La elección tuvo lugar el 3 de octubre, pero es poco probable, que la mayoría de los lectores, hayan oído hablar de ella; y que solo algunos medios la hayan cubierto. Esto no cambiará el destino de cualquier estado-nación, pero podría marcar un momento importante para un pueblo cuyo futuro es de interés para un electorado mucho mayor de lo que sus números sugieren. En todo el mundo, pero sustancialmente en la India, los EE.UU. y Nepal, cerca de 80,000 tibetanos en el exilio votaron en la ronda preliminar de la elección de su parlamento en el exilio. También votaron a favor de nominar a candidatos para Kalon Tripa, el primer ministro del parlamento y la figura que, el decimocuarto Dalai Lama espera, lo sustituirá como portavoz político del pueblo tibetano.
Este año el Dalai Lama celebró su 75º cumpleaños. El año pasado sumó medio siglo de exilio. De todos los legados que dejará cuando se dirija a su siguiente encarnación, estará la introducción de la democracia en el mundo exiliado tibetano, este es uno de los cuales puede sentirse francamente orgulloso. Los tibetanos dentro de Tíbet han estado sometidos a la modernización con los métodos más brutales de la potencia colonial en Beijing, un proceso que ha supuesto la destrucción de la vida religiosa y tradicional. En la actualidad están sujetos a la migración a gran escala de chinos Han a su tierra natal, y al saqueo de sus minerales, bosques y ríos. Ese proyecto de modernización no incluye, por supuesto, el derecho a elegir su gobierno o sistema político.
Cuando el decimocuarto Dalai Lama huyó del Tíbet siendo un hombre joven, después de un fallido levantamiento contra el dominio chino, que ni instigó ni dirigió; el viaje que él y los 100,000 tibetanos que le siguieron, se llevó a cabo tanto geográfico como culturalmente: de su remota patria de gran altitud a la aglomerada llanura de la India, y de la cultura teocrática del siglo XVII a la condición en el exilio y apátrida en el siglo XX. Muchos de sus seguidores y sus hijos están repartidos por todo el mundo. En la India, donde la mayoría viven todavía, ellos recrean versiones del exilio en las instituciones – en especial en la de los monasterios y en la de las órdenes religiosas – que conocieron en el Tíbet. Y ante la insistencia del Dalai Lama, crearon su propio gobierno elegido democráticamente.
Una cierta impaciencia surge en la voz del Dalai Lama cuando habla de esto. Ha sido difícil, me dijo, persuadir a los tibetanos que tienen que hacer los preparativos para tener un gobierno propio sin el Dalai Lama. La institución del Dalai Lama, indica él francamente, puede haber sobrevivido a su utilidad para el pueblo del Tíbet y está ciertamente más allá de su fecha de caducidad como una forma de gobierno. Su problema ha sido que sus seguidores, hasta la fecha, han preferido su liderazgo a cualquier alternativa secular.
Este año, hay señales de cambio. Por primera vez, un lobby de tibetanos en el exilio ha hecho campaña para tener una participación más activa de la diáspora, en la nominación de candidatos y en la elección de una figura laica para sustituir a los religiosos que hasta ahora ocupaban el puesto.
El Dalai Lama ha sido, en muchos sentidos, el mayor activo de los tibetanos, una figura de autoridad moral indiscutible, que ha insistido durante décadas en que la no violencia y la negociación son las únicas opciones para el Tíbet. Pero la institución como una forma de liderazgo político es a la vez potente y vulnerable: poderosa, porque la autoridad política es apoyada por la devoción religiosa; vulnerable porque está en contradicción con las realidades políticas de los tibetanos actuales.
La elección de un Dalai Lama es ostensiblemente la identificación de la reencarnación de un Bodhisattva, un proceso religioso que implica signos, presagios, sueños y profecía. Pero sólo los más ingenuos podrían imaginar que no siempre ha estado cubierta con cálculos políticos. En las circunstancias actuales, el Estado chino insiste, como lo hicieron con la búsqueda del undécimo Panchen Lama hace más de una década, que el Estado tiene la autoridad final en la selección y formación de los candidatos. Los lamas reencarnados son identificados cuando son niños pequeños, y el largo período de la regencia que precedió a la asunción del poder del Dalai Lama, estuvo siempre lleno de una peligrosa inestabilidad. Esta no es, siente el titular actual, una institución adecuada para el siglo XXI. Les guste o no, el Dalai Lama insiste en que los tibetanos deben modernizar su liderazgo al servicio de sus circunstancias.
En el panorama mundial de los acontecimientos políticos, es tentador pensar que esta pequeña elección importa poco. Parece importar, sin embargo, en Beijing. Nepal se encuentra en la ruta de escape desde el Tíbet y es el hogar de más de 9,000 tibetanos. También la influencia china es cada vez menor. El domingo, la policía de Nepal con equipos antidisturbios tomaron las urnas, según los informes, a petición de la embajada china en Katmandú. Este pequeño ejercicio democrático de los tibetanos, al parecer, es una amenaza a la próxima superpotencia del mundo así como su tenaz práctica de la religión.
(Isabel Hilton, “The New Humanist”, 21 de enero de 2011)
Traducido al español por Lorena Wong.