las emanaciones con respecto a la reencarnación.
“La reencarnación es lo que sucede cuando alguien renace después que su predecesor fallece” explicó. “Emanación es cuando las manifestaciones tienen lugar sin que la fuente muera”.
Mientras la gente común no puede manifestar una emanación antes de la muerte, los bodhisatvas superiores –y se cree que el Dalai Lama es la reencarnación del Bodhisatva dela Compasión-pueden manifestarse ellos mismos cientos o miles de cuerpos simultáneamente y puedan manifestar una emanación antes de la muerte. Eso es decir, que el Dalai Lama puede, aún mientras viva, designar a una persona como su emanación y que la persona pueda ser su sucesor, sin pasar por el proceso de reencarnación.
Teológicamente parece que el Dalai Lama ha jugado un triunfo. Pero Beijing no juega con las mismas reglas. Ha dicho no a la emanación, e insistirá con la reencarnación. Al final, la comunidad tibetana en el exilio puede organizar a quien el Dalai Lama designe, pero dentro de Tíbet, China recorrerá su propio camino, produciendo un bebé que designará como el próximo Dalai Lama.
En realidad, China está encontrando una creciente dificultad para defender la política religiosa que pone a los ateos en cargos de decidir qué religiones son ortodoxas y cuales son heréticas, y qué enseñanzas religiosas son aceptables y cuáles no lo son.
La Constituciónchina declara: “Los ciudadanos dela RepúblicaPopularde China disfrutan de libertad religiosa. Ningún órgano del Estado, organización pública o individuo puede obligar a los ciudadanos a creer o no creer en religión alguna”.
Patentemente este no es el caso. El Estado no permite a sus ciudadanos creer en cualquier religión. En cambio, solo reconoce cinco religiones: Budismo, Daoísmo, Islam, Catolicismo y Protestantismo.
Además, a pesar de la declaración aparentemente imparcial dela Constitucióncon respecto a los creyentes y los no creyentes, el partido comunista claramente discrimina contra los creyentes religiosos a favor de los no creyentes. La gente que cree en la religión ni siquiera se supone que puedan estar permitidos de unirse al partido, el lugar geométrico de todo el poder. (Durante la pasada década al menos, el partido comunista ha incluso absorbido a los capitalistas dentro de sí pero todavía excluye a los líderes religiosos).
Esto hace eco del dicho de Mencian sobre la división entre los trabajadores mentales y manuales, aquellos, son los que trabajan con sus mentes gobernando a los otros; estos, trabajan con sus manos y son gobernados por otros. Los creyentes en la religión serán por siempre gobernados por los comunistas.
Sería mejor para todos los involucrados si los líderes comunistas se tomaran en serio la sugerencia bíblica: “Dejad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.-
Frank Ching abrió la oficina de The Wall Street Journal’s en China en 1979. ahora, afincado en Hong Kong, escribe una columnba regular sobre asuntos chinos. Sus artículos han aparecido en Foreign Affairs, Foreign Policy, China Quarterly, the Washington Quarterly y otras publications. Se lo puede seguir en Twitter: @FrankChing1